Eramis Cruz
Rosa Lena lo presintió otra vez, no era el mejor
momento para un embarazo, sin embargo no tenía la menor duda, los
síntomas eran inequívocos. Seis meses más tarde estaba resignada a su
suerte y decidida a aceptar con todo el amor del mundo lo que le trajera la
cigüeña. El parto fue normal y sin contratiempo. Ningún familiar postergó la
visita a la maternidad, imperaba el deseo de ver al niño de piel color canela y
pelo negro abundante.
Rosa Lena no lamentaba la circunstancia en la que tuvo
su quinto hijo, pero estaba segura que nunca tendría una vida amorosa con ese
hombre que tenía fama de don Juan, de tacaño con el dinero e insensible al
dolor ajeno, para el colmo, estaba recién reconciliado con su esposa. Pero Dino
Saviola sorprendió a medio mundo, principalmente a sus familiares más cercanos
por su apego a este hijo. Estaba resuelto a librar una guerra declarada contra
Rosa Lena para que le diera el hijo. Redobló el esfuerzo después de confirmar
que Rosa Lena tenía ya un nuevo marido más joven que ella, inclusive, supo que estaba
embarazada otra vez.
Rosa Lena no lo creía, pero quien estaba detrás del
empeño de Dino Saviola por quitarle el su hijo no era otra que su propia
esposa Venus, hasta oyó decir que quería venir a verle para convencerla de que
era lo mejor y que ella sería una buena madre para ese angelito negro, además, tendría a su favor la corta distancia de los hogares de ambas familias, de
manera que podría ver al muchacho cuantas veces lo creyera necesario.
A pesar de la fuerza del instinto maternal de Rosa
Lena, que era madre amorosa para todos sus hijos, fue su último marido quien
pudo convencerla para que dejara que Dino Saviola se encargara del
muchacho.
Al principio fue una situación difícil para Rosa Lena
porque su interior no se resignaba a la ausencia de su hijo y sin dejarlo
entender maldecía mil veces las causas materiales y las circunstancias fuera de
su control causante de tan complicado problema.
–No hay mayor enfermedad que la pobreza y su peor
remedio es la resignación –le comentó más de una vez al sacerdote en el
confesionario.
–No seas rebelde –le decía el cura y le ponía de
penitencia un padre nuestro y tres avemarías.
El mismo Dino Saviola vino a buscar al niño, la imagen
se quedó grabada en el corazón de la madre, los vio subir la callejuela, como
si fuera la primera vez que miraba ese trayecto, o que alguien dibujara en el
espacio ese pedazo de pueblo.
El hijo nunca su repuso de su trauma, era un problema
sin repuesta para él, tenía siete años y sabía distinguir los caracteres de sus
vástagos. No se lo dijo a nadie, pero se sintió engañado desde el primer día de
unas supuestas vacaciones, una estadía que se prolongó más allá del periodo
escolar, luego se dio cuenta que no regresaría al ceno materno. Decidió que no
le ganarían la guerra tan fácilmente, y comenzó a llevarle la contraria a todo
el mundo, pero más directamente a su padre que era la pieza principal de aquel
juego.
Comenzó pretendiendo ser la oveja negra de la casa, percibía
que tenía un padre sentimentalmente distante y una madrastra nueva que
para ganarle su aceptación recurría a la paciencia y la tolerancia. La mujer se
aferró a la incertidumbre de su destino para justificarse, pero no renuncio a
su papel de madre segura ni a su convicción de que el tiempo es la mejor cura para
las heridas aunque no desaparezcan las cicatrices. Había conseguido dos cosas a
la vez, tener el niño para complacer a su marido y alejarlo de la
tentación de una mujer hermosa.
Como un zarpazo de la naturaleza a las madres les salierón algunos cabellos blancos mientras el hijo se hacía hombre en medio del alboroto
de la juventud. El padre no se libró de un desafío moral a consecuencia de la
batalla que sostuvo contra su hijo para que fuera a la escuela, pero gracias
a su fortaleza y carácter fuerte, demostró ser el tronco firme de su linaje.
Padre e hijo terminaron enemigos, pero el joven Yohalmo sin darse cuenta
se dejaba llevar por la corriente y siempre terminaba haciendo las cosas que no
quería para al final complacer a su padre, pero no le daba el gusto sin librar
un enfrentamiento de palabras y comportamientos insólitos.
Al terminar la escuela el joven Yohalmo desaparecía,
mientras el padre reclamaba a su señora que adónde estaba el sinvergüenza.
“Búscalo en casa de esa, su verdadera madre, para él yo no soy más que su
sirvienta, ya lo dijiste es un sinvergüenza” –le contestaba Venus con las
lagrimas sobre las mejillas. –Cállate con esa tontería –le reclamaba su marido
perdiendo la calma.
Mientras el joven Yohalmo avanzaba en sus estudios y
mantenía una relación frívola con su padre y un marco de hostigamiento contra
su madrastra, desarrolló un lazo natural con su madre verdadera. De los hijos
de Rosa Lena, Yohalmo era el más tierno, nunca dejaba de venir a visitarle, ni
siquiera después que se hizo profesional. Ella nunca esperó nada de él que no
fuera sentimental. “El verdadero regalo es el del corazón” –le decía Rosa Lena
mientras le daba un beso resonante en la mejilla.
Nadie sabía cómo se había graduado de una carrera de
tanta disciplina como la medicina, porque el joven parecía confirmar el
calificativo de su padre, "un verdadero sinvergüenza". Era amante del baile, de
la música, gustaba del alcohol en demasía y andaba en compañía de otros jóvenes
de reputación dudosa, aparte de ser chabacano en el uso de un léxico barato.
Todas las mujeres eran hermosas para Yohalmo, un día lo
veían con la hija del carretero, alimentando la esperanza de su familia de que
finalmente su hija se casaría con profesional prestigioso, y luego de varios
días lo veían de nuevo en medio del concierto musical acompañado con la hermosa
hija de un comerciante exitoso de la provincia. Pero Yohalmo no ponía cuidado a
la crítica social, al contrario, se creía dueño de cualidades sobresalientes,
hablaba más alto de lo normal y su alta estatura le permitía una distinción muy
tomada en cuenta entre hombres y mujeres.
El joven profesional parecía tener el mundo sus manos,
pero su modo de tomar la vida no le ayudaba en absoluto, parecía el dueño del
pueblo, pero sólo parecía, todo el mundo sabía que era un sinvergüenza, menos
mal que Yohalmo no alteraba ni el orden ni la ley, el no era un bandolero,
solamente le gustaba enamorase, la fiesta y el alcohol, tenía alma de
aventurero y corazón de corsario, cualidades que no combinaban con la
trayectoria de su carrera en un pequeño pueblo.
Finalmente logró lo que más quería, un
nombramiento en el hospital de una provincia cercana. Impresionó prácticamente
a doctores y enfermeras del centro de salud, era joven y listo, eficiente y
dedicado a su carrera, pero en poco tiempo descubrieron su punto débil, no se
resistía al rose con las féminas más hermosas y jóvenes del personal. Lo
descubrieron en más de una ocasión y con más de una de las enfermeras haciendo
el amor sobre el mando blanco de la cama, como si aquello fuera un motel de las
afueras de la ciudad. El director ni siquiera hizo comentario, solo se
limitó a decir “despidan ese sinvergüenza”.
Este fue el primer encontronazo de Yohalmo con
la vida, lo que más le dolía era que todos lo supieran, le parecía oír a
su padre hablando con su madrastra y la última frase sería “lo despidieron por
sinvergüenza”. La única que parecía apoyarlo siempre era su verdadera
madre a quien también parecía oírle diciéndole “no te apures hijo que Dios es
grande y tu cambiaras, tu vida será mejor”. Quedó confirmado el día que se lo
dijeron a Rosa Lena: ni lo acusó ni lo defendió. Respondió a los reproches del
padre diciendo “es mi hijo y lo quiero como es”.
Gracias a sus buenos amigos de aventuras
consiguió empleo de nuevo, pero su modo de vida cambió muy poco, con varios
hijos en diferentes puntos del país, la familia se resignó a aceptarlo como
era, un hombre volátil pero amistoso, a penas emocionalmente controlado. Como
sucede con mucha gente, Yohalmo no se daba cuanta que estaba construyendo su
propio círculo, se estaba acorralando, y luego para salir de ahí tendrían que
dar un salto. Eso hizo antes que el vacío fuera de ese círculo se hiciera
imposible de ser burlado. Dejó atrás los hijos y se fue del país, allá
consiguió más mujeres y otros hijos llegaron a su vida. Finalmente llamó con
una buena noticia, un día fue poco para hablar por teléfono con sus familiares,
repetía que finalmente había encontrado el amor de su vida y que se llamaba
Evelyn.
Evelyn le salvó la vida, ella fue la única que
comprendió su manera de ser, que pasaba por alto sus vulnerabilidades, ella lo
transformó para hacer de él el hombre que el padre siempre quiso. Lo único que
hizo fue no hacer nada, aceptarlo como era, con el compromiso de que estuviera
en casa a una hora aceptable porque en su casa se haría el amor con él o sin
él, eso decía bromeando con seriedad. El se hizo una persona distante, dando la
impresión de que no necesitaba de nadie, se dejó absolver por los patrones de
la sociedad, se conformó con un apartamento, un vehículo, vacaciones y
salidas cada año durante el verano y no faltaba a la iglesia en compañía de
Evelyn y sus dos hijos.
Aún cambió más después que su madre murió de un
ataque al miocardio, apenas pudo llegar a tiempo para verla por última vez,
hasta le levantaron la tapa al ataúd antes de cementar la sepultura. Entonces
en lo adelante se conformó con los contactos con su madrastra y el
consentimiento de Evelyn.Un día bajo el efecto de alcohol llamó a su hermano
mayor, Heriberto, y le dijo con voz afligida cuanto le quería, que él siempre
tuvo razón cuando le aconsejaba.
Sin embargo se distanció de nuevo de su hermano, no podía ser su amigo, era un hombre muy distinto, tenía esa personalidad que él siempre quiso, esa soledad de la que el siempre huyó. Sabía bien que le había aconsejado correctamente desde el principio, pero él no era profeta que pudiera convencerle, después de todo que fuera su hermano no había sido su elección, como lo fue su mujer que tan bien se ocupaba de él.
Sin embargo se distanció de nuevo de su hermano, no podía ser su amigo, era un hombre muy distinto, tenía esa personalidad que él siempre quiso, esa soledad de la que el siempre huyó. Sabía bien que le había aconsejado correctamente desde el principio, pero él no era profeta que pudiera convencerle, después de todo que fuera su hermano no había sido su elección, como lo fue su mujer que tan bien se ocupaba de él.
Después de la muerte de su madre, Yohalmo se
apegó más a Evelyn y se alejó de sus medios hermanos, e inclusive se enemistó
con Heriberto, aunque nunca le dijo nada en su cara, le faltaba valor para
decirle que ahora si, que por primera vez estaba equivocado, porque ya él no
era un sinvergüenza, como Heriberto le dijo a Evelyn al presentarle el hijo
después de dos años de nacido. Aunque se quedó con la duda si Heriberto lo
había dicho en serio o embroma, no se dio cuenta que no había sido el primero
en calificarlo de sinvergüenza. Heriberto no se alarmó cuando le contaron lo
molesto que estaba su hermano por llamarlo de esa manera – tal vez ahora dejará
de serlo, que no hay mal que por bien no venga –dijo sin otro argumento.
Eran las dos de la madrugada cuando sonó el
teléfono, “tu padre acaba de morir” –le dijeron, “sal enseguida” –le ordenaron.
El llegó de nuevo apresurado, apenas con tiempo para verle por última vez ya
difunto. Venus le dijo las últimas palabras del padre: Díganle que lo quise
mucho… a mi sinvergüenza.
Regresó huérfano, pero ahora él sería más padre
que nunca, tuvo tiempo para pensarlo durante las cuatro horas de vuelo, sin
hablar con nadie, entonces se dio cuenta que ya el tiempo no era el mismo y que
apenas le restaba la fuerza necesaria para saltar a otro circulo, aunque estaba
vez trazado en el fondo de su corazón.