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La frase de apertura que titula este artículo se atribuye al jefe de campaña de Adolf Hitler: Joseph Goebbels, reconocido por su trascendencia en el proceso de ascenso de Hitler al poder y por el impacto de sus estrategias mediáticas en la creación de la identidad anti-semita.
Para Goebbels, al igual que para los adeptos a la filosofía maquiavélica (es decir, referente a la obra de Nicolás Maquiavelo), el acto de mentir debía ser analizado y evaluado más allá del prisma de la moralidad para extraer de él una utilidad innegable: la de influir en la sociedad.
De este modo, el político o la figura pública debía estar preparada para adecuar, deformar e incluso crear conscientemente versiones distorsionadas de los hechos y transmitirlos posteriormente a una audiencia que, si bien podía resistirse a su aceptación, terminaba cediendo — decía Goebbels — con la repetición de la mentira.
La mentira y el fraude son sin duda un flagelo emocional para quien se ve afectado por ello, pero ¿qué ocurre en el cerebro de quienes ejercen la deshonestidad?
¿Cómo se desenvuelve el proceso de escalada mediante el cual una persona pasa de emitir “pequeñas mentiras” a convertirse en un experto evasor de impuestos, estafador o embaucador de multitudes?
“LA PRIMERA VEZ QUE HACES TRAMPAS, TE SIENTES MAL POR ELLO. PERO ESO ES BUENO, FRENA TU DESHONESTIDAD. LA PRÓXIMA VEZ QUE HAGAS TRAMPA, YA TE HAS ADAPTADO”
Según un estudio publicado en la revista Nature Neuroscience, la clave está en cómo el cerebro de los mentirosos se va adaptando progresivamente al engaño. Para los investigadores, el impacto de la deshonestidad a nivel neuronal es de tal magnitud que incluso puede hablarse de un “mecanismo neural” que soporta la mentira, o en otras palabras: un principio biológico de adaptación que contribuye al fenómeno, llamado adaptación emocional. 
Para la realización del estudio, el equipo de investigadores de la University College London (U.C.L) reclutó a 80 adultos para participar en una tarea que implicaba estimar y asesorar a una pareja sobre la cantidad de dinero que había en un frasco de monedas, el cual contenía entre 15 y 35 libras esterlinas (entre 18 y 43 dólares, aproximadamente).
Los participantes observaron imágenes grandes y de alta resolución de los tarros durante tres segundos y se les dijo a su pareja (interpretada por un actor) que vería una imagen más pequeña del tarro durante un segundo. A los participantes se les dijo que la tarea de su pareja era estimar la cantidad de dinero de la jarra con su ayuda, la cual se daría a través de computadores enlazados. Esto permitió a los investigadores registrar las estimaciones de los participantes cuando no tenían ninguna razón para mentir.
Los participantes recibieron instrucciones distintas que les proporcionaron incentivos para ser deshonestos. La comparación de las estimaciones entre las situaciones honestas y deshonestas permitió al equipo medir los grados de deshonestidad.
Dependiendo del escenario, la deshonestidad podía beneficiar al participante a expensas de su pareja, beneficiar a la pareja a costa del participante, beneficiar a ambos o beneficiar al participante o a la pareja sin afectar al otro. En el primer caso, por ejemplo, se les dijo a los participantes que serían recompensados con base en qué tanto sobrestimara su pareja la cantidad de dinero en la jarra, mientras que su pareja sería recompensada por la exactitud. También se dijo a los participantes que su pareja no tenía conocimiento de estas nuevas instrucciones.
Los investigadores encontraron que la deshonestidad aumentó a lo largo de 60 presentaciones de la jarra, pero sólo cuando el beneficio era egoísta. Los participantes mintieron también cuando sólo su pareja se beneficiaba, pero esta deshonestidad permaneció constante. Cuando ambas partes se beneficiaban, los participantes mintieron más, sugiriendo que encontraron este tipo de deshonestidad más aceptable.
ESTE ESTUDIO ES LA PRIMERA EVIDENCIA EMPÍRICA DE QUE EL COMPORTAMIENTO DESHONESTO SE INTENSIFICA CUANDO SE REPITE
Para Tali Sharot, neurocientífica del U.C.L., las personas mienten más cuando es bueno para ellos y para los demás. Cuando sólo es bueno para ellos, pero se hiere a otra persona, mienten menos. No obstante, el experimento también mostró que la mentira sólo aumentó con el tiempo cuando el participante obtuvo algún beneficio, lo que sugiere que el interés propio es necesario para que la deshonestidad se intensifique.
“Este estudio es la primera evidencia empírica de que el comportamiento deshonesto se intensifica cuando se repite, cuando todo lo demás se mantiene constante”, explica Neil Garrett, neurocientífico cognitivo de la U.C.L. y autor principal del estudio.
Veinticinco de los participantes realizaron el experimento con apoyo de un escáner funcional de resonancia magnética (MRI), lo que permitió a los investigadores medir la actividad cerebral. El equipo se enfocó en áreas del cerebro previamente asociadas con la estimulación emocional, para lo cual se utilizó una base de datos de resultados de imágenes cerebrales. El área de mayor observación fue la amígdala, una región del cerebro conocida por responder y procesar las emociones.
Los investigadores constataron cómo la actividad en esta región fue inicialmente alta cuando los participantes mintieron, pero fue declinando con el tiempo durante actos subsecuentes de deshonestidad. Un punto a destacar es que las mayores reducciones en la actividad de la amígdala pronosticaron mentiras mayores más adelante. Esto sugiere que un mecanismo biológico (la adaptación) podría apoyar la deshonestidad.
“La primera vez que haces trampas, te sientes mal por ello. Pero eso es bueno, frena tu deshonestidad”, explicó Sharot. “La próxima vez que hagas trampa, ya te has adaptado. Hay menos de una reacción negativa para detenerte, y puedes mentir más”.
El equipo de Sharot considera que estos hallazgos podrían ser relevantes para una mejor comprensión de otros tipos de comportamiento, como la escalada de la toma de riesgos o el comportamiento violento.
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