sábado, 29 de julio de 2023

La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp


La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile: “Queremos ayudarlo: simpatizamos con lo que están tratando de hacer aquí”

El Archivo de Seguridad Nacional de EE UU publica una selección de documentos desclasificados que revelan “el lado más oscuro” del poderoso exsecretario de Estado con motivo de su centenario

Augusto Pinochet, Henry Kissinger

Pinochet recibe a Kissinger en su oficina, en una fotografía con fecha del 8 de junio de 1976, en Santiago de Chile.

BETTMANN (GETTY IMAGES)

Antonia Laborde

ANTONIA LABORDE

Santiago de Chile - 26 may. 2023 - 06:30

ACTUALIZADO: 26 MAY. 2023 - 13:00 CEST

Henry Alfred Kissinger cumple este sábado 100 años. Con motivo de su natalicio, el Archivo de Seguridad Nacional de Estados Unidos ha publicado una selección de documentos desclasificados que revelan “el lado más oscuro” del poderoso secretario de Estado estadounidense (1973-1977), y previamente consejero de Seguridad Nacional (1969-1975), durante los mandatos de los republicanos Richard Nixon y Gerald Ford. Uno de los asuntos en los que pone especial énfasis la publicación de documentos es el papel que desempeñó Kissinger en la estrategia de hostilidad y presión para favorecer el derrocamiento del Gobierno socialista de Salvador Allende. También, en el apoyo estadounidense para consolidar la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile (1973-1990). En la transcripción de una reunión privada sostenida en Santiago en 1976, el estadounidense, cuyos asesores le habían recomendado mostrarse crítico ante el dictador por las violaciones a los derechos humanos, le dio un espaldarazo: “Queremos ayudarlo, no perjudicarlo”.


“Simpatizamos con lo que están tratando de hacer aquí”, afirma Kissinger en representación del Gobierno de Nixon, “hizo un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende”. Y añade su visión personal: “Mi evaluación es que usted es víctima de todos los grupos de izquierda del mundo y que su mayor pecado fue derrocar a un Gobierno que se estaba volviendo comunista”. El encuentro en Santiago se produjo cuando se estaba celebrando la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la capital chilena. El secretario de Estado también comenta a Pinochet que retrasó su discurso de aquel día para advertirle con anticipación que en su intervención se referirá, brevemente, al informe elaborado por la Comisión de Derechos Humanos de la OEA sobre la situación en el país sudamericano. Kissinger se excusa en que lo hará para evitar que el Congreso estadounidense, donde hay “problemas” por el tema de derechos humanos, apruebe sanciones en contra de Chile. “Quería que entendiera mi posición. Queremos tratar con persuasión moral, no con sanciones legales”, agrega ante Pinochet.


Una página de la transcripción de la reunión privada entre Kissinger y Pinochet.

Una página de la transcripción de la reunión privada entre Kissinger y Pinochet.

ARCHIVO DE SEGURIDAD NACIONAL EEUU

Durante la conversación, Kissinger insiste al dictador que sería “de gran ayuda” si anunciase las medidas que están adoptando en materia de derechos humanos. Lo primero que respondió Pinochet sobre el asunto fue: “[El país está] Volviendo a la institucionalización paso a paso. Pero constantemente estamos siendo atacados por los democristianos. Tienen una voz fuerte en Washington. No en el Pentágono, pero llegan al Congreso. [El diplomático Gabriel] Valdés tiene acceso. También [el excanciller de Allende, Orlando] Letelier”.


En septiembre de ese año, Letelier fue asesinado en Washington en un atentado con una bomba adosada a su coche. Las autoridades estadounidenses tardaron años en reconocer que Pinochet ordenó su muerte; el primer acto terrorista patrocinado por un Gobierno extranjero en la capital de EE UU. Para calmar la aprensión del dictador sobre los democristianos, el secretario de Estado le aseguró que no estaban influenciando en el Ejecutivo y que desde 1969 no había visto ninguno en Washington. “Quiero ver que nuestras relaciones y amistad mejoran. Alenté a que la OEA tuviese aquí [en Santiago] su Asamblea General. Sabía que eso le añadiría prestigio a Chile. Vine por eso”, reconoce Kissinger.


En el encuentro en Santiago, Kissinger también le recomendó a Pinochet que los anuncios en materia de derechos humanos que podría usar para obtener cierto rédito político pasaban por asegurar las garantías constitucionales, divulgar el número de prisioneros en Chile y confirmar el derecho de habeas corpus (que permite a los detenidos ser conducidos inmediatamente ante un juez si así lo piden). Además, le aconsejó comunicarlas como un paquete de acción política con la finalidad de conseguir un “mejor impacto psicológico”.


Peter Kornbluh, analista senior encargado del país sudamericano en el Archivo de Seguridad Nacional, con sede en Washington, concluye que “Chile es el talón de Aquiles de Kissinger”. “Todos hablan del legado de Kissinger por su centenario. Ese legado son las transcripciones de estas grabaciones, la verdadera evidencia del lado oscuro de su impacto en el mundo. Estos documentos nos lo recuerdan. Son como haber tenido una mosca en la pared de su oficina escuchando lo que se hablaba”, sostiene por teléfono Kornbluh, que lleva años estudiando al dictador y ha analizado los documentos desclasificados.


Tras la detención en Londres de Pinochet en 1998, a los 83 años y acusado de crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, Kornbluh escribió el libro Pinochet: los archivos secretos (Memoria Crítica, 2003). Ahora, a finales de junio, publicará un nuevo volumen: Pinochet, desclasificado (Catalonia), donde sigue profundizando en el papel de Kissinger en la dictadura chilena, con mención a estos documentos desclasificados. El autor promete en la nueva entrega “numerosas revelaciones”: “Es uno de los hombres vivos más poderosos y cuya reputación está manchada de sangre, desde Chile hasta Camboya”.


Más de 30.000 páginas de conversaciones secretas

El Archivo de Seguridad Nacional cuenta con más de 30.000 páginas de transcripciones de las conversaciones telefónicas de Kissinger, muchas de las cuales el político grabó en secreto. El registro histórico desclasificado no deja dudas de que fue el “principal arquitecto de los esfuerzos estadounidenses para desestabilizar” el Gobierno de Allende, postula la ONG que investiga y disemina los documentos. En las semanas previas a la toma de posesión de Allende en 1970, los registros de la CIA revelan que Kissinger supervisó operaciones encubiertas para fomentar un golpe militar que condujera directamente al asesinato del comandante en jefe del Ejército de Chile, el general René Schneider. Uno de los documentos revela también que el 15 de septiembre Kissinger mantuvo una reunión en la Casa Blanca con el presidente Nixon y el director de la CIA, Richard Helms, sobre Chile. Las notas del director de la CIA registran las órdenes de Nixon de “hacer gritar a la economía” y evitar que Allende asumiera el cargo de presidente.



Una vez que el médico socialista llegó al poder, Kissinger autorizó una intervención clandestina para “intensificar los problemas de Allende”. También para que se crearan las condiciones para que el derrocamiento pudiera ser factible, según las transcripciones de una reunión con el Consejo de Seguridad, celebrada solo tres días después de que Allende asumiera la presidencia.


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martes, 4 de julio de 2023

Este 4 de julio y la Tercera Guerra Mundial

 Eramis Cruz


Desde las playas, ríos, parques, el mismo territorio estadounidense, Ucrania, Siria, o Palestina, este 4 de julio marca una vez más, la historia con una lista de eventos trágicos, que mayormente son responsabilidad del sistema gubernamental estadounidense.

El desconocimiento empuja a muchos sanos ciudadanos a tomar la sartén por lo caliente, especialmente porque el pueblo de los Estados Unidos es mantenido con los ojos cerrados por la complicidad entre la prensa, los Servicios de Inteligencia, las instituciones fácticas, los poderes legislativos, y jurídicos. Nadie ve los cadáveres en la televisión, apenas se escuchan oraciones frívolas desde los púlpitos inaudibles de los templos. Dios sabe que las balas no discriminan entre niños, mujeres, minusválidos y señores de la tercera edad, funcionarios, ni trabajadores. 

Miles de ciudadanos, residentes y migrantes, en esta nación continúan cayendo impactados por las balas de criminales, policías, además de mercenarios delegados a países en guerras ridículas, se han constituido en la pesadilla americana e internacional.

Las armas de guerra vendidas a cualquier persona en muchos estados, y la facilidad para darles uso en cualquier escuela, centro comercial, e inclusive, iglesias y hogares de la familia, es un flagelo que no debe continuar. Es la manifestación localista de la política armamentista de este país, y muchos otros gobiernos también.

No es un día para celebrar, sino para lamentar, y hasta para protestar por esa política criminal que busca vender armas y dominar naciones, para la continuación de la explotación de los recursos ajenos, con el fin de acrecentar la riqueza, desigualmente distribuida, y sin miramiento ético. Ucrania ya está convertida en la nueva Vietnam del siglo 21.

USA cuenta con los medios para avanzar en una dirección de respeto a la autodeterminación de los pueblos, y aceptando la pluralidad de todas las potencias, puede contribuir para mantener la paz mundial para el florecimiento de la democracia. Primero admitiendo que la democracia es un sistema imperfecto solamente de los Estados Unidos y sus países satélites, por tanto no puede ser impuesta a millones de personas que no la conocen, y nunca la han practicado, como Rusia, Japón, India, China y prácticamente todo el oriente; Ni siquiera el Reino Unido, específicamente Inglaterra y España, que no han renunciado al sistema monárquico.

Esconder la verdad al pueblo no es una táctica constitucional, ni una política consecuente. Poner por encima de la soberanía de los pueblos los intereses de las corporaciones, y el dominio imperial cueste lo que cueste, sólo sirve para agudizar la crisis económica de la secuencia de administraciones endeudadas desde el año 2001, bajo la dinastía de los Bush. No hay que ni siquiera pensarlo otra vez, antes de votar por ellos, o por ningún otro, venga de donde venga, que patrocine tal desastre para la humanidad. Patéticamente, sin los dos partidos mayoritarios, somos un pueblo acorralado. Con eso cuentan Donald Trump y el viejo zorro de los Bush.



Eramis Cruz, tuvo sus inicios en su país como líder juvenil y educador sindical. Reside en los Estados Unidos desde 1978. Es charlista, promotor social, y escritor dominicano. Trabajó para tres departamentos de la Ciudad de Nueva York por 23 años. Ha publicado ocho obras literarias y múltiples artículos en periódicos y revistas. Fungió como secretario general del Instituto Duartiano de los Estados Unidos, y como juez suplente de la Junta Central Electoral de ultramar. Actualmente está retirado del servicio público, es administrador de la Editora Pie de Amigo, y se desempeña como secretario general de la Asociación de Dominicanos de New London, Inc., Connecticut. 

eramiscruz@gmail.com


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¿Por qué tantos jóvenes están cortando a sus padres?

Fortesa Latifi

Cosmopolitan explora el extraordinario aumento en el distanciamiento familiar en todo el país, y lo que está llevando a los millennials y Gen Zers a sus puntos de ruptura.

 POR FORTESA LATIFI PUBLICADO: 22 DE JUNIO DE 2023

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Getty/Khadija Horton


Jordan se crió en un hogar bautista del sur en Carolina del Norte, donde se esperaba que asistiera a la iglesia varias veces a la semana, aceptara a Jesucristo como el camino a la salvación y honrara a su madre y su padre. Ese último punto estaba allí mismo en los Diez Mandamientos. Entonces, cuando Jordan tomó la decisión de dejar de hablar con su padre, la elección desafió las lecciones de su educación, pero también fue por ellas. Estaba cansada de que le dijeran que las mujeres debían someterse a los hombres, una creencia ordenada por la religión en la que se crió. Ella había terminado de obedecer.

El distanciamiento familiar va en contra de lo que a la mayoría de nosotros se nos enseña de niños: que la familia es para siempre y que los lazos de sangre no se pueden replicar. Especialmente en culturas que valoran la cohesión del grupo por encima de los deseos y necesidades más individualistas, la familia no se considera tanto una elección como un hecho. Pero para las familias de todo Estados Unidos en este momento, ese hecho se está desgastando.

El distanciamiento familiar va en contra de lo que nos enseñaron de niños: que la familia es para siempre.

Si parece que los susurros de distanciamiento están en todas partes últimamente, en su chat grupal, en su hora feliz y, por supuesto, en TikTok, es porque los datos son asombrosos. Karl Pillemer, profesor de la Universidad de Cornell y autor de Fault Lines: Fractured Families and How to Mend Them, descubrió que en 2020, el 27 % de los estadounidenses mayores de 18 años estaban separados de un familiar. Eso es más de una cuarta parte, aunque la proporción real podría ser mucho mayor porque muchas personas todavía se muestran reacias a hablar de un tema tan personal y estigmatizado. Aunque hay una falta de investigación a largo plazo, Pillemer cree que las tasas de alejamiento están aumentando en los Estados Unidos y otros países occidentales, especialmente en personas blancas y no inmigrantes menores de 35 años. discutir sus propias crisis (el hashtag #ToxicFamily tiene 1.900 millones de visitas en TikTok) puede sugerir que las familias estadounidenses están rompiendo lazos en su punto más alto.



Si hay que creer en TikTok, las actitudes sobre el distanciamiento caen en líneas generacionales: los boomers acusan a los millennials y Gen Zers de ser demasiado rápidos para cortar el contacto, mientras que las generaciones más jóvenes responden diciendo que no tienen que tolerar un comportamiento inaceptable solo porque alguien está relacionado. a ellos por la sangre. Hoy en día, ciertos jóvenes parecen estar mucho menos comprometidos con la idea de la obligación familiar por encima de todo, incluso a costa de su propia felicidad.

Este contenido es importado de Tiktok. Es posible que pueda encontrar el mismo contenido en otro formato, o puede encontrar más información en su sitio web.

“Se han debilitado las normas que obligaban a las familias a mantenerse unidas sin importar lo que pasara”, dijo Pillemer, y señaló que las experiencias infantiles difíciles, las diferencias de valores y estilos de vida y las expectativas no cumplidas son algunos de los factores que impulsan el alejamiento. “Hay menos de una directriz abrumadoramente normativa que debes seguir con tu familia sin importar nada. Existe la sensación entre los jóvenes de hoy de que si la relación es aversiva durante un largo período de tiempo, tienen la capacidad de salir de ella”.



Lo generalizado que se ha vuelto el distanciamiento familiar también es evidente en la cultura pop. En su programa de entrevistas diurno, Drew Barrymore habla sobre su emancipación de sus padres a los 14 años y presenta a celebridades como Jennette McCurdy, autora del bestseller I'm Glad My Mom Died, y Brooke Shields, quien habló sobre su tumultuosa relación con su madre. . Pero a pesar de lo ubicuo que puede parecer el fenómeno, la realidad detrás de cada separación es tan individual como las familias mismas.

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Cuando Jordan, de 32 años, decidió dejar la iglesia en la adultez temprana, aumentó la tensión entre ella y su padre. Debido a que sus padres estaban casados, Jordan dice que se abstuvo de cortar con su padre a pesar de las peleas que tenían sobre religión, política y su salida de la iglesia. Pero después de una última llamada explosiva, Jordan colgó el teléfono y tuvo un “momento de claridad”. Se dio cuenta de que había terminado, hecho. Mirando hacia atrás, ella dice que él tiene suerte de que haya esperado tanto tiempo. Mientras él la llamaba y le enviaba mensajes de texto repetidamente, Jordan no se movió. “Es un privilegio extremo tener una gran relación con tus hijos adultos”, dice ella. “Siempre tuve la esperanza [mientras no hablábamos] de que tomaría mi silencio como una señal para recuperarse y disculparse conmigo”.

Threaded into so many of these stories is the hope that maybe the act of estrangement will bring the estranged closer.

The year after their estrangement, Jordan’s dad was hospitalized. She took a red-eye flight to be by her mother’s side and say her goodbyes to her incoherent father, who died after she got there. Now she finds herself grieving a complicated relationship. She thinks she did the right thing, but part of her grief is accepting that she’ll never know if, given more time, he could have ever changed.

Threaded into so many of these stories is the same hope Jordan had: that maybe the nuclear act of estrangement would eventually bring the estranged closer, like cutting hair to try to make it grow longer. That’s how it was for Rose, 21, who says she used to be “Daddy’s princess” before her father’s heroin addiction escalated to the point that Rose felt forced to make a choice. “I hoped that he would say, ‘Oh, my daughter’s no longer talking to me, I should try to fix that so I can talk to her or see her again,’” Rose says. “But sadly, he hasn’t chosen that.” There are so many things about her present life that she wishes she could tell her father: that she graduated high school and dyed her hair, that she got a job working with disabled children and brought a boyfriend home to meet her family. It all happens without her father and still, Rose hopes.


Quincee Gideon, PsyD, una psicóloga de Los Ángeles que se especializa en terapia de trauma, explica que las reacciones de las personas ante el distanciamiento familiar son mixtas y pueden cambiar a lo largo de la vida. “Algunas personas tienen muchas esperanzas de que su familia pueda cambiar”, dice Gideon. “Pero cuando la gente llega al distanciamiento, han pasado años tratando de establecer límites apropiados, vivir con decepción, aceptar los defectos de su familia y negociar de tantas maneras diferentes que el distanciamiento es un alivio”. Un paso tan significativo se realiza mejor con el apoyo de un terapeuta, recomienda Gideon. En su propia práctica, hace que los clientes tomen pequeños descansos del contacto con un miembro de la familia para medir el impacto emocional. "¿Valió la pena? ¿Fue un alivio? ¿Fue estresante de alguna manera que no anticipamos? Luego partimos de allí”.

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La relación entre Holly, de 24 años, y su madre emocionalmente reticente y abusiva fue tensa durante años antes de que ella diera el paso final de separarse. En primer lugar, Holly tenía que asegurarse de que se cuidara la logística: descubrió una forma de obtener su certificado de nacimiento y su tarjeta del Seguro Social, que estaban guardadas en la caja de seguridad de su madre en el banco. Holly terminó su relación con un mensaje de texto, escribiendo: “Espero que elijas un camino diferente en esta próxima parte de la vida, donde elijas la curación sobre la crueldad y la miseria. No estaré allí para verlo. Su madre bloqueó su número sin responder. En lugar del dolor que ha leído sobre el sentimiento de otras personas separadas, Holly sintió algo más: una sensación de paz.

“Espero que elijas un camino diferente en esta próxima parte de la vida, donde eliges la curación sobre la crueldad”.

Sabe que la gente puede juzgarla por sentirse aliviada. Un familiar cercano le dijo a Holly: “Ella es tu madre, deberías amarla”, lo que a Holly le resulta irritante. "Nunca le diríamos a una mujer que ha sido abusada [por su pareja]: 'Debes volver con él, con la persona que te lastimó y seguirá lastimándote'. Pero lo hacemos para las personas con padres abusivos, y hace yo muy enojado Si quisiera sentirme miserable y ansiosa todo el tiempo, volvería con mi madre”.



These stories of family estrangement awaken something almost ancestral in me. I’m Albanian—my parents are both immigrants from Kosovo—and I have never understood family as something to opt in or out of. Being a part of a family is one of the main anchors of my identity—without the knowledge of where I fit as a sister and aunt and cousin, I’m not sure who I would be. In my family, even as relationships are stretched to the point of breaking, it is almost always with the understanding that eventually, they will heal or at least enough time will pass that we can sit at a dinner table together and pretend nothing happened.

Research shows that there are cultural differences at play here. Pillemer, the Cornell professor, notes that the rate of estrangement is highest among white families and lowest among immigrant groups, Latinx families, and Black families. “There is much greater pressure to remain in the relationship among non-white and especially immigrant populations,” he notes. “People may be in extremely conflicted relationships, but they are very unlikely to say, ‘I never want to speak to you again.’” When Pillemer explains this, I can’t help but laugh. I think of the passive-aggressive behavior that lives at the core of some of the dynamics in my family, the unexplored conflict that is swept to the side to make room for a shared morning coffee. Part of me wonders what my family would look like if we entertained the idea that we don’t have to love each other unconditionally. Another bigger part of me is deeply comforted that we will almost certainly always have one other.


Pero para algunos, las brechas son simplemente demasiado profundas para superarlas. Tomemos como ejemplo a Ant, de 24 años, hija única que vive en Florida. El camino hacia el alejamiento de Ant de sus padres ultraconservadores se extiende desde una infancia abusiva y tumultuosa hasta su comprensión de sí mismos como queer y no binarios. El punto de ruptura llegó en el verano de 2016, cuando un tirador masivo mató a 49 víctimas en Pulse, un club nocturno LGBTQ+ en Orlando. Ant, que recientemente había tenido una cita con alguien que se suponía que estaría en Pulse esa noche, pasó la mañana después del tiroteo hablando con la hermana de su cita mientras intentaban localizarlos.

Sería fácil decir que a los jóvenes no les importa la santidad de los lazos familiares, pero no creo que sea cierto.

La madre de Ant respondió a la tragedia diciendo que el tiroteo no había ocurrido mientras que el padre de Ant usó un insulto contra las personas homosexuales. “Ese fue el gran momento”, recuerda Ant. Esperaron hasta que cumplieron 18 años y se graduaron de la escuela secundaria para hacerlo oficial, aunque la madre de Ant todavía los llama a veces. “Ella piensa que tiene autoridad simplemente por el hecho de que ella es la madre y yo soy el niño”, dice Ant. “Mientras tanto, puedo colgar el teléfono en cualquier momento. He encontrado una familia elegida que me ha permitido ser yo mismo y sentir que puedo hacer grandes cosas. Me siento muy libre”.

Después de tomar la ardua decisión de cortar con un miembro de la familia, los jóvenes se enfrentan a la abrumadora tarea de seguir justificando su elección, recopilando años de desaires y angustias en una explicación rápida que pueden transmitir en una tercera cita. Sin duda, los millennials y los miembros de la Generación Z tienen grandes expectativas para sus seres queridos y otorgan una mayor importancia a su propia paz, incluso si se produce a expensas de algo tan firme como la unidad familiar. Sería fácil decir que a los jóvenes simplemente no les importa la santidad de los lazos familiares, pero no creo que sea cierto. La forma en que una familia se une y se separa no es racional ni fácil de explicar: está increíblemente enredada. Cuando se tira de un hilo, todo puede desmoronarse. Y no creo que nadie lo suelte tan fácilmente.


Fortesa Latifi es una periodista con artículos en The New York Times, The Washington Post, Teen Vogue y más. Su trabajo se centra en las enfermedades crónicas, la salud mental y la forma en que la política afecta nuestra vida y nuestras relaciones diarias.

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domingo, 18 de junio de 2023

Un padre muy peculiar

Eramis Cruz


¡Conque día de los padres! Así que estamos de fiesta, y no es para menos. Felicidades para todos esos campeones que en verdad se lo merecen. Como lo es el marido de la vieja Margot que acaba de cumplir los 78 años y dice que todavía brinca la tablita.

Don Mario trota con zapatos en el estadio Julián Javier. Cuando lo conocí por primera vez traté de competir con él y me hizo sudar la gota gorda, no permitió que lo pasara. Después me confesó el secreto de su potencial físico. Me dijo que no consume alcohol ni come vegetales crudos, que no conoce el viagra, y que él y su vieja han vivido tan enamorados como dos tortolitos. “Un cuerpo vigoroso es la base para un alma sublime”, eso dijo y agregó:

soy hombre de poco comer. Ya no me extraña ver a Margot comiendo de pie, arrimada a la meseta de la cocina, y con los dedos. “Así me sabe mejor lo que cocino, viejo”.

Pensé que no me daría la oportunidad, pero ese día hablamos por un cubo y siete llaves. ¿Y cómo le va con los hijos? -le pregunté.

Me miró, y leí en sus ojos turbios el signo de la satisfacción.

“Con respecto a eso, debo decirte, que todo lo que sé, de mi padre lo aprendí, y usted debe saber que el que se junta con perro aprende a ladrar”.  

“Cuando yo conocí a Margot era lo que hoy llaman un mujerón”.

“Tuvimos nueve mocosos y todos son profesionales, porque desde un principio puse la ficha sobre la mesa cuando les dije: yo pago, pero a mí se me cumple”.

En lo adelante, siempre que tomaba mis vacaciones, el siguiente día, vestía mi atuendo deportivo, echaba sobre mi espada la mochila conteniendo un regalo para don Mario y un pintalabios para Margot. Estaba seguro que lo encontraría trotando con sus zapatos de cuero. Yo venía preparado para escuchar ese modo jocoso de contar los nuevos acontecimientos sazonados con algunos anécdotas de su pasado.

Como muchos otros, la pareja terminó viviendo en la ciudad de los rascacielos; el viejo hizo todo lo que estaba a su alcance por continuar la vida que llevó en su país, pero como sucede con los pájaros enjaulados, impedido de volar, la nostalgia fue cediendo a los límites de los diagnósticos seniles. 

Un día llamé a la viuda para consolarla, y unos años después la visité al hogar de ancianos. Sus ojos eran completamente azules y su mirada sin pestañeos, le di un abrazo, a pesar de los temores al COVID-19, noté una lágrima descendiendo por la jovialidad de su rostro.

“Escríbenos una novela -me dijo”.

“Mi querida Margot, no soy escritor prolífero, pero por usted bajaría una estrella del cielo.

Me sonrió con tal dulzura que me hizo recordar a mi propia madre.

Los hijos pagaron el costo del libro como un honor póstumo a la mujer que hizo de su marido el mejor de los padres. Margot se marchó con 50 de los residentes del hogar de ancianos. La pandemia los azotó como un torbellino desenfrenado.

Cada vez que recurro los círculos de la pista de aquel estadio, me parece oír los pasos firmes de don Mario sobre el asfalto.




Eramis Cruz, tuvo sus inicios en su país como líder juvenil y educador sindical. Reside en los Estados Unidos desde 1978. Es charlista, promotor social, y escritor dominicano. Trabajó para tres departamentos de la Ciudad de Nueva York por 23 años. Ha publicado ocho obras literarias y múltiples artículos en periódicos y revistas. Fungió como secretarios general del Instituto Duartiano de los Estados Unidos, y como juez suplente de la Junta Central Electoral de ultramar. Actualmente está retirado del servicio público, es administrador de la Editora Pie de Amigo, y se desempeña como secretario general de la Asociación de Dominicanos de New London, Inc., Connecticut. 

eramiscruz@gmail.com


miércoles, 14 de junio de 2023

Anti-Haitianism in the Dominican Republic: A bio-political spin?

 

Samuel Martínez* 

Bridget Wooding** 

*Universidad de Connecticut.

**Centro para la Observación Migratoria y el Desarrollo Social en el Caribe.

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RESUMEN

La Sentencia 168, sentencia del 23 de septiembre de 2013, dictada por la máxima instancia de justicia de la República Dominicana, el Tribunal Constitucional, ha sido comúnmente representada como un decreto que expulsa de la República Dominicana a todos los residentes haitianos no autorizados, y además despoja de la ciudadanía a aquellos nacidos en la República Dominicana de padres haitianos. Sin embargo, en conjunto, la evidencia es que la sentencia no busca la exclusión territorial de los haitianos y los descendientes de haitianos tanto como su inclusión en la economía política dominicana como ciudadanos de segunda clase, inmovilizándolos durante el tiempo que sea conveniente dentro de una subclase de carácter hereditario. Después de la sentencia, los antiguos «excesos» (de intimidación y expulsión masiva) han continuado y posiblemente empeorado. Pero más escalofriante aún es la adición de una reciente exclusión social legalizada y burocratizada. Los objetivos siguen siendo evidentemente antihaitianos. Sin embargo, lo que se busca no es expulsar a los descendientes de haitianos ni limitarlos visiblemente detrás de las alambradas, sino disuadirlos de acumular invisiblemente el capital humano, las credenciales económicas y los documentos de ciudadanía necesarios para aspirar a las comodidades y el respeto de la clase media. La sentencia señala así el cambio de un régimen señorial a un modo biopolítico de gobierno de grupos minoritarios, basado en el uso de nuevas tecnologías legales y de almacenamiento y recuperación de información. De esta manera, el nuevo modo biopolítico de exclusión anti-haitiana encaja mejor que el anterior con formas más variadas y flexibles de incorporación del trabajo haitiano a la economía neoliberal.

Palabras clave: República Dominicana; derechos humanos; derechos de las minorías; derechos de los migrantes; biopolítica; domínico-haitianos; inmigrantes haitianos

ABSTRACT

Sentence 168, handed down on the 23 September 2013 by the highest court of justice in the Dominican Republic, the Constitutional Tribunal, has been commonly depicted as the decree that expelled all unauthorized Haitian residents from the Dominican Republic, and further stripped the citizenship of those born in the Dominican Republic of Haitan parents. However, the overall evidence suggests that the Sentence did not seek the territorial exclusion of Haitians and their descendents so much as their inclusion in Dominican political economy as second-class citizens, paralyzing them for a convenient period within a hereditary sub-class. After the Sentence, the old «excesses» (of intimidation and mass explusion) have continued and possibly become worse. But even more chilling is the addition of a recent legal and bureaucratic social exclusion. The aims continue to be clarly anti-Haitian. However, the goal is not to expel the descendents of Haitians nor visibly fence them in, but rather to dissuade them from silently accumultating human capital, economic credentials and the necessary citizenship documents in order to aspire to the comfort and respectability of the middle class. The Sentence thus indicated a change in a feudal system toward a bio-political mode of governance over minority groups, based on the use of new, legal, technologies and the mass storage and recovery of information. Thus, the new anti-Haitian biopolitical mode of exclusion is more capable of using a greater variety and more flexible ways of incorporating Haitian labor into the neoliberal economy.

Keywords: Dominican Republic; human rights; minority rights; migrant rights; bio-politics; Dominican-Haitian; Haitian immigrants

La República Dominicana dio un nuevo giro legal en el manejo de la situación de los inmigrantes haitianos y los dominicanos de ascendencia haitiana. Gran parte del mundo se enteró por primera vez de los importantes acontecimientos que se desarrollaban en las relaciones de este estado caribeño con su vecino República de Haití el 23 de septiembre de 2013, cuando la Sentencia 168 del Tribunal Constitucional fue muy censurada por haber ordenado la expulsión de los inmigrantes haitianos no autorizados y la anulación de la ciudadanía de los dominicanos nacidos de padres que no residieron legalmente en el país. Aunque no se discutió mucho en ese momento, la sentencia no fue un acontecimiento repentino o aislado, fue más bien la culminación de un proceso de diez años de reforma legal anti-haitiana: desde principios de la década de 2000 se había forjado una nueva política de inmigración y ciudadanía, misma que fue enarbolada y expandida por la sentencia.

En este artículo se sostiene, primeramente que una juridicalización reaccionaria del exclusionismo antihaitiano ya estaba en marcha en la República Dominicana años antes de la Sentencia 168. Cabe denominar al proceso «juridicalización» porque la ley y los procedimientos burocráticos están suplantando el poder arbitrario como el medio principal para contener la libre movilidad, y las aspiraciones de ascenso socioeconómico de los haitianos y descendientes de haitianos. Dirigidos hacia objetivos reaccionarios son los mismos procesos legales en los que creen firmemente los guardianes de los derechos humanos a nivel internacional: la deliberación legislativa, la autoridad en los tribunales de justicia y el rechazo de la discriminación arbitraria a favor de procedimientos aparentemente no discriminatorios. Una especie de mimetismo inverso de los principios internacionales de derechos humanos de la no discriminación está al descubierto, por ejemplo, en la ausencia de las palabras «Haití» o «haitiano» en los instrumentos jurídicos de la última década. Este es el prejuicio modernizado, que se implementa mediante la aplicación de un barniz de normatividad legal sobre una arquitectura preexistente de exclusiones étnicas y raciales.

En segundo lugar, la juridicalización reaccionaria es algo más que el revestimiento de la xenofobia que antes era en gran parte informal, además ha traído cambios sustantivos, que caracterizamos como un giro biopolítico. Algo que marca el giro legal como un fenómeno «biopolítico» es que asume como objetivo hacer que la exclusión antihaitiana funcione menos a través de la vigilancia, la dominación violenta y el confinamiento físico o expulsión territorial de individuos, y más a través de la gestión pública, el almacenamiento computarizado de los registros civiles y la clasificación de poblaciones en una jerarquía de grupos desigualmente dotados por ley. Este giro biopolítico se ajusta a las demandas laborales más flexibles de la economía neoliberal de la República Dominicana; a los haitianos y los dominicanos de ascendencia haitiana ya no se les tratará de guardar dentro de los enclaves de exportación, sino que serán confinados socioeconómicamente, a perpetuidad, a un estado civil deteriorado y una posición económica hiper-explotable.

Nada de lo anterior tiene como finalidad minimizar la incertidumbre y la preocupación que la sentencia desencadenó entre los inmigrantes haitianos del país y los dominicanos de ascendencia haitiana. La resolución de la sentencia desencadenó expresiones justificadas de indignación entre dichas poblaciones y los partidarios de derechos liberales en el país y en el extranjero. A pesar de esta oposición pública y de la sociedad civil, la sentencia ha sido interpretada como vinculante tanto por el Ejecutivo Dominicano como por la legislatura, la cual respondió con amplias reformas de inmigración y nacionalidad; asimismo hace referencia a un caso que había sido presentado por una dominicana de ascendencia haitiana, Juliana Deguis Pierre (República Dominicana, Tribunal Constitucional 2013). Ella cuestionó la constitucionalidad de un edicto burocrático, ampliamente conocido como la Resolución 12/07, que ordena a las oficinas de registro civil dominicano a que se nieguen a expedir documentos oficiales a personas nacidas en República Dominicana, cuyos padres no ciudadanos no presentaron documentos oficiales de identidad dominicanos al registro del nacimiento de los hijos. Deguis, nacida en 1984 en la República Dominicana, hija de padres haitianos, había ido a una oficina de registro civil en 2008 con su partida de nacimiento para solicitar una Cédula de Identidad y Electoral, la tarjeta de identidad nacional requerida para una amplia gama de funciones legales y administrativas en la República Dominicana. En la oficina de registro, los funcionarios incautaron su certificado de nacimiento y se negaron a expedir la tarjeta de identidad. La sentencia rechazó la solicitud de Deguis de que se le devolviera su certificado de nacimiento original y de que se renovaran sus documentos de identidad dominicanos.

La sentencia del Tribunal Constitucional fue más allá, no sólo generalizando su decisión a todos los individuos en una situación como la de Deguis, sino también pronunciándose sobre asuntos que ni siquiera fueron discutidos en su caso. De igual forma, ordenó a varias ramas del gobierno que diseñaran y coordinaran esfuerzos para resolver el estatus de ciudadanía de los dominicanos de ascendencia haitiana, como Deguis, y los derechos de residencia de los ciudadanos haitianos indocumentados.

No sólo el alcance y los modos de reforma previstos por la Sentencia 168 eran nuevos. La sentencia -junto con las leyes que respondieron a sus directivas mediante el establecimiento de procedimientos para regularizar la residencia de extranjeros residentes no autorizados y la nacionalidad de los dominicanos descendientes de inmigrantes irregulares- constituye algo nuevo en la escena dominicana. Tampoco marca un retroceso al impulso genocida del «corte» de 1937 (la masacre ordenada por Trujillo en la frontera dominicana con Haití), sino una progresión en una nueva política de la República Dominicana hacia sus inmigrantes y su minoría haitiana, que conlleva la aplicación de la tecnología al control individual de la identidad y la división de la sociedad en segmentos que merecen protección estatal o abandono (Ajana, 2013:2). Michel Foucault utiliza el término biopolítica para hablar de cambios como éste, que empezaron a transformar el concepto de «población» y las ideas sobre el gobierno en los estados industrializados de Europa entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX (Virno, 2004:81). El giro biopolítico destaca una disminución en el derecho del soberano a tomar vida o dejar vivir y un aumento en el papel del gobierno en orquestar la distribución desigual de recursos de vida entre la ciudadanía.

En la República Dominicana de hoy se proclama la defensa de la soberanía como justificación de las reformas puestas en marcha por la Sentencia 168, si bien esas reformas marcan el paso a un nuevo estilo de control migrante/minoritario, más adecuado a una economía política neoliberal. El viejo estilo de control se emblematizaba por el espectáculo de la «esclavitud azucarera dominicana», nombre siempre inapropiado en la medida en que pocos braceros azucareros fueron cautivos, en todo caso se trataba de un régimen señorial, donde una soberanía extensa fue concedida por el estado a los productores azucareros. En las naciones, que antes de la reforma neoliberal eran las plantaciones azucareras, los jefes de las compañías eran soberanos menores, que ejercían la vigilancia directa y el control sobre los migrantes a través de los guardias de la compañía y supervisores de nivel inferior. El declive de la producción azucarera durante los 1990 y 2000 disminuyó las barreras geográficas a la movilidad que anteriormente limitaba a los inmigrantes haitianos y a los descendientes haitianos a las plantaciones azucareras y otros enclaves económicos. En su lugar, un nuevo sistema de control, esbozado por la Sentencia 168, busca instalar vallas institucionales para restringir la movilidad socioeconómica de los inmigrantes haitianos y los dominicanos de ascendencia haitiana. Lo que el nuevo sistema de control intenta bloquear no es la huida geográfica de las plantaciones, sino el escape socioeconómico de la pobreza y el trabajo pesado que se ejecutaría mediante un anhelado ascenso a la clase media por personas profesionalmente calificadas.

Bloquear la movilidad socioeconómica implica aparte de una vigilancia policial en los puntos de control de carreteras, el establecimiento de sistemas de información que posibiliten a los burócratas seleccionar quién obtenga acceso a qué tipo de documentos y, con eso, quién obtenga qué tipo de oportunidades económicas. Cercas invisibles de discapacidad burocrática son proyectadas por medio de la sentencia y su posterior legislación, para convertirse algún día en una forma de control del obrero haitiano que elimine en gran medida los modos forzosos de contención laboral que el estado patrimonial habilitó al servicio del capital exportador, bajo Trujillo y su sucesor, Joaquín Balaguer, presidente de la república de 1966 a 1978 y de 1986 a 1996 (Hintzen, 2016).

De esta manera, la sentencia, sus edictos y leyes asociadas no buscan la eliminación física de la presencia haitiana de la República Dominicana, ya sea a través de la limpieza étnica o la expulsión masiva. En todo caso busca la construcción de lo que Foucault (1980) llamó un nuevo «dispositivo» -estructuras de conocimiento y mecanismos institucionales, físicos y administrativos que potencian y mantienen el ejercicio del poder estatal- con el fin de suplantar los obstáculos físicos con unas barreras documentales y cibernéticas mucho más eficientes.

La Sentencia 168/13

Concretamente con el caso de Deguis, el alto tribunal dominicano confirmó que la Junta Central Electoral (JCE), la agencia que maneja el sistema del registro civil dominicano, tenía razón al negarse a emitir a Deguis una identidad oficial, sobre la base de la Resolución 12/07. El tribunal mantuvo la determinación de la Junta Central de que Deguis, nacida en República Dominicana en 1984 de padres haitianos, había sido incorrectamente registrada como dominicana al nacer, incluso nunca ostentó el derecho a la ciudadanía dominicana, por lo que ahora podía ser despojada legalmente de ella (Amnistía Internacional, 2013). El tribunal superior estipuló que su sentencia se aplicaba no sólo a Deguis, sino a todas las personas que compartían su estatus.

A finales de 2015, el ACNUR revisó y redujo su cifra inicial de 210 mil personas despojadas de la ciudadanía dominicana como consecuencia de la Sentencia 168. Esta nueva estimación, de 133 mil 770 personas despojadas de nacionalidad, únicamente incluye la primera generación nacida en el país de ascendencia haitiana, ya que no existen cifras consistentes para las generaciones posteriores. También excluye a los individuos nacidos de parejas étnicamente mixtas, que habían sido incluidos en la estimación anterior (Acento, 2016). Estas personas, si uno de los padres es dominicano, tienen el derecho constitucional a la nacionalidad dominicana. El ACNUR declaró que esta última cifra se revisaría a medida que se publicaran cifras oficiales sobre el número de personas a las que la Ley 169 del 2014 restableció efectivamente la nacionalidad dominicana después de haber sido despojadas de ella por la sentencia.

Inicialmente, periodistas y otros observadores extranjeros reconocieron la gravedad de la Sentencia 168, pero a menudo no lograron situarla de modo correcto como parte de recientes interpretaciones oficiales de leyes y decretos burocráticos, que ya habían tenido impactos negativos en los dominicanos de ascendencia haitiana durante las décadas de 1990 y 2000 (Martínez, 2014a). Por tanto, algunos antecedentes sociales e históricos podrían ayudar a llenar este vacío histórico.

En la República Dominicana se requiere presentar copias oficiales de los documentos de identidad para llevar a cabo distintas transacciones legales: obtener un pasaporte, inscribir a un niño en la escuela o renovar la cédula nacional de identidad. A su vez, la cédula es requerida rutinariamente como verificación de identidad para otras tareas (reclamar una remesa enviada por familiares en el extranjero). La Resolución 12/07, decreto emitido en 2007 por la JCE, exige que el personal de las oficinas de registro civil locales y las oficinas centrales de la junta no expidan cédulas o copias oficiales de actas de nacimiento o cualquier otro documento de registro civil, a quien aparezca en sus archivos bajo el registro de un padre que presentara un documento de identidad distinto de la cédula oficial, en específico se trata de hijos de inmigrantes no autorizados, no obstante la posterior Circular 32/11 que pretende derogar la disposición anterior 12/07. Después, dicha revocación anunció no haber tenido efecto porque fue emitida por la Dirección Nacional del registro civil y no por la Plenaria de la JCE (Movimiento por un Registro Civil Libre de Discriminación, 2011).

Durante las décadas anteriores a la de 1990, un número desconocido de personas de ascendencia haitiana nacidas en República Dominicana obtuvieron la ciudadanía oficial cuando los padres haitianos registraron el nacimiento de sus hijos usando tarjetas de identificación temporales para los trabajadores estacionales de la caña de azúcar (Garcia, 2006). Aunque el racismo antinegro ha dificultado el conseguir la ciudadanía dominicana a lo largo de varias décadas fue facilitada por funcionarios del registro civil a nivel local. Estos funcionarios de nivel local aprobaron la emisión de decenas de miles de certificados de nacimiento válidos a los hijos dominicanos de padres haitianos, a menudo sin solicitar ninguna prueba de identidad que no fueran las cédulas de identidad temporales (carnets temporeros o fichas) expedidas a los trabajadores temporeros por las empresas azucareras a su llegada de Haití. Rafael Trujillo, gobernante dictatorial del país de 1930 a 1961, siempre favoreció la emisión de la cédula a todos, como herramienta de control político.

Posteriormente, la política electoral y la creación de pequeños bolsillos de electores y clientes políticos agradecidos en las plantaciones azucareras con seguridad pudieron haberse involucrado en ello. En los 1980, las perspectivas del mercado del azúcar pasaron de optimistas a deprimidas y la permisividad oficial fue reemplazada por una restricción creciente. En 1990 se descubrió que a los hijos de ascendencia haitiana de origen dominicano se les negaban certificados de nacimiento bajo el pretexto de que la Constitución dominicana eximía a los hijos de las personas «en tránsito» del derecho del jus soli a la nacionalidad dominicana (Cedeño, 1992:139; Lawyers Committee for Human Rights, 1991:13-14). El Centro Cultural Dominico-Haitiano (CCDH), en 1997, encontró una clara indicación de que a los jóvenes se les impedía adquirir sus cédulas: se estima que un 80 por ciento de los dominico-haitianos de más de treinta años poseían una cédula, pero sólo el 30 por ciento de los menores de treinta años tenían este documento (CCDH, 1997:16).

En 2004, la Sección vii, artículo 10 de la Ley General de Migración (República Dominicana, 2004:22) declaró oficialmente que todo aquel que no fuera residente legal estaría, a efectos de la ley, «en tránsito» y, por lo tanto, los nacidos dominicanos con ascendencia haitiana quedaban excluidos del derecho a la ciudadanía de nacimiento (Baluarte, 2006:28). Desde hace algunos años se les niegan de forma provisional copias de sus documentos oficiales cuando los solicitan en las oficinas del registro civil. Mientras esperan la investigación de las historias de inmigración de sus padres, las personas afectadas viven en un limbo legal y su ciudadanía es revocada. Para el derecho internacional se trata de una forma de apatridia (van Waas, 2007:445-450): la relación de pertenencia que los afectados han tenido desde su nacimiento con el estado de su nacimiento queda suspendida y quizá anulada, sin tomar en cuenta si en la práctica es posible alcanzar la nacionalidad haitiana de sus antepasados inmigrantes. Miles han sido arrojados a una ciudadanía en limbo cuando al intentar renovar sus cédulas u obtener documentos oficiales de réplica para la matrícula universitaria o viajes al extranjero, la inspección de sus certificados de nacimiento constata que podrían ser descendientes de un residente irregular (Garcia, 2006:21). Ahora el gobierno argumenta que la exclusión «en tránsito» de los hijos de inmigrantes indocumentados del jus soli ha sido su política oficial desde siempre, si bien esa política careció de contenido jurídico público hasta la Resolución 12/07 de 2007; en ese momento, la JCE anunció que podría suspender la ciudadanía de cualquier solicitante en espera de una investigación forense de la situación migratoria de sus padres al nacer.

A pesar de que la decisión del 23 de septiembre iba más allá de confirmar la validez de la Resolución 12/07, la sentencia no contemplaba de forma explícita las deportaciones masivas, ni mucho menos las ordenaba. En cambio, la corte exigió grandes tareas que serían realizadas en el plazo de un año por otros tres sectores del gobierno, el Ministerio del Interior y la Policía Nacional con sus autoridades de Migración, la JCE y el Congreso Dominicano. En principio, el tribunal demandó a las autoridades de policía y migración que elaboraran una lista de los individuos que vivían en el país y que no tenían un permiso de residencia legal. En segundo lugar, encomendó a la JCE que recopilase una lista de «extranjeros» (es decir, los hijos nacidos en la República Dominica de padres extranjeros sin residencia legal) cuyos certificados de nacimiento hubieran sido «irregularmente» inscritos en el registro civil de la nación desde 1929 (el año en que la excepción «en tránsito» de la constitución a la elegibilidad para la ciudadanía jus soli se hizo efectiva). Un indicador clave de la inscripción irregular se relaciona con el hecho de si el nacimiento del niño fue registrado por los padres que llevaban una cédula legalmente expedida o algún otro tipo de documento de identidad, como un carnet temporero. La lista de JCE debería extenderse para incluir asimismo a aquellos que han sido fraudulentamente «cedulizados», al ser inscritos como hijo(s) de un dominicano que no era en realidad su madre o padre, última estrategia con frecuencia utilizada para obtener la cédula por haitianos y dominicanos descendientes de haitianos. La sentencia ordenó que dichas personas fueran despojadas de la ciudadanía dominicana si su nacimiento se remontaba a inmigrantes sin residencia legal permanente. En tercer y último lugar, el Tribunal Constitucional pidió al Congreso que elaborara un Plan Nacional de Regularización de Extranjeros Residentes no Autorizados, tal como ya se solicitaba en la Ley General de Migración de 2004. Ese plan tendría como objetivo proporcionar un camino a la residencia legal a los que carecieran de estatus legal y a los de origen dominicano que debían ser despojadas de su ciudadanía tras el análisis forense de sus certificados de nacimiento por parte de la JCE. Estas tres piezas fueron pensadas para encajar de manera unificada en un esquema legal, forense y administrativo.

Respuesta del gobierno dominicano

En el frente administrativo, un primer acontecimiento se suscitó en noviembre de 2013, cuando el presidente dominicano, Danilo Medina, decretó el Plan Nacional de Regularización de Extranjeros Residentes no Autorizados (PNRE, República Dominicana, Oficina de la Presidencia, 2013). El plan entró en vigor a principios de junio de 2014, con la eventual apertura de instalaciones especiales de registro en las oficinas del registro civil en 24 de las 32 provincias del país (OBMICA, 2015:4). Antes de que tuviera efecto era previsible incluso que muchos inmigrantes haitianos indocumentados no podrían reunir los tipos de documentos que solicitaban para probar su elegibilidad. Luego de la sentencia, Martínez (2014b) previó que aquellos que tuvieran empleo formal y propiedad propia tendrían un acceso más fácil a los documentos que atestiguaran el tiempo que habían vivido en la República Dominicana, el lugar donde estaban empleados y los vínculos familiares que tenían. Cabe destacar que éstos poseían una clara ventaja sobre aquellos que carecían de documentos que demostraran que merecían permanecer como residentes legales. Las cifras oficiales de la Oficina Nacional de Estadística (ONE, 2013), en la primera encuesta nacional de los inmigrantes en 2012 en la República Dominicana, anunció que 458 mil 233 personas no contaban con un estatus migratorio positivo.

Adicionalmente, en octubre de 2016 se notificó que 249 mil 830 personas se habían inscrito en el PNRE (34 por ciento mujeres y 66 por ciento hombres) (República Dominicana, Ministerio de Interior y Policía, 2016). Es importante precisar que un porcentaje muy pequeño de los que se inscribieron (menos de 10 mil personas), completaron la documentación requerida y se les concedió la residencia permanente, en realidad ese había sido el objetivo neto del programa. Una ventaja de este último estatus es que tal residencia legal es un requisito previo para que los extranjeros registren a sus hijos nacidos en la República Dominicana como dominicanos. Los decepcionantes resultados se explicarían de dos modos posibles, que la barra de documentación se estableció demasiado alta para que la mayoría de los inmigrantes irregulares fueran descalificados, o bien que el plazo para la regularización era muy corto, o ambos.

Un desafío particular para los indocumentados fue conseguir los papeles de identidad haitianos de los que muchos carecían. En apoyo del PNRE, las autoridades haitianas iniciaron un Programa de Identificación y Documentación de Inmigrantes Haitianos (PIDIH). A pesar del decreto de hacer operacional este programa en enero de 2014 (République d’Haïti, 2014), el gobierno sólo logró establecer cinco centros, uno de ellos en Barahona, en abril de 2015, días antes de que terminara el periodo de inscripción del PNRE. Alrededor de 45 mil personas lograron registrarse en la PIDIH, pero sólo el 5 por ciento recibieron sus pasaportes antes del vencimiento del proceso de inscripción para el Plan de Regularización, el 17 de junio de 2015.

Aquellos que se registraron en el PNRE pero no obtuvieron la residencia permanente han sido elegibles para estadías temporales de dos años; dichas residencias temporales llegarán a la fecha de su renovación, desde mediados de 2017 en adelante. La incertidumbre continúa en cuanto a los derechos que los migrantes temporalmente regularizados pueden tener a los servicios y subsidios gubernamentales, incluida la seguridad social. Aunque ciertas disposiciones complementarias se están poniendo en práctica, necesitarán intensificarse a fin de que los residentes legales condicionales y permanentes obtengan beneficios por encima de la suspensión de la deportación.

El Congreso dominicano prosiguió en mayo de 2014 con la referida Ley 169, estableció un protocolo especial para afirmar la ciudadanía dominicana de aquellos a quienes se les habían otorgado documentos de identidad oficiales previo a 2007 sobre la base del registro de su nacimiento en suelo dominicano (República Dominicana, Congreso Nacional, 2014). En el caso de los nacidos en República Dominicana de ascendencia extranjera cuyos nombres no aparecían en el registro civil, la ley también proporcionó un camino a la residencia legal y luego a la ciudadanía dos años después. La Ley 169 se caracterizó por ser una ley liberal, aun cuando indicó un principio básico de exclusión, acordado en una enmienda de 2010 a la Constitución Dominicana, que a los hijos dominicanos de inmigrantes no autorizados se les negaría la ciudadanía. En lo que respecta al derecho de los descendientes de haitianos a la nacionalidad del jus soli -cuestión tratada por la Ley 169- los observadores de la derecha xenófoba y de la izquierda liberal habían entendido que la Sentencia 168 era clara al confirmar que la ciudadanía sería revocada de manera retroactiva a los descendientes de inmigrantes no autorizados. La Ley 169 asentaba medidas contrarias a ese objetivo, en el preámbulo argumentaba que ni siquiera los registrados de modo indebido eran culpables si otros cometieron el error de registrarlos al nacer como dominicanos. Asimismo, se mencionaba el interés del Estado en proteger una gama de derechos individuales, incluyendo la igualdad, el desarrollo humano y la nacionalidad, como fundamento para establecer procedimientos con la intención de otorgar la nacionalidad dominicana a los nacidos en la República Dominicana. Esa concesión se distinguió como excepcional, con una fecha límite en 2007 vinculada a la elegibilidad, se fijaron fronteras que permitían a los autores de la ley conducirse con al menos tres requerimientos políticos: permanecer fiel a lo estipulado en la Sentencia 168, mitigar el enorme potencial de la sentencia de promover la disrupción social y el conflicto legal, y trazar una línea luminosa en el tiempo pasado mediante la cual no más hijos de haitianos sin derecho legal de residencia serían aceptados como nacionales dominicanos.

Como se ha comentado, la Ley 169 clasificó a las personas nacidas en el país de padres extranjeros residentes irregulares no como dominicanos sino como extranjeros. La ley dividió a estas personas en dos grupos. El grupo A comprende a los que poseían documentos oficiales de identidad dominicanos. Tal nacionalidad sería reconocida efectivamente porque el Estado asumió su error administrativo al efectuar el registro sin haber nacido en territorio dominicano. El grupo B contiene a aquellos que carecían de cualquier tipo de documento de identidad. A ellos la ley los clasificó como extranjeros en su propio país de nacimiento, además les obligó a seguir un proceso de naturalización a fin de conseguir la ciudadanía dominicana, aun cuando todo el tiempo la habían asumido como suya por derecho.

De inmediato, la ley sobrecargó a los proponentes de los derechos liberales de la sociedad civil dominicana con un dilema: cooperar, ayudando a los dominicanos que estaban en riesgo de convertirse en apátridas para presentar demandas legales sólidas al Estado, o mantener su superioridad moral rechazando todo el proceso como descaradamente antihaitiano. Las organizaciones de la sociedad civil vieron una valiosa oportunidad dentro de la Ley 169 para reducir la vulnerabilidad de las personas del grupo B, que no tenían documentos de identidad y por tanto se encontraban en riesgo de apatridia. Los activistas consideraron que el lado positivo de la ley fue que dio visibilidad a la situación de esas decenas de miles de descendientes de haitianos nacidos en República Dominicana cuyo nacimiento nunca había sido registrado. En ambos grupos los resultados en los hechos han sido mixtos.

En junio de 2015, la JCE publicó los nombres de alrededor de 55 mil personas del grupo A, a quienes en teoría les restauraron sus documentos dominicanos. Las organizaciones de la sociedad civil meses después informaron que muy pocos en la lista habían recibido sus cédulas (Acento, 2015). Dicha denuncia parece haber precipitado una nueva disposición administrativa 24/15 de noviembre de 2015 (El Caribe, 2015), revocaba la Resolución 12/07. Tanto la presión internacional como la local conminó para que al grupo A se le regresaran de manera más sistemática los documentos. El estatus de los defensores de derechos liberales en la sociedad civil dominicana, como interlocutores válidos con el Estado, se ha consolidado, al menos mientras los representantes de instituciones internacionales como Human Rights Watch o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos permanezcan de su lado (Diario Libre, 2016). No obstante, al asumir sus funciones en noviembre de 2016, la nueva Junta Central Electoral observó que apenas 13 mil personas del grupo A habían recuperado algunos de sus documentos.

El destino del grupo B es todavía más turbio. En teoría, las personas no registradas de ascendencia extranjera estaban obligadas a presentar sólo uno de los cuatro tipos de los documentos siguientes: a) un certificado de nacido vivo emitido por el hospital, b) una declaración jurada notarial con siete testigos, c) una declaración jurada de la comadrona, d) una declaración jurada notarial de parientes dominicanos. Con todo y eso, los solicitantes aseguran haber sido rechazados luego de que se les solicitó más de uno de los documentos o se añadió un documento a la lista, por lo común un documento de identidad de la madre. Este último requisito refuerza el sesgo de género en la Ley General de Migración de 2004, al exigir que las madres extranjeras registren a sus hijos nacidos en suelo dominicano a través de los «papeles rosados», diferenciándolos de las madres nativas y dejando de lado los derechos del padre en el proceso (Petrozziello et al., 2014). Los documentos de identidad de los padres de los solicitantes se incluyeron como requisito en las instrucciones difundidas por el Ministerio del Interior y la Policía el 9 de septiembre de 2015 para solicitar la inscripción en el Libro de Extranjería, como registro especial de los nacidos vivos de residentes extranjeros, creados por la Ley General de Migración. Las actas de nacimiento de las madres sólo serían aceptadas si se autentificaban legalmente y se traducían al español. En resumen, se requería una documentación adicional costosa, a pesar de que las instrucciones del ministerio del 9 de septiembre fueron retiradas después (Riveros et al., 2015:151-153).

Cualquiera que fuera a la razón, sólo unas 8 mil 755 personas del grupo B al finalizar el periodo de inscripción, el 1 de febrero de 2015, aprovecharon la oportunidad de inscribirse para la naturalización conforme a la Ley 169. Las autoridades informaron que 2 mil 464 personas habían recibido residencia permanente a principios de 2016 (Faxas, 2016). Así, las perspectivas de naturalización definitiva entre el grupo B como dominicanos siguen siendo inciertas.

Exclusionismo anti-haitiano: la nueva generación

Los tres años siguientes a la sentencia vieron la indignación inicial dar paso primero a un optimismo cauteloso y luego a la decepción. El gobierno de Santo Domingo parecía ceder a la defensa local y de ultramar al mostrar una voluntad de regularizar los estatus de los indocumentados y de personas apátridas por la anulación de su ciudadanía. Sin embargo, como ya se demostró, ahora que los periodos de registro han expirado, los tres procesos han dado resultados mixtos.

Con probabilidad, el futuro brindará razones aún más alarmantes. Una medida que la Ley 169 no modificó y que casi no se discutió en los debates públicos sobre el despojo de la nacionalidad, es la que excluye «lícitamente» de la ciudadanía a los hijos dominicanos de inmigrantes indocumentados nacidos después de 2007. Quizá este grupo de dominicanos de nacimiento sin ciudadanía crezca gradualmente a proporciones de crisis, ya que el PNRE no alcanza a contabilizarlos a todos, el número continúa ascendiendo. En perspectiva, lo que se contempla tácitamente en el corpus de la juridización reaccionaria -sobresalen la Ley General de Migración, la Resolución 12/07, la Constitución de 2010 y la Sentencia 168- no es la expulsión territorial de haitianos y descendientes de haitianos, sino su incorporación como personas de segunda clase en la economía política dominicana. A los descendientes de haitianos se les excluirá no necesariamente del territorio dominicano, sino de los beneficios más importantes de la ciudadanía dominicana. En ese sentido, lo más escalofriante no es la expectativa de que los «excesos» del estilo antiguo continuen (aunque de esto queda poca duda), sino la adición a esos abusos de un nuevo estilo de exclusión legal y burocratizada. La distinción entre el viejo exclusionismo y un nuevo exclusionismo «biopolítico» es fundamental referente a lo que se pretende plantear y demanda una mayor explicación.

El exclusionismo antiguo consiste en abusos que han sido conocidos por los defensores de los derechos durante décadas y que han sido descritos de modo extenso por Human Rights Watch (2015, también Boalt Hall School of Law, 2002; Granne, 2001). Cualquiera que parezca o suene «haitiano» a la policía, los militares o los funcionarios de migración, es vulnerable a golpizas, acoso e incluso expatriación sin el debido proceso. Las expulsiones extrajudiciales han sido tema de particular preocupación de los derechos humanos internacionales y han ocurrido a un ritmo acelerado desde que el primer gobierno de Leonel Fernández PLD tomó el poder en 1996. Decenas de miles de haitianos indocumentados han sido repatriados cada año a través de procedimientos que ignoran estándares mínimos del proceso adecuado. En contravención de la disposición de la ley dominicana de los derechos del justo proceso a los extranjeros en los procedimientos de deportación, las expulsiones a Haití se realizan en cuestión de horas o días después de la detención, sin autorización judicial ni una comparecencia ante un tribunal. Probablemente la derecha xenófoba incremente la presión para expandir aún más las expulsiones, en especial si los resultados alcanzados a través del PNRE y la Ley 169 continúan fallando en lograr lo que el Tribunal Constitucional ha ordenado. En enero de 2016, Jonathan Katz (2016), reportero del New York Times, reveló que miles de inmigrantes y dominicanos del grupo B se habían agrupado en un asentamiento provisional de desplazados forzosos, Parc Cadeau, justo al otro lado de la frontera haitiana desde la ciudad suroccidental dominicana de Pedernales. Según Katz, varias de estas personas desplazadas habían sido hostigadas por nacionalistas dominicanos para repatriarse o expatriarse a Haití al temer por su seguridad. Tal parece que el uso de las vejaciones al estilo antiguo mediante amenazas y fuerza bruta sigue vigente.

Es todavía peor el efecto del fallo de la corte sobre las generaciones futuras de personas dominicanas de ascendencia haitiana. Serán ellos los que se enfrentarán al amargo destino de no tener acceso ni a la ciudadanía dominicana ni a las medidas de regularización promulgadas por el Presidente Medina y el Congreso Dominicano. En la comprensible urgencia que se ha otorgado a la difícil situación de los dominicanos que se convirtieron en personas apátridas a consecuencia de la anulación de la nacionalidad, se ha prestado poca atención al futuro de los niños nacidos de padres que no residen legalmente en el país desde 2007. Dentro de la nueva forma de exclusión «normativa» y burocratizada, apoyada y esbozada por la Sentencia 168, el estado civil deteriorado de los padres inmigrantes indocumentados, ahora será heredado a perpetuidad por sus hijos nacidos en territorio dominicano y por sus descendientes. La exclusión de la ciudadanía jus soli perseguirá a los niños nacidos después de 2007, incluso a aquellos que pudieran sentir un alivio de su pesadilla al ser retroactivamente despojados de la ciudadanía. Las oportunidades de los futuros descendientes haitianos de escapar de la pobreza estarán amuralladas, no por cercas de alambre de púas y guardias de armas (Martínez, 2012), sino de forma invisible por documentos de identidad, bases de datos computarizadas y guardianes institucionales. Más probable que la deportación en masa y casi tan aterrador es la creación de una nueva y cada vez mayor clase de ciudadanos con discapacidad civil, personas que en términos culturales son dominicanas pero que ostentarán ciudadanía extranjera (haitiana) o no gozarán de ciudadanía en absoluto. Los primeros serán funcionalmente apátridas si no tienen la intención de vivir en Haití y los últimos serán apátridas de manera formal y aunque parezca irónico incapaces de salir del territorio dominicano a menos que sean expulsados. Los miembros de esta minoría interna permanentemente desnacionalizada tendrán, en el mejor de los casos, oportunidades desiguales para obtener títulos universitarios y visas para viajar al extranjero, ejercer derechos de propiedad legales, los canales a través de los cuales los dominicanos por millones han buscado movilidad social ascendente. Así, las reformas de nacionalidad que los nacionalistas dominicanos defienden como un medio para frenar el crecimiento de la presencia haitiana, con seguridad tendrán el efecto contrario, de hacer más difícil que los descendientes de haitianos abandonen la República Dominicana.

¿Un giro biopolítico?

La lógica de la Sentencia 168 no es la limpieza étnica, ni la esclavitud moderna, ni siquiera la aplicación obligatoria de la ley de inmigración, sino una legalización del no-otorgamiento de la ciudadanía y los derechos. El bloqueo al acceso de los descendientes de haitianos a las escalas de adelanto socioeconómico, como la educación y los viajes al extranjero, obstaculizará su capacidad para realizar su máximo potencial humano y, por ende, los confinará, sin guardias, puertas cerradas o cercas, a vidas de subordinación, explotación injusta y pobreza. Mediante las nuevas tecnologías legales y de la información, los descendientes de haitianos no quedarán físicamente detrás de las vallas de alambre de púas, sino imposibilitados de acumular capital humano o credenciales económicas como títulos universitarios y visados de viajes internacionales, necesarios para conseguir comodidad y respeto. Esta restricción civil de las capacidades de los descendientes de haitianos es lo nuevo y posiblemente más peligroso de la Sentencia 168. Juridicalizar una antigua agenda antihaitiana por medio de normas legales y administración de datos burocráticos, más que cubrir viejas formas de maltrato bajo una capa de legitimidad jurídica, también implica una nueva forma de control, más insidiosa y más difícil de evadir de lo que fue el antiguo exclusionismo.

La novedad de este giro es subestimada y merece un escrutinio. Evidencia de lo poco que se entiende la situación actual en el extranjero, incluso entre personas bien informadas sobre noticias latinoamericanas; un colega en literatura latinoamericana nos comentaba que los recientes acontecimientos en la República Dominicana eran «como un regreso a 1937» (año de la masacre de Trujillo a decenas de miles de personas de ascendencia haitiana en áreas de la frontera con Haití). Es cierto que el genocidio es más una técnica del estado moderno que un antiguo atavismo (Foucault 1978:137) y, al igual que los asesinatos masivos de 1937, la Resolución 12/07 y la Sentencia 168 son actos a través de los cuales los líderes del estado promueven la consolidación nacional mediante la exclusión del otro, nacional y racialmente definido. Sin embargo, resulta determinante que la Resolución 12/07 sea, como dijo el periodista dominicano Juan Bolívar Díaz (2011), un «genocidio civil» y no un genocidio armado. Mientras que la aspiración nacionalista es todavía hoy cimentar una frontera etnoracial con Haití, los medios previstos por la Sentencia no son amenazas, golpizas, asesinatos y expulsiones sino tecnologías burocráticas de registro personal y manejo de datos. En esencia, es fundamental que las armas favorecidas de exclusión biopolítica no sean escopetas y alambradas sino computadoras y documentos del Registro Civil.

No somos los primeros en caracterizar estos recientes desarrollos en el exclusionismo antihaitiano como un giro biopolítico (Lippmann y Marcelino, 2014:167-168), al marcar una progresión lenta pero discernible del «derecho a tomar vida o dejar vivir» Trujillista y hacia «un poder para fomentar la vida o prohibirla hasta el punto de la muerte» (Foucault, 1978:138). Foucault (1978:Ch. 5), en su tan citado capítulo, «Derecho de muerte y poder sobre la vida», acuñó el término «biopolítica», cuyo significado es la creación de nuevas formas de conocimiento sobre la sociedad y la población, y luego cómo ese conocimiento se usa en el gobierno. La biopolítica es una cibernética social que funciona clasificando subpoblaciones, en niveles que van desde el individuo a la población en su conjunto, ya sea por medio de diversas cuantificaciones de hechos o mediante la cartografía de la desviación humana de las normas, o ambos. Existen diversas acciones clave del gobierno en torno a la biopolítica: encuestas, registros, asignaciones y sistemas de recuperación e integración de información en registros civiles, escuelas, policía y ejército, o más generalmente, «las previsiones, las estimaciones estadísticas y las medidas generales (...) mecanismos de seguridad (...) instalados alrededor del elemento aleatorio inherente a una población de seres vivos para optimizar un estado de vida» (Foucault, 2003:246).

La línea entre «hacer vivir» y «dejar morir» se dibuja cuando el Estado otorga a un ciudadano condiciones de prosperidad humana o retiene derechos a quienes caen en el lado equivocado de la norma dentro del esquema clasificatorio del estado de regularización. El estado biopolítico mejora las condiciones de vida de un segmento de la población mientras que el otro es desechable debido a la negligencia. En un extremo, durante los estados de excepción, el descuido puede agravar la persecución y reducir ciertos segmentos enteros de la ciudadanía a la mera supervivencia biológica, sin derechos o incluso su conversión en objetivos de eliminación, como ocurrió con judíos, gitanos y otros en los campos de concentración nazis. «Vida desnuda» es el nombre que el filósofo Giorgio Agamben (1998) otorga a esta condición de ser biológicamente vivo pero sin derechos. Los teóricos políticos John Lechte y Saul Newman (2013:13) afirman de manera categórica: «Los refugiados, solicitantes de asilo y migrantes ‹ilegales›, debido a su falta de estatus legal y político, se reducen precisamente a una ‹vida desnuda›». En vez de emplear esos artificios retóricos, creemos que es más exacto decir que los inmigrantes haitianos y los dominicanos de ascendencia haitiana están siendo relegados a los peldaños inferiores de un sistema de variegated citizenship, lo que los vuelve más vulnerables al daño, a muertes tempranas y prevenibles, que Foucault lo denomina ser «dejado a morir».

La etnóloga Aihwa Ong (1999:217) percibe el funcionamiento de sistemas de variegated citizenship en diversos estados de acogida de inmigrantes, «en los cuales las poblaciones sometidas a diferentes regímenes de valor disfrutan diferentes tipos de derechos, disciplina, cuidado y seguridad». Bajo esquemas de variegated citizenship «algunos sujetos están investidos de derechos y recursos, otros son descuidados de manera directa» (127). Mientras que los resultados varían, la privación resultante en extremo puede ser mortal. Proyectada en la geopolítica, principalmente a través del control migratorio, la biopolítica perpetúa «la distribución del mundo globalizado en ‹zonas de vida› (donde los ciudadanos están protegidos por una serie de técnicas de salud y seguridad) y ‹zonas de muerte› donde existen ‹vidas sin valor› (que están expuestas a enfermedades, accidentes y guerras, y son dejadas a morir)» (Campbell y Sitze 2013:19). Todavía más, el asentamiento de desplazamiento forzado de Parc Cadeau puede incluirse entre las «zonas de muerte» del mundo.

Lo que también marca ese momento como biopolítico es que trae a consideración distintas cuestiones de lo que significa para el gobierno dominicano ser un Estado y gobernar, asuntos que Foucault llamó gouvernemantalité (gubernamentalidad). Él mismo en sus conferencias sobre el nacimiento de la biopolítica, abordó la gubernamentalidad como un aparato de poder administrativo «que tiene como objetivo a la población, a la economía política como su principal forma de conocimiento y a los aparatos de seguridad como su instrumento técnico esencial» (Foucault, 2007:108-09). Silenciosamente cirniéndose sobre la Sentencia 168 se encuentra la distancia entre el Estado dominicano tal cual es y el estado que la sentencia presenta como «el que debe ser construido» (Foucault, 2008:3-4). Cuando se ordenó la compilación de listas de todos los inmigrantes sin estatus legal del país y de todos los individuos irregularmente cedulizados en menos de un año, el Tribunal Constitucional imaginó una burocracia estatal de muy alto funcionamiento. La brecha entre este estado imaginado y el actual estado dominicano conduce a la incógnita de si el fallo tenía grandes espectativas o estaba en realidad diseñado para fracasar. De cualquier manera, una agenda velada de la sentencia fue la de mejorar la inteligencia, la burocracia, la policía y las tecnologías legales para llevar a cabo sus fines; para que el Estado dominicano, en suma, pudiera gobernar más como debería.

En consecuencia, la JCE, cuya función principal fue en un principio garantizar el proceso electoral, está apostando ahora, con agresividad, a la pretensión de ser un garante biométrico de la seguridad nacional. La tecnología se concibe como el próximo baluarte contra la temida haitianización: procesos en curso de digitalización de documentos básicos del registro civil, eliminación de individuos «cedulizados» de manera irregular e introducción de una cédula nueva, «segura», con los datos biométricos únicos de su titular, todos son proyectos de alto perfil, que dan esperanzas a los nacionalistas dominicanos de que un muro biopolítico virtual pronto podrá lograr una exclusión más absoluta de lo que jamás podría haber logrado una policía de gran alcance. Resta observar si el Estado dominicano estaría a la altura de esa aspiración. Lo que no se puede negar es que una poderosa coalición de actores políticos apoya el proyecto de la JCE con el objeto de que se convierta en el constructor tecnológico tácitamente imaginado por la sentencia. Y aquí, una vez más, la conformidad se coloca por encima de la desviación de los estándares globales de gobierno: medidas de seguridad exigidas por los Estados Unidos y la Unión Europea y subcontratadas de forma contractual por empresas multinacionales para el desarrollo son adoptadas pero luego transformadas con el propósito de alcanzar metas exclusionistas de carácter étnico.

Cabe mencionar que lo que para nosotros marca las tendencias recientes en el antihaitianismo como «biopolítico», es que se preveé un nivel de control estatal hasta ahora nunca imaginado, además dicho control se ejercerá cada vez menos íntimamente, «de primera mano», por el ojo del policía y por su bastón, y cada vez más institucionalmente, «por control remoto», a través de documentos y mecanismos de gestión de datos. Ello no representa una disminución de la ley a favor de la norma, sino una redefinición de la ley con la intención de trabajar menos como un instrumento para el confinamiento de los individuos y más como un instrumento para la clasificación y manejo de las poblaciones como conjuntos diferenciados. A fin de tomar el lugar de la fuerza directa, interpersonal y la vigilancia constante, la Sentencia 168 anticipa una dotación selectiva, legalmente codificada y administrada de modo burocrático, a distintos niveles de la población. Entre las líneas de la sentencia existe un muro virtual que permitirá la entrada selectiva a los haitianos, según sea necesario; no obstante, su estancia será precaria y nunca consentirá que la población de ascendencia haitiana pertenezca plenamente a la sociedad dominicana.

Este objetivo concuerda con un tercer y frecuente comentado aspecto de la biopolítica, que Foucault enfatizó en su obra posterior sobre la gubernamentalidad; se refiere a los efectos de la biopolítica respecto de la subjetividad de cada persona como individuo. La biopolítica forja cada sujeto en un autónomo «empresario de sí mismo, siendo para sí su propio capital, siendo para sí su propio productor, siendo para sí mismo la fuente de sus ganancias» (2008:226). Esto corresponde al ideal neoliberal del buen ciudadano como uno para quien el comando estatal es superfluo, porque responde de forma racional a los incentivos para seguir los canales establecidos por el poder. El buen ciudadano se responsabiliza de sí mismo sin intervención ni castigo (Hamann, 2009).

Aquellos que no pueden ejercer una responsabilidad efectiva (por ejemplo, reuniendo los documentos necesarios para demostrar que merecen residencia legal permanente), de acuerdo con la ideología neoliberal, no tendrán a quien culpar por «perder» más que a sí mismos: «El neoliberalismo gobierna al metaforizar el mercado como un juego, al metaforizar al Estado como su árbitro y al metaforizar a individuos y poblaciones como jugadores para quienes todas las opciones son en principio posibles -con la única excepción de la opción de no jugar el juego» (Campbell y Sitze, 2013:20). En ese juego, la responsabilidad se echa sobre cada individuo para demostrar su merecimiento de la protección estatal, los deberes y los derechos. Así, a medida que los procesos de regularización y naturalización se desarrollaron en la República Dominicana en 2014, 2015 y 2016, se evidenció que quienes podían producir un expediente con documentos de su escolaridad e historias de empleo en el sector formal, tenían una clara ventaja sobre aquellos sin un «papel legal» al aprobársele su nuevo estatuto jurídico, sin que se tuvieran en cuenta las diferencias en la capacidad de los individuos.

La nueva marca de exclusionismo antihaitiano ha estado tomando forma en la República Dominicana desde la aprobación de la Ley General de Migración de 2004. Esa ley equiparaba a los residentes no autorizados con personas «en tránsito», sin importar cuánto tiempo tales residentes extranjeros habían residido en realidad en el país. La torpe lógica mediante la cual un residente de décadas, se podría decir «en tránsito», hizo a los niños nacidos en la República Dominicana excluibles de la ciudadanía dominicana. Desde ese incómodo comienzo, una serie de revisiones de la ley ha buscado controlar a las personas de ascendencia haitiana cada vez menos mediante la fuerza arbitraria, y cada vez más a través de leyes codificadas y procedimientos burocráticos.

En el sueño del xenófobo, cada descendiente haitiano en la República Dominicana nacido después de 2007 llevará un documento oficial que lo verifique como sujeto a quien no le corresponden ciertos derechos. El objetivo no es la exclusión sino la inclusión con una restricción de capacidades. Y aun cuando se persigue un objetivo antiliberal, de crear una subclase proletaria permanente, una apariencia liberal de la normatividad legal prevalece la nueva exclusión. Con la aprobación de la Ley General de Migración de 2004, seguida por la Resolución 12/07 y luego la adopción de la Constitución Dominicana en 2010 para permitir la exclusión de niños de inmigrantes no autorizados de los derechos de ciudadanía jus soli, por las decisiones de los tribunales superiores dominicanos en 2005, 2011 y 2013, la base del exclusionismo antihaitiano atraviesa de la costumbre y la fuerza grosera, a la ley y la administración pública. Frente a ese telón de fondo histórico, la Sentencia 168 parece ser nada menos que el clímax de una tendencia de años.

Un nuevo antihaitianismo para una nueva economía política dominicana

Si este giro es o no «biopolítico» no es tan importante a nuestro juicio como lo es mantener un diálogo acerca de lo que es nuevo aquí. Consideramos que lo que hoy ocurre en la República Dominicana no es ni un regreso a 1937, ni una toma de posición defensiva de una elite prehistórica detrás de muros de piedra metafóricos. La novedad de la situación actual es irónicamente oscurecida cuando medios audiovisuales anticuados de justicia social (como el documental The Price of Sugar de 2007 y las constantemente reproducidas imágenes del pogromo antihaitiano en Pueblo Nuevo, Mao, de 2005) son desplegados ahora por activistas de derechos liberales con la finalidad de hacer las líneas del conflicto dramáticamente visibles. Ni las llamas y el clangor del pogromo ni las imágenes de los haitianos que se mantienen a punta de pistola detrás de alambradas de alambre de púas representan lo que la crisis es en el presente. En los últimos años, los inmigrantes haitianos y los dominicanos de ascendencia haitiana se mueven cada vez más libremente por el territorio dominicano, pero cada vez son menos capaces de escapar de los viciosos y cíclicos efectos de ser indocumentados, no calificados y sin credenciales. Las salidas de la pobreza están siendo burocráticamente selladas, incluso cuando las circunstancias económicas dejan a la mayoría de los descendientes de haitianos con la única opción de huir de un sector agroexportador senescente.

Algunos podrían preguntar qué diferencia hace si la contención social y económica de los descendientes de haitianos se hace de manera legal y burocrática o arbitraria y por la fuerza. ¿No es el resultado final que los descendientes de haitianos estén confinados a las labores relacionadas con el trabajo doméstico, el trabajo agrícola, la excavación de cimientos y el transporte de baldes de cemento en los sitios de construcción?

Una de las razones por las que importa es que el nuevo modo de exclusión concuerda mejor que el viejo con las demandas más variadas y flexibles de incorporación del trabajo haitiano. El reemplazo de las vallas físicas por barreras socioeconómicas se ajusta a la perfección con una nueva agenda política económica: mantener a los inmigrantes haitianos y los descendientes de haitianos necesitados y vulnerables, pero libres de moverse hacia donde su trabajo puede estar en demanda. Según el filósofo Paolo Virno, el control sobre la fuerza de trabajo (la capacidad de trabajo del individuo que Marx dijo se convirtió en una mercancía comercializable bajo el capitalismo) puede explicar por qué no es coincidencia que tanto la reforma de la migración/nacionalidad como una agenda neoliberal emergen simultáneamente en el post-1990 en la República Dominicana: «La vida está en el centro de la política cuando el premio que se gana es... poder de trabajo. Por esta razón, y sólo por esta razón, es legítimo hablar de ‹bio-política›» (Virno, 2004:83). Ello puede ser una manera abstracta de hablar de los matrimonios de la xenofobia con el oportunismo económico que se suscitan cuando los comentaristas de derecha denuncian la inmigración fuera de control, para llamar más inmigrantes al momento siguiente para sus trabajos de jardinería y construcción. En opinión de la politóloga y comentarista Rosario Espinal (2015), «la mayoría de los haitianos en territorio dominicano no se irá, ni serán repatriados ni legalizados, porque el Estado dominicano y muchos empresarios necesitan esa mano de obra barata para explotarla».

CONCLUSIÓN

Entre los nuevos y más destructivos efectos del legalizado exclusionismo antihaitiano actual es que mella más en la sociedad que el antiguo exclusionismo informal. Las primeras víctimas de la Resolución 12/07 han sido en su mayoría jóvenes adultos que habían estado seguros en su ciudadanía dominicana, siendo portadores de auténticas cédulas oficiales. Ahora, no sólo los oprimidos y los sin papeles, sino los aspirantes y los hasta ahora ciudadanos dotados, son objeto de exclusión como «haitianos». Pareciera que la frontera que sus antepasados cruzaron hace años se hubiera replegado en forma de fantasma legal/burocrático y, metafóricamente hablando, los hubiera cruzado nuevamente. La «frontera» es desterritorializada, proyectada a través del territorio dominicano «dondequiera que se encuentren los controles selectivos» (Balibar, 2002:34). Dichas «fronteras interiores» pueden ser tan evidentes como los puntos de control en las principales vías o tan sutiles como los mecanismos para solicitar servicios de salud pública, abrir una cuenta bancaria, acceder a prestaciones de desempleo y pensiones u obtener tarjetas nacionales de identificación (Ajana, 2013:57).

Esa tecnología legal/forense apunta a una segunda forma en la que el exclusionismo antihaitiano de hoy combina el atavismo moral con el progreso técnico: el despojo de identidad es una práctica de la ley y las tecnologías computarizadas del almacenamiento, recuperación e intercambio de datos. Si bien una vez los descendientes de haitianos sufrieron discriminación arbitraria, carente de fundamento jurídico claro, hoy el exclusionismo antihaitiano se encuentra cada vez más codificado legalmente, tecnológicamente vigilado y rigurosamente aplicado. Incluso la imagen de una huella digital que conforma el logotipo actualizado de la Junta Central Electoral (véase http://www.jce.gob.do/) parece presumir un compromiso con el aseguramiento de la biopolítica oficial. Los agentes del nuevo exclusionismo no son hombres que blanden escopetas a caballo, sino burócratas instalados en cubículos fuera de la vista pública.

Por último, el caso en cuestión merece ser estudiado como un cuento cauteloso para los derechos humanos internacionales. Mediante una serie de leyes, veredictos de tribunales superiores y medidas burocráticas internas en la República Dominicana, los nacionalistas dominicanos han contrarrestado una estrategia legal pro-derechos con una juridicalización reaccionaria del exclusionismo anti-haitiano. Nuestro temor es que los proponentes de derechos liberales estén apartando la atención del público de lo que es cualitativamente nuevo en el actual exclusionismo antihaitiano oficial, al destacar las expulsiones masivas y otros casos de violencia, intimidación o fuerza arbitraria, como rasgos principales del antihaitianismo dominicano. Nadie puede negar que tales actos de odio sean chocantes. Sin embargo, los liberales también deberían constatar no sólo la antigüedad del prejuicio antihaitiano sino también la novedad de los medios en que se despliega la República Dominicana. La seña principal de lo nuevo en esta situación consiste en la aparente paradoja de que los haitianos y los descendientes de haitianos son más libres de desplazarse por el país aun cuando su movilidad socioeconómica se halla más rígidamente contenida. Ahora libres de alejarse de las plantaciones de azúcar tan fácilmente como llegan (Verité, 2012:50), los descendientes de haitianos son, no obstante, incapaces de escapar de la sombra de los muros cibernéticos sociales a través de los cuales la ley y la burocracia los incluyen en una segunda clase, dentro de la condición de forasteros.

Agradecimientos: Damos las gracias a Karen Richman y Henry Carey por haber convocado el taller en la Universidad Estatal de Georgia sobre Haití-República Dominicana (19 de mayo de 2016), en el que se presentó una versión preliminar de este documento, así como al ponente Ernesto Sagás y a los otros participantes del taller por sus sugerencias detalladas y de apoyo para la mejora del mismo. De igual modo, reconocemos el magnífico trabajo de traducción que hizo Milena Almira del inglés. Los firmantes son, salvo que se indique de manera debida, los autores originales del contenido de este documento y son responsables también de todos los errores u omisiones que puedan quedar.

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Samuel Martínez estudió etnología. En 2016 fue galardonado con el Premio del Presidente de la Asociación Estadounidense de Antropología por su destacado servicio a dicha asociación. Fue miembro de la junta directiva de la Sociedad Estadounidense de Etnología en el periodo 2010-2014. Su principal área de investigación es la movilización de migrantes y los derechos de las minorías de haitianos indocumentados y dominicanos de ascendencia haitiana. Es autor de dos monografías etnográficas y varios artículos en torno de la migración, los derechos laborales y los ciudadanos haitianos y de ascendencia haitiana en República Dominicana. Con el apoyo del Proyecto de Discurso Público del Instituto de Humanidades de la Universidad de Connecticut, organizó una conferencia y un volumen contributivo que examina la tendencia cismática de la representación actual contra la trata y la esclavitud.

Bridget Wooding es experta en migración desde los enfoques de género, trabajo, interculturalidad y desarrollo humano. Desde su creación en 2009 coordina el Observatorio Migrantes del Caribe (OBMICA). En la región caribeña ha trabajado en la cooperación para el desarrollo, la investigación y la incidencia política a favor de los derechos humanos. Es autora de numerosas publicaciones sobre los derechos humanos de las personas migrantes. Además del inglés, domina el español, el francés, el creole y el portugués. Es licenciada en Español y Estudios sobre América Latina de la Universidad de Newcastle y cuenta con un doctorado en Literatura de América Latina de la Universidad de Oxford.


La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...