Eramis Cruz
Los barrios de las ciudades tienen sus particularidades relacionadas con
factores de urbanidad, con su historia desde su fundación y otros factores
antropológicos. Vine a vivir al barrio Santa Ana o a una porción de él desde el
otro extremo de la ciudad cuando nuestra madre se hizo de un solar donde construyó
su única casa. Ella estuvo aquel día cuando unas familias invadieron los terrenos
bordeados por el río Jaya y allí se quedaron para siempre. Mis memorias son una
mescolanza de ambas barriadas para incluir la de San Martin.
Ya nuestros barrios no son los mismos, o tal vez los que no somos los
mismos somos nosotros, el tiempo lo cambia todo y lo peor es no darse
cuenta, ni siquiera. Pero independientemente de quienes cambiaran, la memoria no nos
puede tergiversar aquellos recuerdos tan afables. Cómo vivíamos orillando aquel
río que en su cauce cargaba sus días de gloria y su tiempo de decadencia, todo
el mundo haciendo un esfuerzo noble por ganarse la vida.
La vida estaba decorada por las simplezas naturales, sin rascacielos que
nos impidieran ver la aparición del arcoíris, con suficiente claridad para
distinguir los improvisados vuelos de los pajaritos y sin ruidos que nos
impidiera escuchar el melodioso canto de los ruiseñores. Entre nosotros el que
no componía poemas, copiaba canciones de moda, y quien no hacía ni una cosa ni
la otra dibujaba un corazón atravesado por una flecha lanzada por Cupido desde
un lugar clandestino conocido solo por los enamorados.
Todos queríamos ser don Juanes para conquistar los corazones de las bellezas
de aquella amplia guarida en la que el sol brillaba el día entero para hacer
más visibles los colores de las flores. Unos decían que la mejor hembra del
barrio era Lulú, ella no solo era la más hermosa sino la más atrevida,
confirmado las veces nos desafió y levantó su falda dejándonos boquiabiertos. Lo supimos
el día que nos dijo que no había nada más bueno que un pene en la vagina con
movimiento contorsionado. Pero para perder el sueño nada podía ser peor que un
asalto al pensamiento durante la noche de la figura de la negra Sergia llevando
pantalones blancos y una blusa que dejaba ver su cintura rayando su área púbica.
Uno se quedaba sin respiración cuando ella se acercaba con su sonrisa de
superestrella y aquella mirada de sus ojos negros. Ella era joven, fuerte y su
sensualidad revelaba una inocencia de ángel con una notable incongruencia con la
bestialidad física de su cuerpo.
Mientras para muchos machos un día de borrachera era cosa común en el
trascurso de la semana, para los cuerdos era más natural la fiesta del sábado
por la noche y el domingo la resaca que se aliviaba con un vaso de agua con
Alka Seltzer. Nada más deseado que aquellas pequeñas burbujas de explosiones imperceptibles.
Conocíamos al policía, al zapatero, al carpintero, al ebanista, al
fotógrafo y al lechero. Uno respetaba el cura porque era quien predicaba la
palabra de Dios, bautizaba a los niños del barrio para librarlos del pecado
original y casaba a las parejas de enamorados. Era el tiempo de la inocencia
pero apesar de ello los pecados se cometían por las más comunes
insignificancias. Parecía más bien un buen negocio.
Teníamos admiración por el cartero porque con orgullo ejercía su
profesión y llevaba las correspondencias a las casas, tanto a las pobres como a
las más pobres. Nunca le dábamos propina, pero el cartero siempre venía con
la misma cara. Era un tiempo de magia donde todo tenía un lugar
y una función indispensable, así era la maternidad, la repostería, la zapatería, el colegio o
la escuela, la fortaleza o el cuartel de la policía.
La parte buena del país era aquella que tenía sabor a pueblo, sabor a
barrio, allí donde se reunía la gente. Y luego se hicieron difíciles de olvidar
nuestros más destacados personajes. La vieja negra y gordinflona que nadie era
como ella excepto su hijo que siendo tan pesado abusaba de su bicicleta. A la vieja
había que respetarla por ser la dueña de la pulpería y podía negar el crédito cualquier
día, especialmente si era día de lluvias y tormentas.
Salomé con aquel olor a cachimbo atendía su ventorrillo en el que vendía
ajíes y cilantro, mangos y limoncillos, orégano y otras hojas para tizana, además,
viandas para complementar la comida.
Valentín con su borrachera todos los fines de semana se gastaba la
ganancia de su zapatería a pesar de los pleitos de su mujer alta y flaca y
siempre dispuesta a echarse un pleito con el primero que le sacara en cara los
defectos de su marido o la travesura de su hijo el loco Gustavo. Tenía como
vecino y mejor amigo a Chano que parecía ya muy viejo para hacer todos los hoyos
de letrina del barrio, pero era testarudo y no le pesaba ni el pico ni la pala, se
llevaba bien con su mujer que si no hubiese sido por su edad cualquiera hubiese pensado
que estaba en gestación de nueve meses.
Para la juventud de entonces, tanto como para la de ahora, el mundo hubiese sido perfecto sino no hubiese
sido por los desafueros de la política. El gobierno era una gran mentira, lo
había sido desde el principio del descubrimiento de América. Oíamos decir de la
esclavitud en Estados Unidos, que trajeron negros desde África para venderlos
como esclavos y que fueron años de sufrimientos hasta que ellos mismos se
hicieron libres con la colaboración de algunos blancos.
Pero nuestra historia no fue así, fue una historia del fraude, de la
mentira, de las leyes que nunca se cumplieron, de los salarios que nunca se
pagaron, de los prejuicios raciales y la importación de la cultura. Sin embargo
en el bario todo era diferente, hasta la historia. Allí el amor por la patria
nunca moría, siempre teníamos muchos para que se hicieran héroes a cualquier
precio, pero solo por el país.
El bario era tan hermoso, a pesar de tantas limitaciones, sin embargo todo parece que se puso peor luego que calló la dictadura ¿Dónde dejaron la alegría del pueblo? ¿Dónde? ¿Cuándo fue que llegaron los ladrones, violadores de niñas, invasores de hogares y los funcionarios corruptos? ¿Cuándo?