Eramis Cruz
Hola Silvia, aunque
algunos no lo compartan, creo que un libro no se escribe sin inspiración y la inspiración
no llega sin la magia interior perceptiva de las realidades. Me acaba de dar
una buena noticia, es algo muy emocionante. Tenía perdida la esperanza de
encontrar una foto de nuestro padre. Que bueno que el hermano Negro localizó la fotografía.
Estoy de acuerdo contigo, nunca podremos sacar de nuestros corazones la
imagen de ese hombre. En la medida que pasa el tiempo se me hace más enigmática
su figura.
Nunca se me olvida aquel
día a las diez de la mañana, cuando tomé un plátano y lo sembré en el patio de
la casa, con la esperanza de que de él naciera una frondosa mata. Maruca me
dijo que no, que los plántanos no nacen de su fruto sino de su propio tronco.
Fíjate como se aprende de una gran maestra, que sabía de fumar la pipa con gran
pasión, aún puedo oler el ardiente tabaco cuando producía la humareda con la
presión de su dedo calloso capaz de desafiar el fuego del cachimbo. Luego con el
viejo aprendimos como se siembra en verdad una cepa de plátano, en cual
position se coloca en el hoyo antes de cubrirlo con la tierra fresca y nutritiva.
¿Cómo eran nuestros amores
para entonces allá en Boca Vieja y en los fogones? Es tanto lo que eso
significa para mí, para ti debe ser lo mismo. Te digo que me divierto leyendo
mi propio libro. Como sabes, quise plasmar en esas páginas todo lo que fue
aquella vida. Aquella soledad, silencio
en medio de la noche, los copiosos aguaceros, el canturreo de los pájaros, y
toda aquella inocencia que rondaba nuestra vida en la quietud armónica del paraíso
que habitamos. Inocentes para mí eran
los viajes durante la madrugada para llegar a tiempo a la misa en la Iglesia de
Nagua, y confesar al cura una serie de tonterías.
Me enaltece la imagen de
aquella casa tan pequeña, rodeada de palmeras y cocoteros, los animales domésticos
y el aroma de flores y matorrales entre montañas y tundras. Nada más parecido a
la ternura de una postal navideña de la tierra del Caribe.
Allí la vida tuvo un tornasol
diferente, por los menos hice un gran descubrimiento: que las olas del mar
corren hacia afuera y de modo horizontal, no hacia las nubes como siempre las imaginé
debido a mis conversaciones con la vieja Maruca. Cualquiera podría pensar que vivíamos
en tierra continental. Antes de vivir allí la vida era un cordón repleto de
preguntas. Yo era entonces un enjambre en medio del monte del alma, quería
saberlo todo, pero nadie me explicaba nada. Eran los tiempos cuanto los niños
no tenían derecho a saber las cosas. No ayudó bastante la buenaventura de nuestros
escasos vecinos.
Con nuestro padre todo
fue distinto, den él aprendimos muchísimo, a pesar de su modo distante de ser, y
de esa personalidad de hierro que revertía
turbia la manera tierna de su interior. Lo que sucedía era que para él las
palabras no tenían otro uso más que el necesario, por tal razón lo poco que
decía tenía sentido y era verdadero.
Ya nada es igual, pero
nos queda esa nostalgia, ese olor a distancia, esa sensación de soledad, de
silencio, ese sabor a humedad después de recién pasada la lluvia. Cuando vivíamos
allá pensamos en los que teníamos en Macorís, y luego que venimos a Macorís extrañamos
tantas cosas que allá dejamos. Un allá que tampoco volverá, porque la vida no
retrocede, avanza sin misericordia hasta el punto en que no termina, sino que
se transforma.
La vida tal vez no resultó
tan justa como creímos que debió ser, y por mi parte fue un error creer que era
culpa de alguien, sin saber que todo el mundo andaba ocupado en su propia vida,
nadie tenía tiempo para la vida del otro, ni siquiera aquellos hermanos que ya habían
vivido más que nosotros. Pero insisto en que era un error culpar a alguien por
lo que le pasaba a uno cuando todo lo que pasaba era lo mismo que le pasaba a los demás. La gran diferencia es no haber
tenido la posibilidad de entenderlo a su tiempo. Aclaro que por ser tan
introvertido y consciente del entorno, que mi memoria se convirtió en un almacén
de exactitudes y desaciertos.
Tú me trae estos recuerdos
con lo de la foto del viejo, y eso me lleva a pensar en mi empeño de toda la
vida, de escribir un libro capaz de no dejar en el olvido lo que fue aquel
hombre, con sus defectos, su indiferencia y sus deslices. A él no se le permitió
el derecho a equivocarse, porque estaba rodeado de gente indocta, no como él
que era un hombre gnóstico, bien leído en diferente materia de la vida práctica
y teórica, de eso me di cuenta después. Se puede ser mal comprendido cuando uno
quiere vivir lo que cree, no según las convicciones ajenas.
De ese libro hay por ahí
algunas copias aún, pronto saldrá una segunda edición. A veces me pregunto quién se ha interesado en esa obra, a quién se
lo han hecho llegar, a quién le han hablado de él. Pero la gente es así, cree
que si alguien hace algo, lo hace por el beneficio propio, pero la gente piensa
así por la insuficiencia de saber. Los libros de ese tipo no dejan
dinero, se gasta mucho y se obtiene poco, pero en ese contexto pocos parecen entender
el porqué se escribe, sin embargo el peor del caso es el de la familia, no apoyan,
no hablan de eso, no escriben una nota, una tarjeta o un reconocimiento al
esfuerzo, nada de nada, creen que ya te hiciste famoso, o tuviste la intención
de serlo. Yo sé que todo esto es producto de la ignorancia que es el peo mal de
todos los males.
Bueno, de cualquier
manera espero que esa foto me llegue, que se pueda restaurar, para que ese
hombre no quede en el olvido. Una
familia no puede ser fuerte al menos que aprecie sus antepasados con sus tanteos
positivos, sus tradiciones, sus historias y anécdotas.