Andrés L. Mateo [GUASABARAeditor]
Sábado 18 de Septiembre de 2010
Si se mira contra el telón de fondo de la aventura espiritual de los dominicanos, los intelectuales no sirven para nada. Todas las propuestas de regeneración social que el pensamiento dominicano del siglo XIX enarboló corno solución a la vertebración definitiva de la idea de nación, terminaron siendo frustraciones sublimes que el autoritarismo transporta al ridículo, imponiéndole a la imagen del intelectual una correspondencia abusiva entre pragmatismo y discurso ideal.
¿No es, acaso, demasiado espectacular que el Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, muriera como un hechicero degradado de la tribu, asido a la crucifixión de encarnar un pensamiento, no un acto; mientras, por otro lado, la superficie triunfante del pragmatismo, Pedro Santana y los Bobadilla, refulgía en ese malentendido de la historia?
¿Qué es lo que se extrae del escándalo que se produce en el alma al leer a los pensadores del siglo XIX, los del XX, provenientes del positivismo hostosiano, cuya idea del hombre y la mujer totales se despliega en nuestra historia particular, en la falsedad de una simbólica que era igual a la imposibilidad genética de vivir en sociedad, de conformar un Estado moderno?
Los positivistas dispersaron a la colectividad en individuo, y al individuo concreto dominicano lo hicieron una esencia, pero todos sabernos que en el fondo esa mecánica ocultaba la inutilidad de un lenguaje empinado sobre la marcha de los acontecimientos.
Corno acaba de salir el libro de Mukien Sang, Una utopía inconclusa, ¿acaso toda utopía no lo es?, en el que se estudia la figura de Ulises Francisco Espaillat, el único ejemplo de expresión del liberalismo dominicano que llegó al poder e intentó mantenerse de acuerdo con sus principios doctrinarios, tendremos oportunidad de volver a este tema, que es un recurrente desgarramiento existencial de la dominicanidad.
Porque si los siete meses de Ulises Francisco Espaillat en el Gobierno marcan un momento de esperanza en la recomposición institucional de un país devastado, con el telón de fondo de lo que sucedió después se puede organizar una ópera bufa.
Espaillat sólo agudizó una tendencia que ha enfrentado en el poder a los intelectuales y a la factualidad del poder mismo, como si nuestra clase gobernante expresara un odio a la inteligencia.
¿Y existe, sin ningún género de dudas, un momento más lleno de autorrenunciación que aquel discurso en el que Manuel Arturo Peña-Battle, símbolo intelectual por excelencia de la cultura dominicana, renuncia a los soñadores y a los imaginativos, para entrar con todos los hierros en el autoritarismo trujillista?
La experiencia de esos primeros años –dijo entonces – nos hizo comprender que no siempre andan tomados de la mano el sentido de ficticia perspectivas teóricas y subjetivas con la real expresión histórica de los hechos en que se asienta la vida institucional de la República. El pueblo dominicano es cosa bien distinta de como lo han visto los soñadores y los imaginativos.
Esos soñadores e imaginativos a que se refiere Peña-Battle van desde Duarte hasta Américo Lugo, una procesión interminable de fracasados que la tradición ideal del pensamiento liberal criollo engendró desvinculados de los resultados concretos de la historia, cuya imagen sirve como el signo suficiente sobre el que se levanta la decepción del país. Y entre ellos, por ser el único liberal del siglo XIX que alcanzó el poder, la figura de Ulises Francisco Espaillat es refulgente.
Frente a cada derrota derivada de sus encontronazos con la fría objetividad de lo real, el intelectual dominicano planeó en el mito ambiguo que lo alejaba de la tierra sólida del sentido común. El descrédito era ése: ese ser sombrío no termina por echar raíces en el suelo de la patria verdadera, vuela lejos, suspendido en el vacío superior de sus ensueños. Y de ese rosario, sustentado en la cruda contabilidad de la existencia, surgió el antiintelectualismo que ha caracterizado a los sectores de poder en nuestro país.
Un Ulises Francisco Espaillat amargado en su farmacia de Santiago de los Caballeros, o un Pedro Henríquez Ureña muriendo en una provincia argentina, son dos ejemplos condolidos de ese final trágico que los acompaña.
¿Por qué, históricamente hablando, las relaciones de fuerza de la sociedad dominicana no han echado mano de la cultura para legitimarse a sí mismas?
Únicamente el trujillismo necesitó de una identidad cultural propia para enfrentaría a la haitianidad, y Peña-Battle llegó incluso a definir la independencia como un hecho esencialmente cultural. Pero la base ideológica del trujillismo deformó el hallazgo, convirtiéndolo en una caricatura alienante de lo domiiiicano.
Lo cierto es que el aparato ideológico con el que el autoritarismo predominante se ha justificado a sí mismo ha prescindido siempre de la cultura. Yo no tengo una respuesta satisfactoria de la fría complicación que se deriva de esta certeza, en las limitadas líneas de una columna de prensa. Pero ello ha significado una modalidad particular de asumir los procesos históricos por parte de nuestra clase dirigente.
Los intelectuales, en cambio enternecen por su candor en el manejo de las ciencias sociales.
¿Por qué la Antropología únicamente estudia el gagá, la sarandunga, los bateyes azucareros y el baquiní de los pobres?
¿Es que los antropólogos dominicanos no pueden hacer un estudio antropológico del Club Unión, del Club de Arroyo Hondo o de la Casa de España?
¿No puede hacerse, acaso, un estudio arqueológico de las fortunas dominicanas? Las estratificaciones dejarían surgir, sin dudas, los nombres de numerosas familias, a partir, por ejemplo, de la dictadura de Lilís.
Capa a capa, ¿qué puede surgir de un estudio sociológico que saque a flote el esquema organizacional del poder real en la República Dominicana de hoy?
Estas no son más que preguntas retóricas, pero sirven para ilustrar la idea de que el valor de los intelectuales se inicia allí, en el mismo lugar en el que las relaciones de fuerza de la sociedad lo juzgan inútil.
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*Dominicano. Doctor en filología y Premio Nacional de Ensayo, 1994.
Referencia: Mateo, Andrés L. Las palabras perdidas. Editora Cole. Santo Domingo, República Dominicana. 2000 http://www.okvenezuela.org/portal/index.php?option=com_content&view=article&id=1521:ipara-que-sirven-los-intelectuales--andres-l-mateo&catid=41:cultura&Itemid=127