sábado, 4 de septiembre de 2010
Escapes
La palmera
Todavía no lo creo, pero recuerdo la mañana, mi padre y unos hombres tomaban turno echando abajo la saludable palmera. Hacha en mano profundizaban el corte en el tronco. Yo, con once años, miraba entusiasmado, esperando la caída de aquel monstro. ̶ Se viró ̶ dijo uno de ellos. Yo traduje se nos viene encima y confundido corrí hacia el peligro, sentí las ramas tocándome la cabeza, una sombra funesta cruzaba el espacio compreso, pero guiado por el instinto, pude escapar a tiempo y evitar morir aplastado por aquellas toneladas de masa vegetal. Esa sensación de unos segundos en el precipicio de la vida o de la muerte es difícil de olvidar. Nadie se muere la víspera, solía de decir mi padre, parafraseando un dicho popular.
El lago en el codo del río
Con un cordón de nilón que en un extremo ataba un anzuelo, unas lombrices de carnadas, me fui de pesca sin decirle a nadie. Yo era entonces un adolescente solitario, obsesionado con ese deporte. Bajo la sombra de los arboles de la rivera, encontré un profundo lago en el codo del río, el silencio era sepulcral. Como pasa a veces, el día no me favoreció, el anzuelo intentó pescar algo inanimado en el fondo del río, después de varios alones, tomé la ingenua decisión de lanzarme al fondo a desatar mi único instrumento deportivo, olvidé que mi habilidad de nadador no garantizaba que pudiera sobrevivir. Pasé el susto de mi vida, fue un descenso hacia el abismo, no me podía detenerme, comencé a sentir que mis pies tocaban una tumba de hojas podridas, luego toqué tierra firme que aproveché para hacer un impuso hacia arriba. Estoy seguro que salí de aquella oscuridad, pero no puedo figurar la manera como lo logré. Cuando el tiempo pasa por entre las brechas de la vida y la muerte, lo único que te guía es el instinto que te adhiere a una mano invisible de un sujeto o un objeto cualquiera. Vivir para contarla, aparte de ser un privilegio de pocos, es una suerte del destino o la causalidad.
La vieja chimenea
Era la única chimenea visible de la ciudad, una distinción de la factoría, que siempre me pareció decadente. Cada vez que pasaba por aquella calle, me distraía buscando señales de vida para darle sentido aquel tubo que me parecía perderse cerca de las nubes. El día que decidieron reparar la vieja chimenea, le asignaron el contrato a mi único hermano carpintero, fui su ayudante más barato. Este comenzó a construir un andamiaje hacia el cielo. Yo permanecí en tierra, atando los pesados maderos y él lo subía a pura caña de muñeca. Para el cuarto día, ambos estábamos acostumbrados a las tareas. Nunca sabemos cuando la muerte acecha o cuando la vida se mantiene alerta para hacerle el juego. El madero y el lazo, debieron tener algún problema y fue el lazo el que liberó al madero, o fue el madero el que desprecio el lazo para poner en juego mi existencia. El proyectil obedeció a la ley de la gravedad, con deseo de herir la tierra, el grito de mi hermano llegó tarde a mis oídos, ya me había movido unos pasos en busca del próximo madero, sentí un celaje, algo que partía el viento, creí que se había derrumbado la vieja chimenea. Un extremo del pesado garrote impactó contra la tierra, mientras el otro extremo intentó besar una de mis rodillas, la hubiese desbaratado en pedazos, pero no logró sino un roce suave con la contextura de la tela de mi pantalón. ̶ La hora es la que mata̶ ̶ decía mi padre, parafraseando un dicho popular. Usted también tal vez se ha escapado de la muerte, la diferencia puede ser, no haberse dado cuenta.
Eramis Cruz
La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile
Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...
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