Luis Emilio Montalvo Arzeno
Hace unos meses comentaba con mi entrañable amigo, el padre Francisco Jose Arnaiz, S.J., ya ido a la Casa del Padre, sobre la impresión que le causa a uno visitar ese cementerio jesuita de Manresa Loyola donde están enterrados varios cientos de jesuitas (padres, hermanos y escolares) fallecidos en el país, y que entregaron sus mejores años a nuestra República y a nuestro pueblo. Ese ejército de combatientes loyolas, una vez retornados al país alrededor de los años 40 (quizás a finales de 1930), luego de 200 años de ausencia, a partir de la expulsión de los jesuitas de los territorios de Carlos III y su pandilla de ad lateres, logrando manipular al débil Papa de entonces, en los años 1700.
Ese feliz retorno a nuestro país se inició con la Misión Fronteriza con el padre Santa Ana. Miren cuántos nombres de IGNACIO existen, sobre todo entre gente mayor de esa zona de Santiago Rodríguez, Restauración, Loma de Cabrera. ¡Muchos bautizados por el padre Santa Ana y sus primeros compañeros misioneros! Luego nacieron otras obras: el Santo Cerro, el Seminario Conciliar Diocesano de Santo Tomás de Aquino en la capital, el Convento de los Dominicos que había quedado desierto por la partida temporal de los hijos de Santo Domingo de Guzmán; el politécnico Loyola, las dos casas Manresa, la Agrupación Católica Universitaria, la llamada Casa Social de la Independencia, el Colegio Agrícola de Dajabón, y la emisora Radio Marien al estilo Radio Santa María, pero biling°e, al ser ubicada en la misma frontera dominico-haitiana, el Colegio Loyola de Santo Domingo, la radio Escuela Santa María de La Vega, las casas de Formación de Jesuitas de Santiago y en el Bono de la capital, las escuelas de Fe y Alegría importadas desde Venezuela ideadas por el carismático padre Vela; las iniciativas numerosas de varios intelectuales jesuitas que se incorporaron a las cátedras del as universidades de ese entonces, y las diversas parroquias para todas las clases sociales diseminadas por el país, algunas de ellas con escuelas o liceos adjuntos como el caso de Cutupú, y en muchas zonas de reprimidas socioeconómicamente, la incursión de los padres Quevedo y Arango en la Juventud Obrera que llegó a formar la JOC (Juventud Obrera Católica), y las iniciativas novedosas del carismático padre Tomás Marrero que han dado excelentes cristianos, y hasta vocaciones a la Compañía de Jesús; lo mismo se puede decir del padre Olmo, que dando ejemplo de inmolación se mantiene inhabilitado en la enfermería de Manresa, pero con su mente muy clara para quien necesite de su consejo.
Todas esas obras han sido llevadas con una mística de entusiasmo, creatividad, trabajo incansable, y sobre todo con una clara y definida fidelidad al Sumo Pontífice, a los superiores mayores jesuitas, y a las autoridades episcopales locales, y sobre todo abrazados a la consigna de la expansión del Reino de Cristo en esta tierra. En lo referente a dirección espiritual y formación de dirigentes laicos que han encontrado en los jesuitas una mezcla de psicólogos prácticos, orientadores y formadores, tendríamos que mencionar cientos de nombres, empezando por los padres Quevedo, Posada, Arango, Barrientos, Tome, Uranga, Olmos, Gamazo, Aleman, Juanes, Mateo Andrés, Arnaiz, Arvesu (psiquiatra de verdad), Arroyo, Dubert, Esquivel, hasta un hermano de sangre mío que yace en ese cementerio, y es el padre Juan Manuel Montalvo Arzeno, S. J. fallecido el 9 de enero de 1979, a sus 42 años de edad, y muchos cuyos nombres están escritos en la memoria de mucha gente agradecida de ellos por haberles salvado su matrimonio, haber enderezado un hijo travieso, haberles orientado a dónde buscar ayuda psicológica o psiquiátrica profesional cuando se necesitó. Hay algunos que aún están librando la batalla muy activos, que vienen a mi mente por su cercanía conmigo: Manolo Maza, Jorge Cela, Carlos Diharce (misionero con los indios del Marañón desde su juventud), Pedro Suárez, Pedro González-Llorente, José Luis Sáez y decenas de más jóvenes que siguen los pasos de sus antecesores a nivel de excelencia.
Cuando nos plantamos frente al cementerio de Manresa y empezamos a leer los nombres de aquellos duros y aguerridos soldados de Cristo, reclutados y comandados bajo la inspiración del exmilitar vasco-español, fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola, quedamos casi disociados mentalmente de la fuerte impresión que nos hace ese escenario y esos pesados nombres de ese regimiento Loyola. Sobre todo en mi caso personal, que los conocí a todos, por haber sido superiores míos en mi época de jesuita, o profesores o compañeros. A veces he estado tentado a pararme en atención con el respeto y veneración de un soldado raso ante un regimiento de generales y oficiales, héroes de guerra, recordando los datos biográficos de cada uno de ellos en el frente que le tocó trabajar y luchar por la expansión del Reino de Cristo. Ahí parado a lo guardia en atención, orando con lo que me mandaba la memoria a la mente. Sin iniciativa ni invento propio me di cuenta que IGNACIO DE LOYOLA con su escuela fundamentada en los ejercicios espirituales supo imprimir en los soldados de su compañía una impronta que los marcó a todos, fueran españoles, antillenses, latinoamericanos en general, norteamericanos, centroeuropeos, asiáticos, africanos, etc. Así lo sentí luego de ocho años de jesuita que me tocó convivir con gente de decenas de naciones diferentes.
Fuente: https://listindiario.com/puntos-de-vista/2015/08/15/384323/la-estirpe-de-loyola-en-rd
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