viernes, 29 de enero de 2016

Detrás del antihaitianismo se oculta la negrofobia

Entrevista a  Silvio Torres-Saillant

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Silvio Torres-Saillant, intelectual dominicano establecido en los Estados Unidos, expresó que detrás del antihaitianismo en la República Dominicana se oculta la negrofobia, que es un rechazo cultural que viene desde muy lejos contra los negros en la cultura dominicana.
En una entrevista con Elena Oliva, de la Universidad de Chile, aparecida en la revista Meridional, sobre estudios latinoamericanos, Torres-Saillant se expresa sobre diversos topicos poco tratados por los intelectuales dominicanos en el debate sobre la identidad.
Acento reproduce la tercera parte de la entrevista.
MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos
Número 4, abril 2015, 199-226
Detrás del antihaitianismo se oculta la negrofobia: conversación con el intelectual Silvio Torres-Saillant en Santiago de Chile

Tercera parte
EO: ¿Y qué hacer con respecto al antihaitianismo desde la intelectualidad?
ST-S: Historiar la construcción de esa alteridad radical superpuesta sobre la humanidad de nuestros vecinos al otro lado de la isla, la cual se extiende a compatriotas de herencia haitiana. Eso tendría una gran utilidad para cualquier proyecto encaminado a estimular la conciencia ciudadana, fomentar la convivencia entre los dos pueblos que comparten la isla y tratar a los compatriotas de herencia haitiana con el nivel de igualdad, justicia, respeto e inclusión digna que le debemos a todos los sectores socialmente diferenciados de la población. Cuando la prensa y los políticos en la sociedad dominicana se refieren a “los haitianos” no distinguen entre dominicanos de ascendencia haitiana e inmigrantes laborales de los que vienen con regularidad desde Haití, que es un país extranjero. Los juntan en el mismo lote como si fueran la misma cosa. Eso es como si pusiéramos en el mismo saco a los miembros de la familia Vicini que llegaron a la Republica Dominicana en el siglo XIX y los miembros de la familia de Silvio Berlusconi, llamándoles a todos “los italianos”. En otras palabras, predomina un discurso que condena a los dominicanos de herencia haitiana a la extranjeridad permanente. Ello se lo debemos a la perversidad trujillista y su extensión balaguerista, con el aporte de sus aliados liberales que comenzaron a gobernar a partir del 1978 sin hacer nada para desvincularse de la herencia ideológica que recibieron del régimen anterior. De ahí la importancia de tu pregunta acerca del papel de los intelectuales. Desde la intelectualidad hay mucho que hacer y hay la obligación de hacerlo. A los intelectuales primero les toca ayudar a la desmitificación porque pueden, tienen las destrezas correspondientes a dicha tarea. Su prestancia en la sociedad se debe a que pueden valerse de la palabra para arrojar luz sobre nuestros problemas. También arrastran un ruedo moral que les debe servir de incentivo. Pues todo este drama racial que nos agobia, esta criminosa descalificación de otras personas por causa de su herencia ancestral con la que todavía estamos lidiando, se naturalizó en nuestras sociedades con el aporte decisivo de letrados que hoy llamaríamos intelectuales: gente como Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y Jose Ingenieros, o sus burdos epígonos dominicanos, tales como Manuel Arturo Peña Batlle, Emilio Rodríguez Demorizi y Joaquín Balaguer. Si uno hoy día entra en el predio de esa tradición intelectual y no hace algo por desvincularse del legado criminoso que pesa sobre la misma, puede justificablemente entendérsele como continuador de ella.

Silvio Torres-Saillant
Para el caso dominicano, hay aportes que tienen un potencial enorme de transformación. Si hiciéramos ver, mostrando evidencia fehaciente, cómo se ha impuesto la mentira oficial para determinar un modo viciado de recordar nuestra historia, rendiríamos un servicio inestimable a nuestro pueblo. Por ejemplo, hay un famoso episodio que utilizó la historiografía tradicional para hablar de los sufrimientos del pueblo dominicano durante el “yugo haitiano” en el periodo de la unificación con Haití de 1822 a 1844. Primero, permíteme señalar que las lamentaciones de la historiografía oficial en torno al sufrimiento continuo padecido por los residentes de la parte hispano-parlante de la isla durante esos veintidós años pierden validez cuando uno mira estudios como La dominación haitiana (15) de Frank Moya Pons, en la que queda claro que la unificación tuvo altos y bajos. Comenzó bien, con el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer gozando de una bienvenida formal, apoyo popular debido a la abolición de la esclavitud, cosa que los criollos de ese lado de la isla que habían expresado ideales independentistas jamás consideraron. El nuevo orden integró a la élite criolla en la administración pública y en el ejército. Gran parte del liderazgo que posteriormente pasaría a dirigir el proyecto independentista y la formación de la República Dominicana una vez proclamada la soberanía obtuvo su entrenamiento durante sus años de servicio al gobierno haitiano. Pero, como tantos otros proyectos de gobierno, la administración de Boyer comenzó a fallar en ambos lados de la isla con políticas, medidas económicas y acciones simbólicamente hirientes. En la parte hispano-parlante parece que cayó muy mal su decisión de descontinuar las prebendas de la Iglesia Católica. Debido a los fallos, Boyer perdió su anterior apoyo, lo cual le sirvió a la elite separatista criolla de base para alentar el independentismo, para lo cual primero se alió a su contrapartida haitiana para derrocar al presidente haitiano. Luego arranca la acción separatista y ya para 1844 se proclama la República Dominicana, un nuevo Estado cuyo primer acto jurídico fue un aviso público en el que el recién nacido gobierno se comprometía a no restaurar la esclavitud que Boyer había abolido y exhortaba a todos los haitianos residentes en esta parte de la isla a quedarse en el país e integrarse al nuevo proyecto de nación con la seguridad de sus vidas y sus bienes garantizada por el gobierno dominicano.

Nada de eso llegó a los libros de texto usados en el aula para instruir a las nuevas generaciones sobre su pasado. Pero sí llegó el episodio que te quería contar, el cual funciona como Leitmotiv en todo el discurso antihaitianista de la historiografía tradicional dominicana desde que la elite gobernante adopta el requisito geopolítico de mostrar animadversión hacia Haití. Se trata de un incidente que pasó a la narrativa nacionalista con el nombre de “Las vírgenes de Galindo”. Ello se refiere a tres jóvenes que fueron asesinadas en una hacienda conocida por el nombre de Galindo durante el período de la unificación con Haití. Los documentos muestran claramente los nombres de los perpetradores del crimen, que son todos criollos hispanoparlantes, es decir unos tipos que pronto pasarían a llamarse dominicanos. Ojalá que la verdad de este episodio comience a difundirse mejor a partir de la próxima aparición de Archiving Contradictions, un estudio en el que la joven colega Lorgia García-Peña muestra la cronología de la gradual haitianización del crimen cometido por los criollos hispano- parlantes. Primero comienza a desaparecer el nombre de los victimarios en las recurrentes narraciones del caso, luego se va sobredimensionando la cronología –durante la dominación haitiana– hasta que eventualmente van adquiriendo identidad haitiana los perpetradores, después de lo cual ninguna narración perderá la oportunidad de presentar el caso como el crimen horrendo de los haitianos contra “nosotros los dominicanos” durante la ocupación y de esa manera ilustrar la inmundicia del yugo haitiano. La evocación manipulada de las muchachas de Galindo siguió recurriendo a lo largo del siglo XX y en los ochenta aparece de la manera quizás más vil en un libro del nefasto Balaguer titulado Galería heroica, un entuerto pseudo-poético, como lo fue todo su verso.

EO: Haciendo el símil con las hermanas Mirabal (16).
ST-T: Precisamente. Se trata de un pretendido homenaje a las hermanas Mirabal en el que Balaguer traza un paralelo entre las tres beldades de Salcedo y las tres doncellas de Galindo. El insufrible intento de elegía se torna demasiado paradójico para convencer a nadie. Pues no hay ejercicio elegiaco que valga para hacer olvidar que el autor tiene responsabilidad directa en el asesinato de las homenajeadas. Cabecilla del régimen que las asesinó, Balaguer fungía como presidente títere de la dictadura trujillista en el 1960 cuando aparecieron exánimes los cuerpos de las muchachas de Salcedo al pie de una barranca. Además, este símil, que procura de alguna manera haitianizar el crimen, yuxtaponiéndolo con el caso de las tres jóvenes ultimadas en Galindo, se siente como traído por los moños. Dice: “Eran también tres doncellas/ de la más límpida casta/ que perecieron a mano/de unos hombres de otra raza/dominados por las brujas/de su lujuria africana”. No creo que tenga mucho precedente en la historia de la escritura la combinación espeluznante de trastorno conceptual y cinismo morboso que hallamos en estos malhadados versos.

Todo este andamiaje de mentira burda y pobreza conceptual se caería por su propio peso si alentáramos en los estudiantes la disposición a mirar con ojo crítico. La denuncia del discurso fofo de la narrativa oficial se ha hecho desde que en los sesenta arrancó la “nueva historia” en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, pero ha faltado una pedagogía pública que facilite la llegada de esos saberes a la base de la población, con tal de que ella misma pueda descodificar la enajenación puesta allí por la vieja erudición. Pienso que nos hace falta un mayor esfuerzo por desmontar toda la falsedad del discurso oficial que ha seguido repitiendo el régimen. Entiendo que es un tanto incómodo y podría sentirse como un ejercicio poco académico debido a la pobreza conceptual de los textos y los discursos con los que hay que terciar. Es como emporcarse las manos. Pero hay que hacerlo hasta que les resulte obvio a los estudiantes que los haitianos no son “otra raza” con respecto a los dominicanos, que África no es sinónimo de “lujuria”, puesto que, de serlo, serían lujuriosos la mayoría de los dominicanos debido a su herencia africana. Hacerlo hasta que la comunidad le retire la tolerancia a un autor que escriba elegías a mujeres que el mismo autor ha ayudado a matar, considerando que dicha escritura añade ofensa al crimen en vista de su evidente burla contra el pueblo. Para conectar con lo anterior, los intelectuales serios deben trabajar arduamente en esa empresa de pedagogía pública con tal de que el repudio a la mentira oficial, para seguir usando esa frase útil de Roberto Cassá (17), deje de inquietar solo a los intelectuales. Es decir, combatir la manipulación de nuestra memoria pública deberá formar parte del menú de inquietudes de la población una vez se le haya activado la conciencia ciudadana que su educación le ha obstruido. En la República Dominicana, como tú sabes, se dio una trifulca intelectual en el 2002 cuando al Ministro de Cultura Tony Raful se le ocurrió premiar como mejor libro del año al mamotreto negrofóbico y antihaitiano El ocaso de la nación dominicana del afrodominicano neotrujillista Manuel Núñez, obra tan chapucera en los argumentos como vil en la redacción. Sabremos que hemos avanzado si la próxima vez que a otro ministro se le ocurra tal aberración, la reacción venga, no de la intelectualidad, sino de la comunidad que se tire a la calle a exigir su inmediata destitución por insultar de tal manera a la ciudadanía.

EO: Usted tituló uno de sus libros El tigueraje intelectual, en el que discute con esta intelectualidad oficial, tradicional –como usted mencionaba– de República Dominicana que justamente ha falseado esta historia, que la ha acomodado de acuerdo a sus intereses.
ST-S: O mejor dicho, a esa intelectualidad con carnet de identidad liberal que no ha sabido, que no ha podido o no ha querido distanciarse, separarse de la intelectualidad tradicional que nos dejó el legado de falsificación rampante y de insulto a la ciudadanía. Por la razón que fuera, esa clase instruida con carnet liberal se ha hecho solidaria con los portavoces actuales del trujillato y su extensión balaguerista.

EO: ¿Y por qué cree usted que no ha querido, no ha podido, no se ha distanciado?
ST-T: A mí parecer, primero porque no hay una economía del saber autónoma en la República Dominicana. Durante mucho tiempo, por ejemplo durante los ochenta, los académicos dominicanos tenían que estar todos involucrados en lo que en ese momento se llamaba el pluriempleo, que quería decir que después que tú enseñabas tus clases en la universidad, tenías que irte a hacer otros trabajos que te permitieran completar el sueldo que necesitabas para mantener la familia a flote. Entonces, en situaciones como esa, es muy difícil que la gente pueda declararse totalmente independiente, porque a lo mejor el Ministro de Cultura podría ofrecerte algo que te saque de esa situación angustiosa en la que tú te encuentras en la lucha por el pan, por la vida diaria. Tomando prestada una frase de la colega puertorriqueña Yolanda Martínez San Miguel, yo he hablado de una solidaridad intervenida, de que la necesidad material les coarta la capacidad de solidarizarse con las necesidades de la población. Claro, llega un momento en que superan esa necesidad pero se quedan adictos a la comodidad que les provee la alianza con el régimen y evitan distanciarse ideológicamente del mismo.
Se suponía que después de la muerte de Trujillo, comenzáramos una revisión de toda la historiografía mentirosa de Trujillo. Pero, ¿qué pasó? Hubo un gobierno democrático que no duró más de siete meses. Lo derrocó la misma derecha trujillista, la cual, con ayuda de los Estados Unidos, puso a Balaguer en el poder para continuar la agenda trujillista ahora disfrazada con un ropaje electoral que le permitía llamarse democracia, no obstante siguiera la misma conducta: la violencia asesina, el robo de todos los bienes nacionales, la perversión de las instituciones y la misma teoría cultural trujillista. Luego, en 1978 el pérfido Balaguer se vio obligado a dejar el Palacio Nacional. Vino un gobierno dirigido por el Partido Revolucionario Dominicano, que había nacido en el exilio y había formado parte de la resistencia anti-trujillista. Pero ese gobierno parece que no se planteó la urgencia de desmontar la mentira oficial y sanear la narrativa histórica, así como el discurso cultural y de identidad nacional. No sé si tú sabes que la narración trujillista de la historia contiene agresiones haitianas contra el pueblo dominicano que se remontaban al siglo XVII, es decir hasta poquito después de 1605, cuando las autoridades españolas de Santo Domingo despueblan el oeste de la isla para tener mayor control de la población, creando tierras baldías que eventualmente terminarían en manos de Francia con el surgimiento de la lucrativa colonia de Saint Domingue. Como era de esperarse en el caso de dos poderes coloniales competidores entre sí, hubo disputas a veces de corte fronterizo entre las autoridades españolas y las francesas durante parte de ese siglo y del siguiente. Los Peña-Batlle, Rodríguez Demorizi y Balaguer muestran tal frenesí en la necesidad de solidificar lo haitiano como otredad adversa que echan mano a todas las décadas de disputas franco-hispanas para convertirlas en episodios de agresión haitiana contra nuestro pueblo. En su perversidad conceptual se las arreglan para fechar agresiones haitianas comenzando más de ciento cincuenta años antes de la existencia de Haití. Pero parece que esa desinformación no le preocupaba tanto a la dirigencia del Partido Revolucionario Dominicano. Quizás creyeron que se eliminaba el trujillato con solo ganarle las elecciones a Balaguer. No sorprende, por tanto, que ocho años después el pérfido caudillo volviera al poder.

EO: En ese sentido, me parece que el rol de la diáspora dominicana, sobre todo en Estados Unidos, ha sido fundamental para generar un pensamiento crítico, para mirar desde otro lugar la historia. ¿Cómo evalúa usted el rol de los intelectuales en la diáspora?
ST-T: El rol de los intelectuales de la diáspora ha sido fundamental principalmente en afirmar, reconocer y fortalecer las voces que desde la misma sociedad dominicana por décadas han protestado por la desinformación perpetrada por el régimen. Es importante para mí, por ejemplo, subrayar que en el país siempre ha habido resentimiento contra la opresión, siempre ha habido lucha contra la desvergüenza del régimen, siempre ha habido deseo de que el abuso desaparezca y de que a los enemigos del pueblo que nos gobiernan se les ponga en su puesto. Pero, ¿qué sucede? Que esos enemigos del pueblo que nos gobiernan también son quienes controlan los medios de comunicación y, principalmente, controlan la justicia. En esa situación, la resistencia dominicana tiene mucho en su contra. Hay figuras de relieve cuya presencia nacional es tan importante que se hace muy difícil callarlos, como, por ejemplo, Juan Bolívar Díaz, un periodista de un historial de lucha que se remonta hasta el principio de la violencia balaguerista. El está ahí como una voz difícil de silenciar. Están personas como Huchi Lora y Fausto Rosario Adames (18), todas figuras que han estado activas diciendo lo que tienen que decir. Huchi Lora, por ejemplo, hizo un gran aporte cuando compartió públicamente datos de una nueva investigación que pormenoriza el crecimiento de la población haitiana en la República Dominicana y el rol activo del gobierno dominicano en estimular ese crecimiento. El gobierno dominicano por muchas décadas ha tenido un programa de braceros pactado con el gobierno haitiano. El mismo contempla la llegada de los trabajadores migrantes a cortar caña, terminar sus temporadas laborales y regresar a su país. Al gobierno huésped, naturalmente, le toca cubrir los gastos correspondientes a la movilidad de esos trabajadores desde y hacia su país. Pero, siendo nuestro gobierno tan medularmente corrupto, las autoridades dominicanas tradicionalmente han optado por economizarse el gasto de la repatriación, economizándose también el costo de volver a traerlos para la próxima zafra. Entonces los dejan en el territorio nacional, trayendo trabajadores adicionales en la medida en que la necesidad de mano de obra va creciendo y volviendo a dejarlos en el país, y así sucesivamente. Desde la diáspora resulta sobrecogedor ver a Huchi Lora mostrando una foto de archivo del magistrado Milton Ray Guevara, actual Presidente del Tribunal Constitucional devenido ultranacionalista a raíz de las críticas suscitadas por su sentencia 168-13. Dicha foto data del 1979, cuando Ray Guevara, siendo funcionario del gobierno de Antonio Guzmán (19), firma con las autoridades de Port-au-Prince el acuerdo para traer al territorio dominicano los 29.000 braceros haitianos pactados para ese año. Nosotros desde la diáspora nos vemos representados por esas voces que desde sus lugares de opinión independiente están haciendo un llamado a la cordura para contrarrestar la vocinglería de los ultras. Sobre todo nos identificamos con la hostilidad que han debido padecer por más de un año debido a su decisión de asumir su conciencia ciudadana frente al régimen imperante. Pues a ellos el ultranacionalismo los tilda de fusionistas y a nosotros también.

La diáspora, entonces, no hace más que ensanchar el marco del discurso de resistencia y de respuesta, y hace menos posible que se margine de manera radical esas voces importantes. Hacemos nuestro aporte con una libertad considerable en el sentido de que no tenemos razón para temer una llamada que tal funcionario o el iracundo Cardenal López Rodríguez pueda hacerle a nuestros jefes para manifestar su disgusto acerca de una opinión pública que hayamos expresado y hacernos perder el empleo, temor que sí tienen razón para albergar nuestros colegas en la República Dominicana. Sin embargo, me atemoriza lo que puedan ser los planes de Leonel Fernández para con la diáspora. No hay duda de que tiene a estas comunidades de ultramar en su mirilla. Ha alimentado un Comisionado de Cultura en los Estados Unidos con sede en Nueva York, es decir, una extensión de ultramar del Ministerio de Cultura de la República Dominicana, con el propósito de mantener atada a la diáspora a su proyecto de Estado. Temo que esa injerencia distraiga a nuestra gente de la política étnica que se supone debemos llevar a cabo en los lugares donde estemos asentados como diáspora. Pienso que no conviene a nuestra emigración aliarse con el mismo régimen que nos expulsó. Cuando dicha injerencia implica, por ejemplo, que nuestros políticos dominicano-americanos puedan recibir dinero para sus campañas electorales de parte de Fernández, ello puede complicar el espacio de opinión para los intelectuales de la diáspora. Pues si determinado compatriota llega al Consejo Municipal de la ciudad de Nueva York o al Congreso de los Estados Unidos gracias al financiamiento proveniente de Fernández, ¿correría yo el riesgo de recibir represalias políticas en mi espacio diaspórico por juicios que emita sobre un político de la tierra ancestral? En el peor de los casos, podríamos llegar a ser víctimas del mismo silenciamiento que padecen nuestros colegas en la República Dominicana.
Notas
(15). Publicada en 19


La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...