Eramis Cruz
Si la gente comprendiera que la vida
es fugaz no se la complicaría tanto. Hay razones para creer que son muchos los
que no alcanzan la felicidad porque la creen vecina del cielo. En este sentido
es preciso definir como un error asumir que alguien no sea feliz porque tenga
algunos problemas. Todo lo contrario, nada prepara mejor a las personas para
lidiar y superar los desatinos o los desaciertos como el esfuerzo dirigido a
superar los problemas de la vida.
Sin embargo, la frustración nos
puede invadir cuando estos producen resultados negativos al manipularlos para
ocultar la incapacidad o la ineficacia en la búsqueda de una
solución apropiada o evitar que los demás sepan su causa y su naturaleza. El primer error es creer que los demás no descubrirán las intenciones, que no se darán cuanta de nuestras actitudes, especialmente cuando hacemos de ellas una definición de nuestra personalidad.
Observar la discreción sobre los
asuntos personales es algo diferente a intentar expresar lo que no somos o garantizar
lo que no tenemos. Haciendo eso solamente nos convertimos en motivo para las
carcajadas de los payasos. Siendo estudiante en la universidad tomé en un
semestre Introducción a la Psicología y puedo decir que en ninguna otra asignatura
encontré un mayor provecho. Uno comienza descubriéndose así mismo y al otro ser
ideal que de alguna manera proyectemos ante los demás. Para muchas personas ese
ser exteriorizado se convierte en el rincón donde ocultan sus limitaciones y sus
asumidos defectos, sean estos de carácter físico o absolutamente mentales. Es
como hablar de la impotencia sexual que en la mayoría de los diagnósticos
resulta ser más mental que de naturaleza física.
A veces digo que no hay nadie en el
mundo más alcahuete que un dominicano cuando se trata de ocultar las
apariencias. Eso ha sido la única herencia que nos viene de la llamada madre
patria, o sea de España. A pesar de que nos costó una guerra nacional para
deshacernos de ellos, 1863-1865, y visto que fuimos sus colonizados, además del
idioma, nos quedó esa idiosincrasia de creernos partícipes de una monarquía y
que por lo tanto somos príncipes y reyes, esperando la herencia de un trono.
Para aquellos monarcas, hasta los
del día de hoy, inglés o español, trabajar era un insulto, ellos vivían de los
cargos o os impuestos pagados por los súbditos al trono. De ahí se origina el
dominicano acomodado, que todo lo quiere dejar para el día siguiente. Pero
aparte de eso, la mayoría ve al Estado como un medio para escalar y hacerse
millonario con facilidad. Es de esa manera que tenemos a un grupo de
funcionarios públicos dizque expertos en política. Pero esa política, no es
para que el servicio público funcione con más eficiencia, sino que es para
mantenerse vigentes en el puesto y si no tienen el puesto, contar con el tráfico
de influencia como medio de posibilidad para vivir como les venga en gana, con
privilegios que las leyes prohíben y la ética condena.
De aquí también se deriva, como un
alud feroz, esa actitud de indiferencia y ese temor a unos monarcas que todo lo
pueden, especialmente cuando el sistema de gobierno tiene características teocráticas.
Recuérdese que a Cristóbal Colon, a cambio de proporcionar oro en abundancia al
trono español, recibió los títulos de Virrey, Almirante y de Gobernador General,
los cuales eran un gran privilegio para
sus descendientes. Pero no solo él fue beneficiado, sino todos los más fuertes
que se aventuraron a hacer fortuna en el Nuevo Mundo, haciendo trabajar a los
nuevos esclavos de una supuesta Indias.
Por razón de mucho peso, somos un país
único en el mundo, pero en vez de considerarnos una composición étnica con características
especiales, nos hemos quedado con el querer ser como los que nos inventaron o
mejor dicho como quienes nos usaron para su propio usufructo. Por eso tantos no
escapan del círculo del subdesarrollo, no solamente económico, sino por un
complejo de mandamás que se extralimita.
Hoy nos encontramos viviendo con una
mentalidad de clase media destronada por razones del modelo económico,
implementado por las potencias capitalistas a sus áreas de control y de distribución
de bienes y servicios, pero también de trueque de información contra ideología.
No se negocia con oro como en el tiempo colonial, sino con dinero digital y
usando el trueque por el que renunciamos a nuestra autenticidad para depender
de la influencia mediática que nos hace partícipes de falsas ilusiones.
En la diáspora dominicana en los Estados
Unidos y otros países vivimos el mismo modus operandi, manifestado cuando
abandonamos nuestro idioma y costumbres para asimilar lo que tradicional y
culturalmente nos resulta hueco. Se corta el hilo conductor de nuestro sentido
de historia.
Para concluir, no olvidemos, que el
primer síntoma en todo este asunto es una actitud, afinada por el tiempo y por el
uso, para negar tal entorno, no para confirmarlo, no solamente desde el ámbito
personal sino con mayor eficacia, institucional desde la superestructura del
estado, a modo de ejemplo: el sistema educativo y las telenovelas en la
televisión, la actuación convertida en praxis.