Manuela Diez, al igual que muchas dominicanas, es una gran olvidada por los historiadores dominicanos. Como figura de nuestra historia con méritos propios, no existe. Sólo la reconocemos a través de la vida de su hijo, Juan Pablo Duarte.
Sin embargo, como madre y mujer
constituye un modelo a seguir no sólo por haber parido y educado a uno de los
hombres más firmes, ideológicamente hablando, y con una moral inquebrantable,
sino por haber luchado junto con él y sus demás hijos para apoyar el proceso de
liberación nacional dejando en ese largo camino la seguridad que da el dinero,
la comodidad del hogar en el suelo patrio y la tranquilidad que tantos otros
prefirieron mantener a costa de claudicar, abandonando su compromiso con la
Patria.
Con estas consideraciones, la
historiadora Natacha González Tejera resume el historial patriótico,
revolucionario y maternal de la dama de “altas prendas morales y de virtudes
acrisoladas” que fue la madre de Duarte.
Para la catedrática de historia de
la Universidad Autónoma de Santo Domingo, los méritos de Manuela Diez “son
muchos. En sus actuaciones, en su andar por la Patria, a través de sus hijos,
encontramos a una mujer firme, dedicada, de gran valor y con incomparable
capacidad de sacrificio. Soportó el destierro en dos ocasiones: en su juventud,
acompañando a su esposo a Puerto Rico, y en su madurez, terminando su largo
peregrinar por la vida en Venezuela”.
“Soportó la persecución, el
hostigamiento del enemigo, la violencia de los allanamientos al hogar y a sus
negocios. Tuvo que vivir la vergüenza de ser expulsada de su patria por
constituir, junto a los suyos, un peligro para los traidores que se alzaron con
el poder luego de la Independencia. Tanta coherencia y dignidad eran imposibles
de soportar por ellos”, añadió González Tejera.
A juicio de la educadora y
escritora, Manuela Diez es, por sí misma, una figura histórica digna de
recordar, emular y reverenciar en nuestro país, merecedora de que la reconozcan
con una importante vía de la Capital y con otras del interior de la República.
“Hasta el momento, según Natacha González Tejera, “los dominicanos no se han
ocupado de considerarla como un personaje digno de una biografía en
enciclopedias o en recopilaciones biográficas”.
Una calle en el barrio María Auxiliadora
es probablemente el único homenaje que ha recibido la progenitora del Padre de
la Patria. Se conoce de ella apenas una foto y un par de medias, ya
amarillentas, que usó en vida y que se exhiben en el Instituto Duartiano. Las
breves referencias a su existencia aparecen dispersas en las obras dedicadas a
exaltar la memoria de su vástago. Los apuntes enaltecen a la madre que enseñó
los primeros rudimentos de lectura a Juan Pablo, hacia 1817, la que compartió
con él, “en silencio, los días sin luz que fueron largo vía crucis”, la que
cedió sus bienes a petición del hijo, la que murió desterrada, casi olvidada,
en Caracas.
“El tres de marzo de 1845, fresca
aún la sangre de María Trinidad Sánchez, recibe un pasaporte para el extranjero
y con él, orden de realizar a la mayor brevedad su salida con todos los
miembros de su familia, evitándose el Gobierno, de este modo, emplear medios
coercitivos para mantener la tranquilidad pública en el país”. Embarca con los
suyos para la Guaira, donde llega el veinticinco de ese mes y año, y permanece
ahí hasta el seis de abril cuando se traslada a Caracas. “De su estada en
Venezuela nada importante sabemos. No volvió a su patria. Tenemos cortas
noticias”, escribió Emiliano Tejera.
VIDA DE ADVERSIDADES
No sólo las actividades políticas
fueron causa de tormento para doña Manuela. El hijo que la llevó del brazo
camino del exilio, Manuel, “se volvió loco ante el cuadro de tristezas de su
familia”. Otra hija, Sandalia, “fue virgen y mártir en la aurora de su juventud
florida”, al decir de Federico Henríquez y Carvajal. La niña es descrita como
de imagen fugaz y melancólica “que siendo de poquísimos años fue robada por
unos filibusteros norteamericanos y murió a poco de haber reaparecido, víctima
de extraña e incurable tristeza”.
Un párrafo de Joaquín Balaguer en su
extensa biografía de Duarte, compendia la existencia de la sufrida mujer: “Doña
Manuela, a quien cierto egoísmo de familia pudo haber conducido a emplear el
ascendiente que tenía sobre su vástago para disuadirlo de una obra tan
arriesgada como era la de demoler el despotismo haitiano, no entorpeció tampoco
la labor del más amado de sus hijos, heredero de la ejemplar entereza de
aquella mujer de gallardía espartana. Cuando llegó la hora de sacrificar sus
bienes para que su propio hijo los convirtiera en fusiles y en cartuchos, o a
la hora de expatriarse para sobrellevar los sinsabores de su viudez en tierra
extraña, afrontó la adversidad con intrepidez conmovedora”.
Agrega que “el espíritu de
sacrificio con que la madre asiste, en actitud silenciosa, primero a sus
trabajos revolucionarios y después a su larguísima expiación, es una de las
causas que más poderosamente contribuyeron a sostener el carácter de Duarte,
que jamás se doblegó ni bajo el peso del infortunio ni bajo el rigor de las
persecuciones. Los padres fueron, sin duda, dignos del hijo, y éste fue, a su
vez, digno de la estirpe moral de sus progenitores”.
MANUELA DIEZ
Nació en Santa Cruz del Seybo, el
veintiséis o el veintisiete de junio de 1786, hija de Antonio Diez, natural de
la villa de Osorno, en la provincia de Palencia, España, y de Rufina Jiménez
Benítez, de Santa Cruz del Seybo.
Casó hacia 1800 con Juan José
Duarte, posiblemente en Mayagüez, Puerto Rico, según supone el notable
historiador Vetilio Alfau Durán. Tuvo tres hermanos: Antonio, Mariano y José
Acupérnico, y ocho hijos: Vicente Celestino, Juan Pablo, Filomena, Rosa, María
Francisca, Manuel, Ana María y Sandalia. Murió en Caracas el treinta y uno de
diciembre de 1858.
De ella dice Alfau Durán: “El hecho
solo de haber dado a la Patria y ¿por qué no? a la América, un hombre de la
altura moral y política de Juan Pablo Duarte, le da pleno derecho a doña
Manuela Diez a ocupar un puesto distinguido en el grupo selecto de las mujeres
de la Independencia. Pero hay que consignar, en honra de la verdad histórica,
que a causa del apostolado de su hijo, cual otra Dolorosa, sacrificó su
patrimonio, derramó lágrimas amargas, sufrió persecuciones sin cuento hasta ser
arrojada para siempre, en unión de sus hijos huérfanos, a llorar su viudez y a
terminar su vida en una tierra extraña, en cuyo suelo se confundieron en
lamentable y doloroso olvido sus huesos venerables…”.
En La Madre de Duarte, un poema de
Ramón Emilio Jiménez, éste expresa: “Manuela Diez Jiménez ¡quién ayer te dijera
/ que tu ser había sido por Dios predestinado / para que de él naciera el héroe
inmaculado / que dio a la democracia del mundo otra bandera! / Fuiste para el
Patriota como una sementera, / alma de redención, carne de apostolado, / y como
barro puro que encierra oro preciado, / oro de libertad tan noble entraña
era…”.
La calle Manuela Diez se extiende
desde la Albert Thomas, en María Auxiliadora, hasta la Hermanos Pinzón, en
Villa Consuelo.
Fuente: http://hoy.com.do/manuela-diez-olvidada-por-los-historiadores-como-muchas-otras-dominicanas-2/