viernes, 12 de junio de 2015

El renacer de los maderos



 Eramis Cruz



El valor sentimental de una fotografía es difícil de ser atinado por el ojo observador, inclusive entre las personas del mismo círculo. La melancolía que despierta no es previsible ni prevenible, es como una lagrima en un rostro compungido o una sonrisa espontanea al encuentro de un amigo predilecto. La joven en esta fotograía es definitivamente una hermosa mujer que con inocencia dejó que el lente revelara con diafanidad los apremios de la pubescencia.
Sin embargo, lo que adhiere mayor esencialidad a esta fotografía es el tiempo tenido en la pared de madera tosca y descolorida que le sirve de trasfondo. Un tiempo se quedó detenido allí como tal diario en el que grandes escenas de amor no pueden pasar inadvertidas. Una vieja casona había sucumbido ante los albores del progreso de la provincia, y aquel esqueleto de maderos, que se negaba a ceder a los avatares inmisericorde de su propia decadencia, vino a recobrar vida en una nueva casa de un barrio muy pobre de la marginalidad de la ciudad, que no solo era geográfica.
Era el tiempo de la dictadura ilustrada, de las huelgas populares de estudiantes y obreros, cuando se sembraban de grapas las calles macorisanas y ardientes los neumáticos invadían de olores oxidantes las fosas nasales de los traviesos. Pero había que echarle más leña al fuego hasta que descendiera la perrera con sus perros portando las armas largas defensoras de la democracia.
Sobre aquellas paredes había algunos testigos del bajo perfil de una familia sustentadora de altos valores, un cuadro de baja calidad del Salvador del mundo, una foto de una hija difunta y un espejo para reflejar el grado moral que nos ayudaba a mantener la subsistencia.
Antes de levantar aquellas cuatro paredes se había librado una batalla campal entre los invasores de los terrenos públicos que bordeaban el Jaya, el problema no era alambrar una porción de los terrenos protegidos por los machetes sino mantenerlo como león celoso de su área de control.
La casa marcada con el número veinticuatro se sentía saturada de espíritu, no por la irradiación del cuadro a la pared sino por la creencia de sus residentes. Una misa a la cinco de la mañana precedida por el repicar de las campanas, de regreso con la alborada de la mañana de un domingo, una jarra de café caliente mientras se hacía el reclamo al perezoso que se quedó oportunamente dormido después de unos tragos compartidos entre muchachas y don juanes.
Aquel hueco rectangular que llamábamos mi casa, permaneció con demasiado espacio por la carencia enseres domésticos que nadie parecía extrañar. La vieja mantenía muy cerca de su cama una biblia abierta en las páginas de unos salmos que asumía nos libraban de todo mal, pero más especialmente de una bala vigorosa y de cualquier objeto cortante. Con el tiempo terminamos creyendo en lo que nunca dudamos porque como una recurrencia de la divina providencia la tragedia no fue copartícipe de aquella manera de vida, aunque no podíamos decir lo mismo de lo accidental o fortuito.
La casa dejó de ser nuestra guarida cuando la miseria del país nos hizo volar hacia otras tierras, entonces allí quedó el símbolo del esfuerzo, el trabajo y la convivencia. Ni siquiera cuando el cemento terminó sustituyendo aquellas tablas y garrotes y las columnas los pie de amigo, pudieron ser borradas de la memoria aquellos trajines de barrios desquiciados por los apagones y las protestas contra un opresor que aun pisa fuerte, como dice una canción muy popular.
El pasado de aquel lugar cada día se abarrota de fantasmas con nombres propios, de muertos que aun residen en sus casas y cruzan las calles muertos de risa, arrastrando chancletas y esperando que repiquen las campanas, mirando a sus descendientes con la impotencia por no poder cambiar ese rumbo a la deriva que reclama cambiar de curso para recuperar el terreno perdido.
La niña de la fotografía se hizo abuela luego de unas cuantas décadas, y ella fue la única que siempre regresó a aquel espacio, a darle vida, como algo propio. Un día llegó para quedarse y otro día se fue para volver, ella tiene el corazón marcado por los asomos imaginarios de la vieja que abría la biblia al lado de su cama para que nos librara de todo mal.

La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...