miércoles, 4 de diciembre de 2019

Evocando mi primera nevada


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Eramis Cruz


Cada año los estadounidenses desean ser bendecidos con una blanca navidad. Yo aquí, en este día de diciembre, mirando desde mi ventana mi vehículo en blanco y negro, además, con aire acondicionando por fuera. ¿No es un lujo? ¡Iniciar el motor usando el control remoto! Eso me recuerda el burro que halaba la carreta por el centro de la ciudad de mi pueblo, cuando nadie había visto un semáforo capaz de cambiar sus luces de colores emitidas sin tomar descanso, al menos que llegara el apagón.
También rememoro la primera nevada que vi en Nueva York, 1977. Esa mañana en una factoría del Garment Center, uno de los jefes, con cara de perro, me mandó a llevar un lote de trajes, protegidos por bolsos plásticos, a la Séptima Avenida. Con un compañero, luciendo el porte de un indio ecuatoriano, halamos un “truck” o una carreta angosta con ruedas elevadas en el centro para facilitar doblar las esquinas al transitar las aceras de las calles en Downtown, que era entonces como un hormiguero de gente de todas las nacionalidades, pero sobre todo, afroamericanos y judíos.
Mientras, como aquel burro, con arrojo conducíamos el carrito sin luz ni frenos, del cielo bajó un maná blanco que yo sólo había visto en las tarjetas o escuchado en las líricas navideñas. Era mi tercer día laboral en aquel llamado “taller del sudor”. Quise regresar a mi país, pero una campanilla de cristal con un péndulo fiel a la resonancia, me dio la alarma contra las consecuencias de tan inoportuno pensamiento.
En aquella empresa cientos de operadoras hacían simetría con las maquinas verde claro. Nadie paraba de pedalear, ya que los supervisores estaban atentos para reprocharlas. Sobre los radiadores de la calefacción, y envuelto en papel aluminio mantenían caliente el almuerzo hasta la hora del medio día.
Mi jefe inmediato fue un viejo italiano que supe que era un buen hombre, no solo por la paciencia que tuvo conmigo y mi inglés con acento académico que no pasaba de unas 50 palabras fonéticamente desquiciadas, sino por lo tolerante que era aguantando los insultos de los propietarios mafiosos de aquella empresa fraudulenta, que por ser jóvenes podrían ser sus hijos. Lo de fraudulento del negocio lo sabíamos por la frecuencia con que los cheques del salario traían diferentes nombres empresariales cada dos o tres meses.
Ese mismo mes llegó la navidad y yo me quedé esperando mi doble sueldo, pero el único regalo que nos hicieron fue un trago de Vodka, que según me dijo, un habilidoso joven nicaragüense, era una tradición italiana.
Ya estaba en la tierra de Lincoln cuando supe que República Dominicana es el único país que ofrece doble sueldos a los trabajadores como incentivo de fin de año. Para mayor sorpresa la medida había sido implementada por la dictadura trujillista.
Al llegar a Estados Unidos, me impactó la información de que en este país la ley no obligaba a las empresas a ofrecer prestaciones a los trabajadores, sino que todo se hacía si existía un contracto colectivo por medio de la unión o sindicato.
Este recuento no pasa de ser el inicio de una historia de 40 navidades, que en línea ascendente cubre un tiempo que fue transformándose con la misma consistencia con que cambian las estaciones del año.

La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...