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Eramis Cruz
A propósito
del día de “Acción de Gracias”, parece que fue ayer, pero hace 41 años, en esa
misma semana, llegué a esta gran nación. Forzado por la situación económica
traje conmigo una lista de deudas por pagar, la melancolía de la ausencia, un
regreso encuadernado por un mago dramático y un sueño porfiado por la utopía.
¡Ah! y no se me pueden olvidar los 18 dólares en el bolsillo.
Si
fue cierto que no me pude escapar a los impactos del infortunio, tampoco puedo
negar el apremio del amor y la aventura. No vine aquí a aprender, al llegar
traje conmigo mi equipaje de sobreviviente, una juventud que todo lo
subestimaba y una maestría humana de la universidad de los recovecos.
Como
si la muerte y la ausencia fuera cómplice para el mismo fin, en mi camino he
dejado tanta gente de noble corazón, una que me dio la vida, otra que hizo la
diferencia, alguna que quiso robarme los sueños y finalmente la chusma para
quien nada que haces está bien. Siempre he huido de la mediocridad humana y mis
confrontaciones por asuntos morales me dejaron la convicción de que nada se
gana con ello.
Mi
mayor logro ha sido pasar la prueba de que casi todo es posible, sin permitir
humillaciones de nadie, ignorando el prejuicio del narcisismo, seguí siempre
adelante. Mis hermanos fueron mi preocupación primera y para ayudarlos opté por
una manera que tal vez no entendieron. Como no fui magnate ni mafioso, no podía
soñar sus sueños y mucho menos prevenir sus pesadillas, los dejé a todos a su
suerte sin nada que no fuera mi ejemplo, uno que no superaba la acción de un
cuadro que se mira en la pared, en el uno ve lo que quiere, no necesariamente
la intención del artista.
Hay
una cosa en la que la gente es muy buena, que es en adjudicarse los créditos,
olvidar a quien le dio la mano o le sirvió de inspiración en aspectos tan
importantes como es la realización personal.
Hoy
me siento satisfecho de mis logros, ningunos difieren de mis expectativas. La
familia fue siempre mi gran preocupación. Aunque no la comparto me llamó la atención
una afirmación de un actor en una película. Decía que el hombre tiene dos
familias, una mala y otra buena, la mala es en la que nace, y la buena es la
que hace. Parece ser cierto porque según la Biblia el hombre dejará a su padre
y a su madre y se unirá a su mujer, pero como repetía mi madre, lo que es igual
no es ventaja.
Yo
era un joven ecuánime de 21 años, con un complejo de padre sin hijos, cuando
arrastré a mi madre con sus siete hijos a la ciudad de Santiago en busca de
mejor suerte, y de regreso al punto original, todo nos salió bien porque no
perecimos en el intento, al contrario, quedamos convencidos de que
verdaderamente la tierra es redonda. Pero esa familia paternal, en nuestro caso
maternal, no permanece estática, crece como el árbol, se agregan nuevas ramas
con otros valores, y que por falta de la convivencia no sopesaran nuestra
historia, especialmente los más jóvenes.
El
mundo ha cambiado radicalmente en los último 40 años y nada será igual para
bien o para mal. He sabido cambiar con el, dominé la computadora desde que salió
para el hogar en 1982. Mi conocimiento tecnológico fue para mí una especie de
varita mágica cuando poca gente conocía las computadoras. Me permitió un sitial
privilegiado entre gente con mejores perfiles laborales que yo. Mi peor enemigo
fue mi acento, me combatió, pero no logró vencerme, eso lo veía cada vez que recibía
el deposito directo en mi cuenta bancaria por mi trabajo.
Hoy, retirado con lo necesario para vivir
con dignidad, tres hijos y cinco nietos pienso que no puedo pedir más. Como
dice la canción “la vida continúa”. Yo no creo en los milagros ni en la
repetición monótona de las oraciones, por eso creo que es mejor darse las
gracias por la inversión en el esfuerzo. Dios me ayuda en la justa medida en
que me ayudo a mí mismo. Me considero un humanista, y nunca estaré del lado de
los que practican la opresión de sus semejantes. No tengo carro de lujo ni casa
grande, aunque no lo reprocho, pero me gustan las imágenes de los caseríos
cuando el rocío riega lo campos.
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