Eramis Cruz
Reina era una joven de una acomodada familia tan tímida que no se atrevía a abrir la boca, la gente la acusaba y hasta la hostigaba por su manera de ser, gente hasta de su propia familia. Pero lo que nadie sabía era que desde que ella era una niña endeble y vulnerable había en su adentro una pequeña llama.
Por casualidad de la vida conoció a su mejor amigo, Alfonso, otro joven mayor que ella. El se dio cuenta de inmediato del gran potencial de aquella muchacha que se comunicaba con una especie de susurro. Tu no te llamas Reina, tu eres una −le dijo. Ignorando el recelos de los padres le tendió su mano amiga y le enseñó a tener confianza en si misma, a marchar por la vida con la frente en alto.
Ella tenía catorce años entonces, su pequeña llama comenzó a expandirse en el bosque que parecía obstruir su crecimiento. Su amigo le dijo que sus seres queridos le habían enlazado sus manos, pero que ella había nacido con el código secreto para desatarlas. No volvió a llorar y de sus sueños se esfumaron las pesadillas de inválida espiritual.
Sacó del anaquel los trajes que nunca vestía, peinó su largo pelo negro, se pintó los labios y cautivó su mirada y sus gestos frente al espejo, aprendió a hacer amigos y bailar y algunas normas protocolares simples, como mirar siempre al punto medio entre los ojos de sus interlocutores. Desde entonces no volvió a preocuparse de quienes la habitan humillado con insultos inmerecidos. Se graduó con honores de la secundaria y obtuvo una beca para una de las mejores universidades del país.
Al terminar su doctorado, por sus credenciales académicas, le correspondió el honor de hablar ante un gran público en nombre de sus compañeros. Todo el mundo quería venir con ella a aquel evento. Ella solo aceptó a aquellos que le negaron el incentivo que su pequeña llama necesitaba para quemar sus limitaciones y de manera especial a su amigo que hizo todo lo contrario sin pedirle nada a cambio. Pidió al publico brindar de pies un aplauso para Alfonso. Los allí presentes esperaban una lista de obstáculos vencidos por ella, pero Reina solo fue enfática en el único que venció y que fue el tópico de su tesis: el miedo a sucumbir.