Las relaciones de poder son
relaciones de clases que se dan en toda sociedad donde existe una división
social y, por consiguiente, donde se crea una relación de dominio y de
subordinación (…) En el seno de una sociedad dividida en clases, el marco más
amplio del ejercicio del poder político lo
constituye el Estado, y por esa razón, tanto para los revolucionarios como para los contrarrevolucionarios, el dominio y control de este instrumento se convierte en el problema político central (…) Por eso la revolución socialista, al plantearse una ruptura con toda forma de dominio y explotación, lucha también por devolverle al pueblo su derecho a la palabra”
constituye el Estado, y por esa razón, tanto para los revolucionarios como para los contrarrevolucionarios, el dominio y control de este instrumento se convierte en el problema político central (…) Por eso la revolución socialista, al plantearse una ruptura con toda forma de dominio y explotación, lucha también por devolverle al pueblo su derecho a la palabra”
Leonel Fernández Reyna, 1980,
Revista Política: Teoría y Acción No. 2, Año 1.
“De “la ciencia más
pura y la más digna, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias
nobles”, en la República Dominicana se ha hecho un negocio para provecho de
unos cuantos vivos, y los responsables y beneficiarios de que así sea se
presentan ante las masas e incluso en círculos internacionales como si fueran
en verdad políticos y no lo que son: farsantes y maestros en el arte infame de
engañar a su pueblo (…)La Política no es un negocio, pero es eso, y no otra
cosa, para un gran número de dominicanos”.
Juan Bosch, 1985.
Primero,
digamos lo obvio: todo el discurso del Dr. Leonel Fernández en su alocución al
país el 25 de mayo de 2015 ha quedado al desnudo en sus verdaderos propósitos y
su más genuino espíritu. Más allá de las referencias a 1963, 1965, a la Patria
y a la Constitución, a Juan Bosch y sus coloridas citas -incluyendo a Martí
para hablar del “decoro de los hombres”-, sus palabras eran un fraude de pies a
cabeza. Como lo fueron las palabras de aquel acto de abril en el Palacio de los
Deportes en que negó y negó el “grupismo” como realidad en el Partido de la
Liberación Dominicana.
Había
que esperar que los días pasaran para ver bien este fraude, y ver hasta dónde
se es capaz de hacerlo llegar.
El
“acuerdo” de quince puntos celebrado ayer jueves 28 de mayo no sólo confirma
que el PLD es una agrupación de facciones, sino que lo que estaba en juego para
Leonel Fernández y los suyos era su cuota de poder. No un poder subjetivo, mera
ambición personal o pura cuestión moral: El poder material y de clase que en
una sociedad capitalista subdesarrollada significan las senadurías,
diputaciones, alcaldías, regidurías. Y ser jefe.
Para
Fernández en específico, el poder de ser “presidente” de la maquinaria que hace
todo eso posible, sin lo cual es inviable su peso personal; perder la
presidencia del partido y su cuota importante de control sobre éste, se
traduciría en la inviabilidad de FUNGLODE (fundación privada
cuyos ingresos ya han mermado por la baja de las “acciones” de su creador en la bolsa de las influencias), la pérdida de blindaje judicial para él, los suyos y sus empresarios cómplices, entre las más importantes graves consecuencias. Leonel Fernández no defiende a la “Patria” ni “ama” al “partido”, ni es legatario de “1963” ni se comporta como “deudor de Juan Bosch”… Nadie negocia con lo que verdaderamente ama ni transa con aquello de lo cual se siente responsable.
Pero
de todo lo que dijo Leonel Fernández, aun siendo un fraude, algo se podía
rescatar: ¿qué podía tenerse en contra y porque no podría estar del todo
involucrado el PLD en la organización de una gran consulta nacional, donde “el
pueblo mande”, respecto a la repostulación presidencial? ¿Acaso no es la
verdadera democracia su credo fundacional?
Sucede
que el acuerdo viene a poner al desnudo otra cuestión escasamente comentada o
discutida, porque conviene a la mentalidad de “oficialismo-“oposición”,
“sistema de partidos”, “alternabilidad” y “check and balance”… pensar en
aquello de la “dictadura de partido”. Se trata de la desaparición del PLD como
partido político, su conversión en maquinaria electoral o fábrica de
presidentes que en realidad es fábrica de acumulación originaria para los
operarios visibles y fondo de inversiones del verdadero poder social: los
grandes dueños de la República Dominicana. En tal sentido, el PLD es un activo,
una cosa que permite obtener unos resultados y al mismo tiempo funciona como
fondo de garantía, según sea el caso.
El
acuerdo, hecho público sin pudor ni reparo, pone al descubierto la
participación universal de toda la dirigencia no sólo en el desmonte de su
estructura, organización y doctrina desde 2001, sino también en la violación
fragante de sus estatutos, lo que incluye la usurpación de funciones, el
desconocimiento de organismos y la desaparición en los hechos tanto del
Congreso como del Comité Central, la transformación ilegal del Comité Político
en poder absoluto colegiado. Fin del aparato doctrinario-filosófico (devenido
en “partido progresista”) y ético que lo sustentaba y orientaba. Fin del
centralismo democrático porque no hay ninguna democracia, y fin de la
unificación de criterios porque no hay nada que debatir y unificar… El PLD se
parte y reparte.
No
pueden hacer ni siquiera una consulta interna porque los miembros ni se conocen
entre sí: lo menos es que pasaría es otra guerra de sillazos. Hoy quedan
pisoteados por sus propios gestores todos aquellos conceptos de “apertura”,
“democratización”, “participación”. El PLD es hoy un partido masificado y al
mismo tiempo absolutamente cerrado, antidemocrático, cupular, autoritario. Y al
servicio de caudillos y “corrientes”. El PLD dejó de ser partido y es hoy, de
lleno, la “maquinaria electoral” que ofrecieron en 1999 y 2000 sin querer
admitir que lo convertirían en otro PRD, PRI y PRSC.
Uno
puede llegar sentir hasta dolor por quienes han copado todos los pasillos del
palacio en que se ha convertido la figura de Leonel Fernández, y se aferraron
hasta ayer, tal vez algunos hasta con sinceridad, a la idea de que estaban
defendiendo el bien de la nación. Uno puede olfatear la rabia, el desconcierto,
de quienes se han dedicado tres años de gobierno a sembrar y fertilizar
candidaturas a regidor, alcalde, diputado, senador, halados por la popularidad
de la gestión actual… y hoy se ven tratados como monedas de cambio.
El
gobierno o partes importantes de éste parecen no tener grandes problemas con
esto, en resumen con ser un gobierno sin partido y un partido sin gobierno; o
el partido –de nuevo- como mero sostén electoral e instrumento de negociación
de cuotas de poder. De hecho, se ha dicho que ahora en República Dominicana
existe una “nueva mayoría política y social” que está transformando el país…
curiosamente despojada de partido y militancia, mostrándose aglutinada en torno
a un presidente, al gobierno, hoy como simpatizantes expresados en las
encuestas, tal vez mañana como votantes. Se cree firmemente en que es posible
transformar la sociedad sin organización que la transforme, sin colectividad
militante que controle a gobernantes, incluso sin siquiera las dosis
elementales de poder para decidir en las instancias estatales y negociando al
respecto. El presidente es el proyecto, el proyecto es el presidente.
Dependencia absoluta.
La
inexistencia de partido, entendido como colectividad organizada en militancia
con mandato y poder sobre su gobierno, le da autonomía relativa y ha sido el
gran empuje del gobierno para ser lo que en la primacía leonelista no podía
ser… Y es a la vez su gran talón de Aquiles, lo que obstaculiza su capacidad de
concretizar una correlación de fuerzas nueva en favor de las mayorías en el
seno del Estado y por tanto convertirse en brazo ejecutivo de una real y
profunda transformación social. Ahí está su profunda ambigüedad en perspectiva
histórica.
Mirando
para otro lado, los y las peledeístas buenos y buenas, las que no han
renunciado ni renegado a su vocación más íntima, no han podido ni van a poder
resolver nada. El partido PLD ha sido borrado del mapa, paso a paso, desde
aquel 19 de junio de 1994 en que Bosch renunció a sus funciones ejecutivas.
Nada debería escandalizarlos después que se fue capaz de subir al líder
histórico a un escenario junto a Balaguer en aquel 1996, hacen ya 19 años. Está
claro que lo que se presentó como paso “táctico” era un gran giro estratégico.
El
problema más grande lo tiene el Pueblo dominicano: Está de nuevo de frente a
las montoneras que el propio Bosch contara en “La Mañosa”. Allí los “generales”
y sus tropas, haciendo “revoluciones” y complaciéndose o matándose por sus
“mañas”. Ahí está de nuevo el Pueblo dominicano, sin instrumento alguno de
concientización, organización y lucha para su liberación, objetivo por el cual
el partido PLD fue fundado. Sin herramienta propia para resolver las
contradicciones fundamentales de una sociedad espantosamente injusta.
Hoy,
a los dominicanos y dominicanas, y a los que se identifican en el PLD parece
que no les queda otra que volver a la época de “lo viejo” que Bosch quiso
derrumbar y superar: confiar y creer en la bondad o combatir la maldad de
individuos escogidos que trabajan –tal vez sí o tal vez no, ojalá- en su “servicio”.
Pero sin lugar ni en decisiones ni en veedurías. Es la política del populismo,
la “política chiquita” que dijo Gramsci hecha entre facciones de lo mismo, de
lo popular sin Pueblo; de mesías, campañas, relatos y personal branding.
Pregunta
importante para los y las progresistas: ¿Entonces se trata de la “dictadura
morada” y la meta prioritaria ha de ser “sacarla”?
Ojalá
la respuesta fuera tan simple, por complaciente.
La
respuesta debe partir por el ejercicio de rigor y seriedad analítica, y asumir que
ya no hay ni “partido” ni es “morado”. Y el paso inmediato es el siguiente:
reconocer que eso mismo es el PRD, hundido en su crisis terminal porque esto
mismo le empezó a ocurrir hace ya cuarenta años, y el PRM, un partido hecho de
la alianza entre facciones contra otras, creado con el cemento y los ladrillos
del dinero y de los proyectos individuales.
¿A
quién le constan los datos de la “convención” con 300 mil votantes en el PRM?
¿Quién es aquel Luis Abinader y con qué “fuerzas” decidió en 2012 que su
próximo paso es ser presidente? ¿Cómo resolverán Abinader e Hipólito el
conflicto que éste no pudo resolver con Miguel: el de las cuotas y el poder?
¿Cómo resolverían un acuerdo con reformistas y otros “opositores” sino a punta
de cuotas? ¿Cómo se han establecido las ya virtuales candidaturas, acaso
democráticamente? ¿Cuál de todos los “líderes nacionales” ha hecho una sola
mención al atropello salarial bestial del gran empresariado parasitario contra
los trabajadores? ¿Cuál se atreve?
Esta
es -lo dijo el historiador Piero Gleijeses- la “democracia bastarda”: la
democracia impuesta por los yanquis, los 12 años. Una democracia engendrada en
una violación. La política dominicana queda, otra vez, como hace cuarenta años,
desnuda como terreno de pugnas entre las facciones del poder económico y
transnacional adueñado del país, que invierte y funciona como “gran elector”
financiando partidos y campañas para garantizar el orden instalado en este país
a partir de 1966, y garantizar las fuentes de su subsistencia como grandes
emporios y grupos empresariales; y se devela como terreno para la disputa de
facciones que ocupa n la actividad partidista-electoral en busca de esos
apoyos y con el presupuesto público y la posibilidad de influencias y favores
como “joya de la corona”. La política como terreno para una formidable cadena
de acumulación originaria que pare cientos de nuevos capitalistas al año. En
términos de clases y caudillos empoderados de la política, en República
Dominicana no existe oposición ni contradicción: existen antagonismos
particulares, proyectos empresariales enfrentados, agendas que giran alrededor
de individuos encargados de la Historia.
Ha
culminado la lucha contra el último bastión importante fundado para una
transformación de esta República Dominicana dividida entre una pequeña isla de
todo-poderosos y un inmenso país despojado y abusado, subordinado en la
democracia bastarda. La disputa por el control del Estado está en manos de
cualquiera, menos del Pueblo organizado y participante. La posición de los
protagonistas visibles en torno a este problema ha quedado totalmente clara.
Así
no se va a romper con el orden heredado, bajo la creencia de que los partidos
deben ser “maquinarias” y “fábrica de presidentes”; sin asumir al Pueblo como
sujeto en vez de votante silente y paciente, mero “portador de derechos” según
den los recursos y la voluntad; admirador de la “obra” o del “prestigio”,
merecedor de la maldad o la bondad, según sea la moral individual del opinante…
En esto es lo que hay que pensar. Esta es la gran encrucijada.