domingo, 4 de mayo de 2014

Imposible de olvidar



Eramis Cruz

No recuerdo con exactitud el color de sus ojos pero la mirada de Laura se definía por un fulgor que se sentía en las invisibles ondulaciones del espacio. Vista en la quietud momentánea y en la armonía de su conjunto corporal femínea, parecía hecha para la poesía romántica o para la historia épica, pero en realidad ella era la protagonista dramática de sus fantasías juveniles. Las veces que regresó a nuestro lar nativo, no tuve la oportunidad de conocerla, para ese entonces su mundo y el mío no tenían puntos coincidentes.
Cuenta mi hermana Joaquina, que compartió mucho con ella, que no bien llegaba al país, la invitaba con otras amigas a ir a solas a la playa con todo garantizado por su idiosincrasia de mujer tan indeleble como indomable. Su modo de ser, alegre y dispuesta, hacía sobresaltar su nombre, aunque muchas veces cómo a uno se llame no es lo más importante, sino cómo le recuerden. Laura era fuerte y temperamental, pero solo se notaba en ella un reflejo de sinceridad y el destello mágico de su sonrisa.
Ella era una niña saltarina, que a pesar de su inocencia revelaba su sabiduría, cuando su madre emigró hacia la ciudad de los rascacielos buscando un mundo de mejor suerte para su familia. La madre de Laura se llamaba Lusa. Era una mujer con todos los rasgos negroides del caribeño que se casó con un hombre blanco, a quien deslumbró desde el primer instante que la vio, convirtiéndola en madre de una familia de prominencia hispánica. Entre los ocho miembros de la familia Lusa era la única negra, sus hijos fueron blancos o de color canela a causa de los fuertes genes de su marido. Ser blando en aquel entorno social era visto desde una óptica positiva, según los prejuicios populares, “hay que refinar la raza” –decía con naturalidad la gente.
Eran aquellos tiempos de efervescencia económica en la ciudad de Nueva York especialmente en la industria del vestido centralizada en el llamado “The Garment Center”. Aquí los llamados talleres del sudor estaban repletos de inmigrantes felices de contar con un empleo y muchas veces con dos y hasta tres. Sin negar que la explotación humana fuera verdadera y que trabajar por el jornal no era cuestión de suerte ni del tal sueño americano, sino un acto propio de la necesidad de ganarse la vida de la manera más noble frente a quienes pagaban el salario más ínfimo posible en medio de la oferta y la demanda del mercado del trabajo.
Recuerdo el día en que sentada a la máquina de coser, Lusa mostraba su habilidad en el oficio mientras narraba algunos episodios de la historia de su llegada a este país y cómo en poco tiempo adquirió un estatuto legal para traer desde el otro lado del océano a seis hijos y a un marido desesperado. Nos contaba con impresionantes narrativas la magnitud de los desafíos, como volvió a su país para asistir a una cita con el Consulado Americano.
Quien le atendió fue una consulesa de ojos azules y pelo dorado, que hablaba un español con acento notable pero muy claro. Al preguntarle cuántos hijos tenía intención de llevar consigo, ella le dijo que eran seis. La funcionaria se paró de su asiento y con efusión le dio un abrazo de felicitación, diciéndole que los visaría a todos, incluyendo a su marido, por la sinceridad que había visto en ella y la valentía para llevar a buen término tal empresa –yo misma no podía creerlo –dijo Lusa bajando la voz mientras detenía el pedal de la máquina de coser.
Sin darse cuenta Lusa me dio mi primera lección sobre el hostigamiento sexual en el empleo cuando describió el contexto en que su jefe le ofreció ventajas a cambio de un favor, ella apuntó a su parte con la mirada mientras se explicaba, dijo que contuvo para no partirle la cara a aquel desgraciado oportunista. Agregó que fue tan grande el escándalo que dejó a todos allí consternados mientras ella salía por la puerta dejando atrás el salario de la semana.
En un abrir y cerrar de ojos sus hijos se hicieron hombres y mujeres, los que se casaron vivían en un perímetro corto de la casa materna. Debo aclarar que cuanto llegué a la Babel de Hierro Lusa y Feliú estaban retirados de sus empleos y eran sus hijos los que vivían la plenitud de la vida. Todos daban la impresión de que a ninguno le faltaba nada y trabajar hasta el viernes era el preludio de un fin de semana para iniciar la diversión en la sala de sus hogares. La música Disco estaba a la moda y la liberación sexual de los años 60 aún hacía sentir su influencia en el ambiente de la ciudad. Se jugaba dominó con una apuesta por pura diversión, también apostaban lanzando dardos hacia un blanco en la pared.
Una noche de primera semana, antes de la cena recibí una llamada de Lusa. –Te tengo un empleo, abordas el tren a Downtown el próximo martes –me dijo con una entonación maternal. El lunes era día feriado. Fue mi primer empleo y el inicio de una amistad con esta familia tan numerosa como divertida, especialmente con Laura que ya estaba casada y tenía su primer hijo que apodó el Chino. Después tuvo su segundo hijo.
Como dejé entender al principio, Laura era mujer bella por dentro y por fuera. Lo que más me fascinaba de ella era su modo de actuar como cuando todo está preconcebido. Una noche me mostraron los álbumes de las vacaciones de Laura por diferentes países de Europa, Rusia y otros países. Me impresionaron algunas de sus fotos flotando en la piscina de agua diáfana mientras se bronceaba luciendo unos atrevidos bikinis.
 Al otro día después de una noche de fiesta, y sufriendo la consecuencia de la champaña que ingerimos, me salcochó dos huevos que sirvió en una taza con una cuchara, y media hora más tarde, mientras el Chino miraba los dibujos animados, me dejó en compañía de su marido con la recomendación de que fregáramos los platos y limpiáramos la casa mientras ella iba en su Cadillac descapotado al hipódromo a jugar a la carrera de caballos. Fue ese día cuando comencé a conocerla tal como era.
La vi tomar la llave del Cadillac convertible, vestía pantalones de mezclilla, calzaba botas de cuero color pardo, llevaba un reloj suizo y  unas cuantas pulseras de fantasía en el otro antebrazo, con el pelo corto y una cadena delgada sobre el escote avanzó hacia la puerta con pasos amplios. Su marido Jeremías no notó el vaivén de aquella diosa con cuerpo de cintura de avispa, tampoco percibió su perfume en el aire disparado al cerrar la puerta, él no se dio cuenta tal vez por su costumbre a la rutina o a la cotidianidad. Además, los años traen consigo procesos que nos resultan inadvertidos y concatenados como si fueran una formula química que nos cambia la piel y el aura del alma.
Por complicaciones de la vida dejamos de vernos por un largo tiempo. Durante dos décadas Laura multiplicó por cuatro su propio peso físico. En esos años que dejé de verla cambió tanto que prácticamente no la hubiese reconocido sino hubiese sido por las fotos que colocaron en un álbum improvisado. Estableció un negocio de dispendio de comidas en el mismo hipódromo donde tantas veces hizo apuestas entusiastas. Pero el camino degenerativo que tomó su vida la llevó a un estado depresivo peligroso. Un vacío muy grande impidió su vuelo de águila.
Un día se quedó dormida para siempre. Nadie notó la botella de whisky exactamente al lado de la cama, no encontraron indicios de pastillas en su habitación ni una nota con su bella caligrafía. Le echaron de menos después del excesivo tiempo de la siesta a medio día. Lusa la lloró con el cuerpo y con el alma, tenía por seguro que a su edad serían sus hijos quienes la lloraría a ella y no de esa manera invertida por los desatinos de los años. Jeremías, años después, aún joven, la siguió a la otra vida víctima de una pulmonía.
Ellos fueron para mí familia y hogar cuando vine a este país. Para Laura Jeremías había sido su complemento y a él le quedaba claro que cuando la mujer quiere no engaña y se sentía seguro del amor de aquella reina del imperio perplejo que le tocó convivir, tal vez por eso apresuraron su felicidad durante el apremio de la juventud. En el día de su aniversario siempre recuerdo a Laura desde cualquier espacio donde me encuentre y me hace pensar de nuevo que uno virtualmente no se muere mientras haya alguien que le recuerde, la muerte no es nada, sino el olvido.

La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...