UAN ISIDRO ORTEA FUE AGUERRIDO EN LA MANIGUA Y SONORO Y VIBRANTE EN LA POESÍA
Por: Ángela Peña
Los textos de historia dominicana exaltan el arrojo del revolucionario,
el guerrillero el político. Los libros de literatura ponderan al
periodista, al erótico cantor de nobles sentimientos que además de
glorificar en sus versos la pasión del amor describió con asombrosa rima
las riquezas naturales de la Patria.
Vivió intensamente los
escasos treinta y un años que estuvo por el mundo, entregándose con
ardor a las causas que le atormentaban. Por eso fue aguerrido en la
manigua, sonoro, vibrante, armónico, en las composiciones que legó al
parnaso, valiente, en las denuncias
que publicó en la prensa. Esa es la
razón por la que a Juan Isidro Ortea hay que buscarlo en el relato de
las constantes expediciones e insurrecciones que matizaron el acontecer
nacional del siglo antepasado, en el comentario elogioso de los
antologistas, en las páginas de los periódicos de su época.
Sus
tres delirios, el amor, las letras, la política, le acompañaron hasta el
último respiro. Herido en la víspera de su trágico final, condenado a
muerte, sacó fuerzas para despedirse de sus padres y esposa con notas
conmovedoras. Este es mi destino. Yo hasta lo había previsto antes de
venir al país… Ustedes no deben desesperarse, mis amantísimos padres,
por más rudo que sea este golpe. Busquen como yo consuelo y conformidad
en la religión cristiana, escribió con una bala en el vientre, a pesar
de los acerbos dolores que atenaceaban su alma y su cuerpo.
A
Mercedes Sánchez Mola (Cheíta), con quien había casado el dieciocho de
febrero de 1874, la consolaba: ”Adiós, mi pobre Cheíta, adiós hasta la
eternidad! Cuando esta carta llegue a tus manos ya serás viuda! ¡Cuán
sorprendentes son los dictados de la Divina Providencia!”
Ortea
había sobrevivido triunfante a varios alzamientos. Luego de haber
organizado junto a su hermano Francisco la revolución del veinticinco de
noviembre de 1873, fue el hombre de armas de Ignacio María González, en
1876, cuando éste acaudilló la revolución en el Cibao, contra Ulises
Francisco Espaillat. Un año después libró fieras campañas contra
Buenaventura Báez, apoderándose con un furioso ataque de la fortaleza de
Puerto Plata. Desalojado, se trasladó a Santiago y recuperó el recinto
militar de la localidad, sitiado por las columnas baecistas.
Su
heroico papel en la revuelta fue premiado con el cargo de vicepresidente
del fugaz gobierno provisional de González, constituido en Santiago.
Después, Ortea desempeñaría otros cargos de corta duración hasta que fue
expulsado del país en la administración de Monseñor Fernando Arturo de
Meriño. Junto a Cesáreo Guillermo y otros rebeldes preparó en Puerto
Rico una expedición de funesto desenlace que han recogido con todos sus
dolorosos detalles historiadores connotados, como Vetilio Alfau Durán,
Joaquín Balaguer, Rufino Martínez, entre otros.
Fue el epílogo
de una lucha heroica, sangrienta, que comenzó con la ejecución el 29 de
julio de 1881 de dieciocho prisioneros en Santo Domingo, de la gente del
general Braulio Alvarez quien se encontraba levantado en El Algodonal.
“Se cumplía el Decreto del 30 de Mayo de ese fatídico año, dado por el
Presidente Meriño y firmado por todos los secretarios de Estado”,
escribió Vetilio Alfau refiriéndose al tristemente recordado Decreto de
San Fernando.
El treinta de julio de ese año arribaron los
generales Cesáreo Guillermo, Rafael Pérez, Juan Isidro Ortea, Vidal
Méndez, Quintín Díaz y otros oficiales subalternos a bordo de la goleta
Adela, propiedad del alcalde de Ponce, a la playa de Punta Cana. Al
respecto dice Balaguer que la incursión contaba con el apoyo de las
autoridades españolas de la cercana Isla, disgustadas por la ayuda que
Luperón y otros jefes azules prestaban a Antonio Maceo y a los demás
patriotas que trabajaban en el país activamente a favor de la liberación
de Cuba.
Marcharon a pie a Cabo Engaño y al Macao, y a su paso
por Higüey no solo fueron aclamados sino que se les unieron lugareños,
cien boricuas y algunos españoles. Los derrotaron en La Loma del Cabao.
Tomás Mercedes Botello y sus dos hijos Pedro Tomás y Josesito, Juan
Isidro Ortea, Quintín Díaz, Vidal Méndez, Ricardo Lluberes, fueron
hechos presos en una cueva del ingenio de Sanate y el siete de
septiembre, conducidos al pueblo, los pasaron por las armas. Ortea,
herido, fue cargado en silla de mano.
(…)
El más celebrado
poema de Juan Isidro Ortea es “Sueños”, que figura en todos los libros
dominicanos de literatura que estudian su producción:
“Hay en mi patria, tórtola mía,
tras esos montes que ves allí,
un valle fértil donde a porfía,
crecen la adelfa y el alelí.
Nada más rico que un arroyuelo,
joya preciosa de aquel edén;
si quieres dichas en este suelo
bate las alas, tórtola, y ven…”.
Cortesía de Miguel Collado
jueves, 15 de mayo de 2014
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