Sergio Reyes II.
Una sonrisa franca, abierta y amigable seguía sus pasos en el incesante
andar por los medios periodísticos, televisivos y de variedades
dirigidos al inmenso público de origen hispano que abarrota las
barriadas de la ciudad de Nueva York, sus condados vecinos y otros
Estados del área. Haciendo acopio de esfuerzo, dedicación y
profesionalismo, se fue abriendo espacio
en las diferentes opciones que presentan los medios de comunicación y
de manera especial en la programación de televisión por cable, en donde
su característica presencia engalanaba las pantallas para llevar al
público, en cada una de las emisiones de su programa, no solo las
vivencias e historias que caracterizan el acontecer artístico sino
también los sucesos, ansias y aspiraciones que tienen espacio en el
diario vivir de nuestra gente humilde, tanto en el caso de la población
inmigrante como de los que quedaron en el lar nativo, levantando con
orgullo las raíces e idiosincrasia de nuestros países.
Al igual
que otros tantos inmigrantes de los que hoy por hoy ocupan destacados
espacios en los medios noticiosos y televisivos que tienen vigencia en
la ciudad de New York, Minerva Saint-Hilaire engalanó con su
acariciadora y jovial personalidad a la pantalla chica, impartiendo
cátedras sobre la forma en que debe desenvolverse un profesional de los
medios de comunicación. Esta postura le llevó a ser un personaje de
primer orden en todo el espectro del periodismo dominicano radicado en
la ciudad de los rascacielos y le granjeó sinceros afectos entre todos
los profesionales que incursionan en estas labores.
Su llegada a
cualquier escenario despertaba de inmediato efusivas muestras de
aprecio y a su paso llovían andanadas de comentarios de admiración por
la frescura y lozanía que exhibía su afectiva personalidad. De allí le
vino, en justeza, el mote de La Reina.
Pero esta inmensa mujer,
que como su nombre indica nació para descollar en los dominios y las
artes de la sabiduría, fue, a su vez, Reina y Señora en la entrega por
entero y sin dobleces a la noble labor de trabajar de manera incansable y
desinteresada por llevar un hálito de aliento a los pobres, los
desvalidos y los necesitados de amor y solidaridad.
De sus
luchas y afanes dan cuenta su participación decisiva y destacada en
infinidad de maratones y jornadas de recaudación de aportes y todo tipo
de ayudas para contribuir con la mitigación del hambre y la secuela de
males que afectan a las poblaciones afectadas por la ocurrencia de
desastres de la naturaleza, incendios, conflagraciones sociales o hechos
fortuitos propios de la sociedad en que vivimos.
Y junto a su
infinita personalidad, muchos recordarán la profunda sensibilidad que
embargaba a La Reina, al tiempo de recabar de los pudientes y los
poderosos el urgente apoyo a esas comunidades devastadas, para poder
mitigar, aun fuese en parte, sus múltiples necesidades.
En
otros muchos casos Minerva Saint-Hilaire fue más allá: Sin esperar el
apoyo de los destellos de los reflectores ni la cobertura de programas
noticiosos o de variedades que difundiesen su silencioso andar por el
sendero de la solidaridad y las buenas acciones, asumió por sí misma y
contando apenas con algunos amigos y familiares la enjundiosa labor de
encaminar operativos médicos, entrega de útiles escolares y juguetes y
otras obras sociales y de ayuda comunitaria en apoyo de niños, jóvenes
estudiosos y envejecientes de diferentes comunidades rurales enclavadas
en los lejanos pueblos de la Línea Noroeste y la frontera dominicana
-su tierra natal- así como en otros lugares de la República Dominicana.
Y asumiendo esa noble y abnegada labor, de manera callada y sin
rimbombancia, La Reina movió sus pasos y sus acciones por senderos
insospechados, en los que conoció de cerca el dolor que embarga a la
gente humilde y menesterosa, que parece haber sido olvidada de las
élites gubernamentales; esos que no tienen de nada mientras a otros les
sobra de todo.
Hacia estos sectores dirigió su accionar Minerva
Saint-Hilaire, contando más que nada con el impulso de su bondadoso
corazón y su inmensa vocación de servicio en auxilio de los pobres y los
habitantes de su región de origen.
En este día, La Reina
descansa de sus cotidianos afanes. La tersura y placidez de su rostro
evidencia que, en efecto, duerme el sueño de los justos. En el Libro de
la Vida, hace tiempo que fueron escritas sus buenas acciones y de seguro
que esto le allanará el camino en la ruta hacia el descanso eterno.
Sus familiares y compueblanos lamentan en forma desconsolada su
inesperada partida. Oleadas intermitentes de sus colegas de la crónica
de arte, locutores, periodistas y relacionados de los medios de
comunicación desfilan reverentes en frente al féretro que contiene sus
restos mortales, para rendirle el último y caluroso Adiós. La pantalla
chica, que se engalanó con su imponente y afectiva presencia, ha quedado
enmudecida y sumida en un pesaroso gris, mientras las emisiones
noticiosas recogen los reportes que dan cuenta de su velatorio.
Y en las poblaciones de la lejana frontera, muchos lloran a raudales, a
sabiendas de que, con la partida de Minerva, además de una hermosa y
cariñosa compueblana, hemos perdido a un hada madrina, un angelito de la
guarda -si se me permite la comparación-, que velaba de manera
incansable por el bienestar y felicidad de nuestra gente.
No
exagero si les digo que, en esta tarde gris, la ciudad de Nueva York que
siguió sus pasos día por día y vio su carrera cubrirse de éxitos, llora
de manera inconsolable su partida.
Descanso eterno a sus restos!
sergioreyes1306@gmail.com
New York, Mayo 16, 2014.
viernes, 16 de mayo de 2014
La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile
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