Eramis Cruz
A veces conocemos a alguien por corto tiempo pero su recuerdo perdura
toda una vida. Y uno se pregunta cómo muchas veces convergen los encuentros en
el tiempo o el espacio. Rehúso darle una asignación fatalista a las
coincidencias, a los eventos que resultan de causas tan naturales como perderse
el tren en la estación, o sea la confirmación de que la teoría del destino
determina los acontecimientos, de esto ser cierto, estaríamos todos condenados,
inclusive antes de nacer, a un programa determinado, lo cual sería la
injusticia más grande contra el ser humano.
No es una coincidencia que las estadísticas de criminalidad en las
calles son más altas en los sectores más pobres de la ciudad, al igual que los
empleos son mejor remunerados a los que tienen una formación académicas en
carreras de mayor demanda. Todos estamos de acuerdo que un programa deportivo a nivel nacional puede concebirse
como parte de la medicina preventiva como complemento de la medicina curativa,
una rinde resultado a largo plazo y la otra inmediatamente.
Sin embargo parece ser cierta la expresión de que la uña le duele al
dedo, este dicho queda confirmado cuando la gente reacciona de manera diferente
dependiendo de su relación o ubicación con respecto con lo acontecido a otro
ser humano. Nos importa si sucede en nuestra familia o en la comunidad, pero
tenemos una actitud diferente si el afectado esta en China o África del sur.
Lo antedicho tiene sentido solamente en la medida en que se justifique
como una autodefensa contra los traumas emocionales que pueden provocar una
cadena de acontecimientos negativos en determinado tiempo o geografía. Nos
referimos a lo que acontece en el mundo diariamente, muchos eventos naturales,
y otros humanos. Es justo mencionar los huracanes y los terremotos y entre los
humanos sobresalen las guerras y otros tipos de conflictos y accidentes que
dejan una secuencia de desgracias y muertes, como es el caso de accidente de
aviones y barcos.
Limitándonos a un contexto más
personal y a manera de exponer lo que al principio decía sobre el impacto de
una persona en nuestra vida, especialmente cuando se le conoce por un corto
tiempo y particularmente porque la persona pasó por un transe que cambió su
vida de manera definitiva y para siempre. Este es el lado contrario a la
indiferencia, no importa si no estuvo en nuestras manos asistir para que las
cosas resultaran distintas.
Creo que al inmigrante nunca se le olvida el primer empleo en el país que
lo acoge, principalmente por el ingreso económico del que depende el bienestar
y las motivaciones por nuevas condiciones de vida. También es probable que la
persona quede sujeta al sector laboral de su primer empleo, al menos que exista
la meta progresista de avance profesional.
Permítame describirle una experiencia vivida cuando tenía pocos días en
mi primer empleo. En una factoría en el Germen Center de Nueva York, apenas
tenía dos semanas en el piso 9 cuando del piso 14, que en realidad debió ser el
13, llegó una hermosa empleada, la joven deba la impresión de que perfumaba el
aire con la silueta de su cuerpo de modelo, era la mujer más linda que había
visto en el bajo Manhattan. Pregunté por ella y me dijeron que estaba casada,
precisamente con un joven que también trabajaba en esta compañía, en el
supuesto piso 13.
Tuve la satisfacción de conocer a Francis el día siguiente, era
realmente un joven divertido. Nos pasamos una tarde celebrando sus ocurrencias
ya que era persona de trato amable y de fácil reír que no dejaba rastro de duda
sobre su manera sincera de ser.
Nuestro amigo sufrió dos desgracias terribles. La primera le cambió la
vida para siempre, la segunda lo hizo
infeliz por una frustración emocional que lo convirtió en una persona al borde
de la locura.
El mismo me contó con gesto adolorido, no sé si por causa física o por el
efecto moral, que a veces duele más. Me dijo que era viernes en tiempo de
verano, el calor hacía más sabrosas la cervezas refrigeradas y más audible la
música desde los altavoces. Me narró cómo se divertían en compañía de su
emperatriz de pelo negro en aquella fiesta de cumpleaños. Después de bailes,
diálogos y piruetas, algo cansado y pasado la media noche, decidió escaparse
por un instante. El bar de la esquina era el único lugar abierto a esta hora,
entró empujando una vieja puerta embarnizada, su intención era ordenar algo de
comer y regresar de inmediato.
–El hombre propone y Dios dispone –me dijo haciendo un paréntesis.
En aquel bar, no había nadie con
cara de tristeza, era un ambiente de camaradería, de repente sintió que él era
el único desconocido aunque nadie le fue indiferente. Fue detallista al
contarme cómo saboreó la sopa caliente
que le sirvieron y el contraste con el frío aire acondicionado que hacía más
fácil el ambiente encendido de los clientes, hombres de mangas cortas y mujeres
de escote dispuesto a la vista.
Había pagado la cuenta y daba media vuelta en busca de la vieja puerta
embarnizada cuando se alborotó el ambiente, rodaron unas cuantas sillas y se
oyeron unos disparos ensordecedores. Fue
allí que le dieron un disparo en la espalda que no estaba dirigido a él. Fue el
final de su alegría juvenil. Quedó en una silla de ruedas. El día que fluí a
verle me dijo que sentía un frío constante y sin embargo sudaba profusamente,
sin dominio de sus extremidades. Apenado le pregunté por su hermosa mujer. Hace
poco que me abandonó –me dijo con el alma en vilo.
No se sabe cuando nuestro navegar puede cambiar de rumbo, pero por lo pronto
y como dice una popular expresión: la vida sigue su agitado curso.