Eramis Cruz
Señores, no hoy otro lugar donde dejar plasmado lo que siempre quisimos
ser como en las páginas sociales. Detrás del espejo descubrimos la falsedad de
las imágines, exclusivamente es un instrumento que nos hace creer que las
fantasías son reales y nada mejor que acomodarse a las ilusiones. Siempre
tuvimos esa aspiración de contar con una metodología para diseñar los sueños y
luego solamente acostarse a dormir.
Cuántas historias tristes
escritas con tinta invisible en Facebook, aquellas que no necesariamente son
las nuestras, sino las de los demás. Las imágenes salen por el trasero del
lente retocadas por los pixels, en alta definición ocultando los defectos, con
suficiente luz para ocultara la negrura de la piel. No existe la necesidad de las modificaciones
corporales, pero se impone un ir más allá, y hacerse cirugía estética al costo
que sea, a veces con la vida y otras veces con las cicatrices en el alma o el
cuerpo.
Pero donde guardaremos las imperfecciones
del alma, la vida es algo más que las imágenes. Pero nada detiene la
hipocresía, el venderse por quien no se es. Los demás no hay que decirlo,
solamente hacer “Click”. Recuerdan como se condenaba a lo que salía por la
boca, mentiras o inventos provocadores de escándalos sociales, pues ya no hay
que decirlo, ahora hay que hacerlo, si el verbo si hizo carne eso fue hace
mucho tiempo, ahora el verbo tiene falta de ortografía. Se lanza algo más que
la primera piedra, pero no causan contusiones sino en el alma.
Una mujer celosa no persigue a su marido o a su amante por la esquina
del Boulevard, lo hace con destreza en el entorno luminiscente de la pantalla
del celular a la computadora. Allí todos somos amigos incluyendo a quien nos odia
o nos desprecia, sigue vigente aquello de que “amigo es el ratón del queso”.
Las imágenes retocadas reservadas
para los famosos ahora nos pertenecen, no se necesita de un estilista, sino de
un selfie en la soledad de la habitación o en un lugar para la inspiración. Las
imágenes de los más tontos son una expresión de las distorsiones de la
personalidad, no de la dimensión de la perfección ni de de la exigencia de la
delicadeza. A veces esa imagen resulta invertida a la vergüenza o un mínimo de
pudor. El idiota saca la lengua para lamer la boca de su chica, vive orgulloso
de la vulva tatuada cerca de un orificio, el pobre no sabe distinguir entre la
estética y la tetánica. Es como si supiera inclusive antes de llagar adulto que
el hombre más feliz ni siquiera tenía camisa ni Facebook.
¿A quién le importa el eslabón perdido? La gente está terminando
convencida de que pensar pasó de moda, que vivimos el tiempo de la información,
no necesariamente de la investigación y que por tal razón el conocimiento no
tiene un sentido lógico. ¿Conocer qué? El espejo es el único fiel y nos muestra
que no retiene nada, es tan parecido a una memoria falsa, volátil, familia
cercana de la ficción.
Para qué hablar del pecado y para qué confesarlo como antes, si ya hasta
el cura tiene una página en Facebook, pero él, igual que todo el mundo, tiene
mucho que ocultar, no solo las confecciones de sus fieles sino las suyas
propias. Quienes están riendo a carcajadas son los políticos, los serios y los
charlatanes, nunca tuvieron tantas imágenes parecidas a las suyas como en
Facebook. Todo el mundo cuenta con un eslogan que el sistema reproduce
automáticamente. Dicen que eso se predijo en al apocalipsis con la misma
veracidad que el calentamiento global por el niño y la niña estar jugando con
piedras chatas.
Es justo tener la ilusión de que nadie note las alucinaciones. Que nadie
sepa si él no tiene trabajo, que lo perdió por una vaina que publicó en
Twitter. Que a nadie le importe si
ella no es infeliz en su matrimonio, a
pesar de que su marido es un psicólogo y alcohólico, como en la novela de
Univisión. Ni que su hijo es mal educado o su hija enseña lo que no debe, uno o
el otro cada vez se parece más al padre o se comporta tan parecido a la madre
que no necesita un “Deoxyribonucleic
acid” o ADN.
Alucinar siempre ha sido una terapia para ocultar los efectos
devastadores de la realidad, cruda y cruel, especialmente para los débiles. De
lo contrario uno se pregunta para qué se inventaran los payasos y con ellos las
demás historias fantásticas de la biblia y el rosario de promesas que se
pregona desde los altares o desde las esquinas de las calles, prometiendo el
cielo como si se tratara de kioscos o tiendas de noventa y nueve centavos.
En Facebook todos comen vegetales y hacen ejercicios, uno no le nota la panza
a nadie hasta que no le encuentra en el supermercado, o por casualidad le mira
en la rutina del patio de su casa. No se
puede negar el derecho a verse mejor, a hacer creer que conquistamos el mundo,
pero cuando esto se convierte un complejo parecido al narcisismo se puede
terminar depresivo o desilusionado.
Pero se trata de un espejismo universal, al final la realidad sigue ahí,
diciendo que existe una conexión entre lo que se dice y lo que se hace, entre
lo se toca y lo que se cree. Que aún el mundo sigue siendo el mundo para todo
aquel que está vivo, solamente sentimos los efectos de algunas modificaciones y
una manera distinta de decir las cosas, las que vemos y las que percibimos.
Nuestros abuelos decían que “el hombre no sabe para quién trabaja ni la mujer
para quién lo tiene”. Eso no es tan real ahora porque las mujeres se hacen
profesionales y existen los transexuales y el matrimonio homosexual.
Sin embargo a nadie se le ocurre romper el espejo, dicen que un espejo
roto es indicio de mala suerte, al contrario, lo cambiamos por uno que se vea
mejor. Un televisor de alta definición, una tableta capaz de decirlo todo en el
idioma de preferencia. Al final alguien está pensando por uno, alguien muy
inteligente esta reinventando los cerebros, y uno se pregunta a cambio de qué
son tan generosos los diseñadores de nuestros sueños.