sábado, 2 de abril de 2011

Cuatro menos tres

Eramis Cruz

No sé si usted lo ha pensado como yo pero no dudo que estamos de acuerdo en cuán importante es la familia. En el ambiente en que nos criamos la primera generación de estos tiempos había un concepto de familia que se concebía la comunidad como una familia compuesta de familias, fuera el campo más lejano o en el barrio de la ciudad. Uno viaja desde Nueva York hacia su país natal y nadie logra convencerle ni sale del asombro, de cuanto cambiaron las cosas y que penoso es tener que admitirlo. Y uno cree que tal vez sucedió porque nos fuimos de allí dejando a otra generación el lugar que nos correspondía.

Nuestra emigración hacia otras urbes rindió mayor beneficio alos  dos lados, a muchos que allí quedaron, para quienes fuimos ejemplo de valentía, por cruzar los mares arriesgando caer en las fauces de los tiburones o de morir sediento en medio del agua salada mientras se flota a la deriva de una balsa destartalada símbolo de un sueño que de sueño tiene poco. El otro lado son los hijos y los nietos a quienes no tuvimos que abrirles las puertas, ya estaban abiertas cuando nacieron, y si no entraron por ellas fue porque no les dio la gana, y se confundieron por seguir los falsos mensaje de ficción de Hollywood o las desviaciones que ofrecen los caminos fáciles.

Cuando decidí dejar mi país para venir al norte, no lo hice como los otros, aunque admito que terminé como ellos, me refiero a los mejores de los mejores. Llegamos a empujar las puertas y los hicimos con energía y determinación, un calor de diablo en el verano, húmedo y pegajoso, alergia en primavera, un bendito frío hasta los huesos en el invierno y otra vez alergia en el otoño. Quién sabe dónde está el punto que interrumpe ese círculo recurrente de los fenómenos naturales. Todos siempre terminábamos pensado que no había mejor remedio que el regreso, el problema siempre fue cómo.

En los Salones del Colegio Comunal Eugenio María de Hostos conocí tres campeones “tumba puertas”, Edgar Escobar es colombiano, Jorge Reyes es ecuatoriano como el otro del grupo Jorge Guevara y Jacinto y yo somos dominicanos. Somos cuatro menos cero hasta el día que Dios quiera como dirían las cuatro menos tres. Pasamos al otro nivel por reconocer desde un principio que estábamos a prueba y no llagamos a trabajar para el gobierno con apuro de competencia sino de eficiencia indiscutible frente a quien tuviera el valor de desafiarnos. Cuando ni la ley ni la razón estén de parte porque algo o alguien con artimañas no lo permite, recuerdas que nada inspira más respeto que la valentía sin perder la cortesía.

No llegué a este país un noviembre de aspecto invernal motivado por un sueño, no, nunca aprendí a soñar por no creer que eso se aprende, para mí dormir fue siempre una necesidad, no una opción de vagancia o holgazanería. Tenía conciencia del papel del trabajo en la sociedad y de la misión del trabajador según aprendimos en los tiempos de la llamada guerra fría, una “vaina” muy parecida a lo que pasa ahora, cuando los gobiernos tratan de hacer la guerra a los fantasmas que ellos mismos crean, dicen sentirse amenazados por esos duendes y lazan misiles según ellos para defender a los civiles, a esos a quienes les niegan los seguros médicos, los aumentos de los salarios y hasta cupones de Sección 8 y estampillas de alimento. Pero en verdad a los que les tienen miedo es a otra gran depresión como la que ocurrió en 1929 que fue como una maldición para el gran capital de los ricos.

Lo que traje en mi maletín fue una lista de deudas, y otra lista de frustraciones, más bien me echó las pesadillas del gobierno del doctor Joaquín Balaguer. Nunca creí en su eslogan expuesto en grandes posters “Gobierno que trabaja, país que progresa”. Y que nadie me diga como quedan las manos de un ayudante de albañil que carga los blocks de cemento sin contar las hileras que suben desafiando el radiante sol del Caribe. Ahora parece trabajo más atractivo para inmigrantes haitianos que del mismo modo sufren el látigo del infortunio que no conoce fronteras.

Te cuento de aquellas cuatro mujeres de un barrio típico de San Francisco de Macorís, las cosas de allí no cambiaron, se transformaron para adaptarse a los nuevos tiempos. Ellas terminaron siendo madres de hijos emigrantes, sus hijos vinieron para compartir el mismo espacio en Washington Heights.

Allá, al otro lado, en una calle zanjeada por los efectos de los aguaceros, se desciende hasta otra calle perpendicular y paralela al río Jaya. La casa de Iluminada está separada de la casa de Vía por un callejón convertido en camino improvisado a conveniencia de los transeúntes. La casa de Vía esta justo al frente de la casa de Ramina y la casa de Ramina y Estervina están separadas por la casa de la vecina de ambas. Ellas lo comparten todo, hasta aquella estrofa que dicta que “veinte años no es nada” y como nada fue que crecieron sus hijos, hechos hombres y mujeres, dando vida a otra estrofa que dice “para llegar a los dioses es suficiente mirarle cuando sutil se desliza como la espuma en el aire”. Ellas nunca le fallaron a su Dios, creo que sucedió lo contrario.

Con el transcurrir del tiempo uno se da cuenta que solo hay dos razones para viajar a su país, por urgencia y por emergencia. De urgencia porque hay que volver a los que se aman, con ellos comenzar lo que fue un sueño desde antes de partir, levantar una casa en un rincón del pueblo, no será la misma casa, ésta tendrá la apariencia de una cárcel por el temor a los bandoleros urbanos de Leonel Fernández que colectan celulares para su campaña de reelección. Con la duda si podrá vivir en ella sin la amargura de un desliz con el espacio que te sobra. Cuartos vacíos de hijos y nietos que reniegan de un regreso a un país que ya ni se parece al que dejaron sus padres. También descubres que no cruzaste mares en busca de sueños, sueños fueron lo que dejaste atrás el día de la despedida. Las emergencias son más fáciles de explicar aunque más difíciles de contener, fue por las emergencias que ellas terminaron siendo cuatro menos tres, el factor cero no queremos ni siquiera mencionarlo por un asunto de sensibilidad.

Ramina viajó a Nueva York no para trabajar después de un retiro sin paga como trabajadora doméstica en su país, sino para convivir con los suyos en la ciudad de los rascacielos. A Iluminada nunca le interesó negociar las cuatros paredes de su rancho por agua caliente y trenes saturados de gente que viajan como vacas civilizadas, María Francisca de Lara cariñosamente Vía no tenía posibilidad por haber sido madre de indocumentados destinados al regreso voluntario. A Estervina le negaron la visa por no saber mas que el apodo de su yerno y le impidieron viajar all país de los superdotados por no pasar la prueba de una entrevista dirigida por quien tiene la última palabra. Al final hasta se lo agradeció, porque al final de sus años poco tenía que ir buscar al menos que tuviera curiosidad por ver con sus propios ojos el descenso de la nieve.

En unos años fueron cuatro menos tres, a diferente hora pero en el mismo lugar les tocó responder al llamado y marchar al verdadero sueño, aquel del pocos saben algo y del que parece que no se despierta nunca. Pero como dije en otro artículo a mis lectores “uno no se muere mientras exista alguien que lo recuerde”.

La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...