lunes, 10 de enero de 2011

Desde aquel día de mis dudas

Eramis Cruz

Un día desperté confundido, creí dormir doce horas continuas, lamentaba haber pasado un día sustraído de la vida. ¿Por qué nadie me despertó? Supe la razón de inmediato, todo el mundo estaba pendiente de su propio mundo, nadie me echó de menos, ni de más. Pensé que había estado peor que muerto ya que había visto como la gente atendía un muerto, toda la atención ofrecida al recién difunto, desde el momento que moría hasta que desaparecía debajo de la tierra luego de un protocolo nunca antes ofrecido, en ningún capítulo de su vida.

Era cierto, antes de que existieran funerarias por todos lados, y de que la gente perdiera la vergüenza de llorar, los velorios eran todo un espectáculo, especialmente durante las primeras horas con la llegada de los familiares y durante las últimas horas, cuando se sacaba al difunto o difunta por la puerta principal de la casa que fue su hogar. Y es que no es lo mismo salir del hogar muerto para no volver, que salir de un lugar público donde no les dueles a nadie, sino que han prestado un servicio para que todo aquello sea mas cómodo y se vea mejor el cuerpo maquillado.

El velatorio en el hogar se usa todavía, pero es más común entre los pobres sin recursos para pagar el servicio de una funeraria. En la funeraria todo es tan diferente, no hay que suportar ese olor característico a gente muerta, y todo el mundo viene curioso a ver como se ve el difunto, si por lo menos se parece a la persona que conocíamos. Recuerdo muy bien lo que pasó con la vecina, la mujer de Alonso, conocida como Lola la borracha, la gente decía que esa no era ella, sino una extraña, menos mal que tenía todavía el lunar en la mejilla y la verruga encima del ojo izquierdo que le identificaba.

Ese día y un tiempo después, pensé en esas cosas, que hace la gente cuando llora un muerto, por lo menos no hace nada para el ser fallecido, éste no se da cuenta de nada, si todo el mundo sabe que está muerto, posiblemente sea una manera natural del vivo para aliviar su propia pena, un paliativo para el vivo aliviar su conciencia, no para el muerto que no la tiene.

Al morir la gente cumple una ley de la vida que tiene la propiedad de ser más imponente que el nacer. Ese día terminan las dudas de cuanto se quería al ser amado que se despide, la única diferencia es que ahora no lo sabe ni tampoco le importa. Toda una vida compartida, entre maldiciones, insultos, cascarrabias y mal entendidos, pleitesía, contradicciones, críticas despiadadas, saludos hipócritas, sin decir nada que valiera la pena para mostrar el amor y después tanto alboroto, tanta algarabía, tanto desgarro interior por el hijo, por el padre, por la madre que trajo con dolor sus hijos al mundo, esa que sustenta a los hijos con un manantial de su pecho. Y uno lo ve todos los días, hijos crueles con las madres, incapaces de tolerarle las torpezas que llegan con el tiempo. Cuan hábil era cuando cambiaba sus pañales, cuando sostenía con cariño el biberón, como puede no recompensarse tanta nobleza, sin esperar el día cuando ya es demasiado tarde.

Uno se pregunta muchas veces, que hay después de la muerte, sin tener una repuesta congruente, es diferente cuando se cuestiona que tanto se puede hacer por la felicidad en la vida, que es corta y maravillosa. Uno se cansa del trabajo, pero se echa un sueño y al despertar está sustituida la energía, uno se molesta con alguien, pero lo piensa bien y luego vuelve a quererle, uno ofende a un amigo, pero luego de una reflexión reconciliación ayuda con más fuerza a ceñir los lazos de la amistad, uno se equivoca y luego de reconocerlo se complace en la verdad, en la lógica de los procesos, cuanto se simplifican las reglas. Tenemos esa capacidad de recuperación, de reivindicar lo que se pierde, excepto el tiempo mal invertido, o lo que se deja para después de la muerte.

Después de la tormenta, casi se paraliza la ciudad, del cielo cayeron toneladas blancas de nieve congelada, los fuertes vientos hostigaron todo cuando se movía esa noche de diciembre. Cinco días más tarde todo volvía a la normalidad, entonces volvió a caer un lindo rocío cuando la gente plácidamente dormía, la naturaleza pintó de blanco los arboles desojados de los parques de la ciudad. Un manto blanco y sereno era el terreno en la quietud de un amanecer que exhibió sus colores con el devenir de la luz. Sentí un deseo inmenso de detener el coche en medio del tráfico de la avenida y tomar una fotografía de aquella tarjeta navideña plasmada en el panorama.

Quisiera saber si pasé un día entero dormido, a los siete u ocho años de edad uno no es tomado en cuenta por los adultos con relación el tiempo, estos creen que un muchacho a esa edad es un proyecto para el futuro, y que se pasa la vida postergando su existencia para un mañana, del que no se duda con crecer. Todo es diferente cuando el crecimiento se detiene, hasta que comienzan esos cálculos naturales de capacidad decreciente o conciencia retroactiva. Lo de aquel día debió ser como una ilusión, una especie de nomenclatura química que rompió la línea divisoria entre la noche y el día. Con un sueño pesado, el niño se dejó caer sobre la cama, con la agradable temperatura del cuarto cayó vencido por varias horas, despertó con el bullicio de la gente que servía la cena de la familia, tratando de recordar la hora que se durmió o el día que le precedió. Con los años llegó a la conclusión de no pudo ser posible dormir todo un día después de una noche normal. Debió llamar la atención de alguien quien debió creerlo muerto durante el sueño, sin embargo nunca despejó la duda.

Es una sensación extraña, se parece a un viaje a un país lejano, con muchas horas de diferencia, uno cree que pierde un día. Pero perder un día no es lo más importante. Lo más importante es ganarlo, y para ganarlo hay que estar consciente, consciente de uno y de lo demás, uno no es nadie sin lo demás. Imaginaste solo en el mundo, sin un ser como tú con quien compararte, sin nadie para compartir lo que tienes o lo que no tienes. Lo que no tienes es tus sueño, tu anhelo, tu aspiración que también puede ser compartido y vivido con el otro y con los otros. Todos en este mundo somos pobre de algo, y ese algo es lo único que nos quita el sueño e intenta hacernos perder los días.

Que significa ser rico y vivir como pobre, no tanto, porque no disfrutas de lo que tienes, tienes temor que se terminen tus ahorros, y el miedo a perderlo no te dejas gastar lo que te mereces para compensar tu esfuerzo y el esfuerzo de que los explotasteis de alguna manera. Es difícil hacerse rico solo, si te hiciste rico, seguro que de algún lado sacaste tu provecho, dinero es trabajo acumulado, nos puedes trabajar más de lo que te es posible físicamente, de modo que si tienes más que los demás, seguro que los demás de te lo facilitaron. Si eres pobre, podría vivir como rico, la felicidad no está limitada por el dinero ni la riqueza, la felicidad es una estado espiritual. Todo depende de cuál es tu punto de enfoque. Hay gente que cuida muy bien de su salud, otra de las razones de sus luchas, otra pinta, canta, vive pendiente de sus amores, de esos panoramas insólitos de la naturaleza. Uno puede vivir, uno aprende a vivir, uno enseña a vivir, uno puede comprender como se puede vivir y aunque se pierda un día, se pueden ganar décadas reservadas para la eternidad. Es sabio no dejar al pretérito las prioridades, ni decir que es mejor tarde que nunca y creer que brinda mejor beneficio no dejar para mañana lo que puedes hacer hoy.

La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...