domingo, 5 de abril de 2015

Rincones que no se olvidan



Eramis Cruz



Leí un comentario que exponía que la vida es una caja, y comparaba todos los lugares que habitamos que tienen formas de cajas cuadradas o rectangulares. Pero también es cierto que mientras les damos vida a esos cajones multiformes, nos tocamos con rincones que son difíciles de olvidar. En los rincones de los cuartos o las habitaciones guardamos las cosas reservadas para un día o una ocasión especial. Es allí donde se colocan los armarios y los closets.
Uno no pregunta adónde nacer, ni tiene derecho a elegir de quien será el sucesor. Los recuerdos de mi niñez no necesitan de fotografías, al contrario, son videos en alta dimensión. Cuanto hacía algún relato a mi madre, ella me decía que debí tener unos dos años edad. Tuvimos un tiempo de gloria que nos duró muy poco, pero para los adultos debió ser lleno de substancia desde la alborada hasta el crepúsculo. Habitamos una casa sostenida por fuertes pilotes. Debajo del piso estaba la tierra polvorienta en la que las aves protegían sus huevos de intrusos apetitosos. Aún el sol no se había calentado cuando comenzaba el gorgorear de las gallinas. En una enramada colgaban los salchichones, con aquel color rojizo que el humo blancuzco logra.
Podría escribir otra novela con aquellas memorias. Pero la vida tiene sus rutinas y las nimiedades se despojan de la importancia necesaria para ser almacenada en los pixeles cerebrales. A pesar de los relatos,  incluyendo algunos muy discretos de los que nunca he hablado, no recuerdo cómo ni cuándo crecí hasta los seis años, si no fuera por las narrativas recurrentes de nuestras abuelas, mientras se contaban historia acompañadas de unas jarras medianas de jengibre. Al volver a vivir a la ciudad, las cosas fueron muy distintas. Yo siempre muy cerca de la abuela que por lazos sanguíneo no era nada mío, sino por una relación secreta de ésta con familiar muy preponderante. Teníamos entonces solo una abuela de verdad, las otras tres habían muerto hacía mucho tiempo. Pero esa abuela tenía su madre viva, que era como una leyenda. Siempre que la visitábamos de camino a la casa de madera y zinc de la abuela, seguíamos a nuestra joven madre, y entrábamos a una habitación oscura donde ella prácticamente yacía. Nunca escuché su voz, o mejor dicho el susurro con el que se comunicaba con aquel montón de nietas de piel blanca y marrón.
Cuando ella murió también murieron otros tan viejos como ella, y durante dos década nuestra madre no tenía vestidos de colores sino negros, aunque los usaba bastante ceñidos al cuerpo.
De aquí en adelante, comencé a darme cuenta que había un gran tormento en el país que a todos preocupaba.  Era la dictadura con sus ejecuciones horripilantes. Entonces ni siquiera los niños podían hablar en su tono de voz normal, al menos que no fuera de juguetes y boberías. Esto cambió muy pocos hasta que un grupo de hombres muy heridos, decidieron vengarse del sátrapa más bien por razones muy personales y porque las circunstancias favorecían el complot.
Fue después que me hice un joven larguirucho e introvertido, admirador del buen léxico, pero tímido a los desafíos que nos imponían las limitaciones de un medio de recursos muy limitados. Jugaba con los niños de mi edad pero conversaba sobre cosas arcaicas con los viejos. Fue como si supiera que los jóvenes son fuentes oportunas para la diversión pero no para el aprendizaje porque carecen de información. Muchos nacemos con los sueños empaquetados como regalos nuevos. Aspiraba una mujer bonita que definía como de tez blanca, pelo negro y piernas arqueadas. Que caminara con zapatos de tacones dejando el eco que nacía de sus pasos contra el mármol brillantes de aceras de las ciudades modernas. Aquella mujer era igualita a mi madre con la excepción de los caros atuendos que no podía ofrecerse.
Nací en una calle de la ciudad francomacorisana, no supe si había una comadrona, que no fueran Maruca y la Vieja Julia. Asistí a la escuela llevando el uniforme color kaki. De ida y vuelta a la escuela caminaba junto a mi primer amigo un trayecto por los rieles del tren que me recuerda pasajes de escritores prolíferos. Mi educación fue interrumpida por mi padre cuando de Macorís nos llevó a vivir con él en las vecindades de Nagua. Regresamos en él mismo año en el que el hombre fue a la luna. La miseria estaba acabando con medio mundo, con solo veinte años de edad me llevé a mi madre con sus siete hijos para Santiago, donde sobrevivimos por medios muy escasos.
Volvimos a la provincia duartiana, donde no teníamos mejores opciones. Inmigré para la capital. Buscaba un trabajo para salir a comino, apenas nos ganábamos unos centavos junto a un amigo de aquellas aventuras urbanas.
Este fue otro de mis rincones inolvidables. Vine donde una prima llamada Gisela, dueña de un cuerpo de guitarra. No aceptó mi estadía sino que tuvo que tolerarla por respeto a Ramona que nunca la había pedido nada. En la calle Juana Saltitopa, con el parque Enriquillo de por medio para llegar a la Avenida Duarte. Aquello era un panal de cueros y prostitutas de caras marcadas por encuentros fortuitos en tabernas o cabarets. Aunque no puedo negar que también había niñas hermosas recién llagadas del interior del país que en poco tiempo se convertían en fuente de contaminación portadoras de ladillas y gonorrea.
Gisela me refirió a una señora con sobrepeso, con hijos mayores que ya no vivían con ella. La mujer vendía comida y lavaba uniformes a guardias y policías. Me tomó un gran cariño y yo no sabía la razón. De manera que no me cobraba por la comida ni la ropa que me lavaba, dejándola blanca como la nieve. Un día me contó su secreto con lágrimas en los ojos. Me dijo cuánto me parecía a su hijo menor que le  habían matado sin una razón una noche que salió para regresar temprano. Nunca ella aceptó de mi parte una remuneración hasta que pasó el tiempo que separa a los se despiden con rumbo incierto.
En aquel rincón de la capital, para uno darse un baño tenía que estar al acecho para tomarlo, antes que fuera ocupado por algunas de las damas que mostraban venir deprisa para no perderse la novela televisada. Mi prima Gisela era la amante de un Sargento del Ejército, muy gobiernista, que no paraba su provocación para que yo definiera mi preferencia política, que yo ser muy joven asumía que era de la oposición, el militar quería contrariar mis relaciones con mi prima Gisela. No lo logró pero a mí me toco callar o ignorar saliéndome por la tangente a las provocaciones del hombre.
Volví a mi ciudad natal, después de vivir con mi hermano mayor que tenía una mujer ya entrada en edad a quien mi presencia le molestaba porque asumía que yo escondía el dinero que me ganaba para no compartir los gastos de la casa, algo completamente incierto.
Regresé a la capital un tiempo después, cuanto acepté un mejor empleo que me permitió crear las relaciones para conseguir un visado hacia los Estos Unidos. Aquí nunca he creído que viva en una caja, aunque un día habite una de ellas, aunque he vivido en varios rincones de la Babel de Hierro, siempre en busca de un mejor mañana o una noche para reconciliar el sueño que a veces se escapa hacia tiempos apartados.

martes, 31 de marzo de 2015

Profeta en tierra ajena





Eramis Cruz

Esta vez me abstengo de una controversia, pero debo decir que es una lástima ver a alguien cometer un error más bien por ignorancia, pero no hay modo de llamarle la atención sin que reaccione, sin herir su sensibilidad. No deja de tener sentido el hecho de que con frecuencia se atente contra el mensajero.
Fue eso exactamente lo que le pasó a Jesús, que por obra y gracias del Espíritu Santo encarnó en una virgen y nació como un niño pobre, se preparó por más 30 años para conocer como humano las complicaciones del modo de vivir de los hombres en sus sociedades. Ya preparado comenzó a  llevar a término su misión. Lo mataron los poderosos, pero para hacerlo usaron a su propio pueblo, a la misma gente a quien le había hecho demostraciones milagrosas y actos extraordinarios de compasión. Hasta Pedro lo negó tres veces antes de que el gallo cantara.
Uno debería dar las gracias a quien le llama la atención sobre un error, una mala dirección, o simplemente un patrón de conducta que pueda acarrear una negativa reputación y pérdida de los clientes en el negocio, o en caso de particulares, el empleo. No todo el mundo está preparado para bajar la cabeza, y sentirse agradecido por un consejo, o tal vez admitir que se ha equivocado, sin importar la vía o el vehículo de esa interacción. Somos parte de las circunstancias y estas no siempre se presentan en el momento más oportuno o complacientes, aun cuando de ellas se deriven sentimientos encontrados.
El libertinaje, especialmente de la juventud de los sectores más empobrecidos de la sociedad ha arribado en un incremento de la criminalidad, pero también a la observación de conductas inapropiadas hacia personas que por su edad o por su posición merecen algún tipo de respeto o de consideración de parte de jóvenes y adolescentes. Una campaña mediática enfocada a incrementar el consumo, se ha dirigido hacia segmentos específicos de las poblaciones de menor índice académico o de limitadas condiciones económicas, desvirtuando o degenerando la escala de valores tradicionales.
Estamos haciendo, en parte, referencias a las razones por las que mucha gente se abstiene de involucrarse, siguiendo su camino, cuando surgen ataques y atropellos contra algunas personas en cualquier calle o avenida de la ciudad. Especialmente en los últimos tiempos cuando pululan los videos tomados con teléfonos celulares, tabletas y hasta con una cámara escondida en lo que aparenta ser una inocente pluma de escribir o lapicero, detectando luego testigos y evidencias utilizadas en las cortes.
Volviendo a la Biblia, en ella dice Jesús por boca de unos de sus mensajeros “que nadie es profeta en su tierra”.  Esa frase ha venido a indicar al mundo un proverbio de un alto significado que nos permite actuar con conciencia y dispuestos a asumir las consecuencias cuando se trata de adoptar una posición o desarrollar un programa que necesite del apoyo público o la solidaridad familiar.
Pero también, cuando se confronta a una persona por razones éticas o protocolares. Si una relación no está fundamenta en el respeto mutuo sino en los acápites jurídicos, cuando no, en la prepotencia y en el cinismo, entonces hay que seguir adelante y lamentablemente asumir la actitud de “sálvese quien pueda”.
  La misma moraleja aplica al ámbito familiar. Las familias ya no se conforman de la misma manera, los lazos sanguíneos se han desvirtuado y pueden romper con facilidad por la parte más débil cuando se trata de los miembros de familia que no comparten el mismo hogar con los jóvenes o los adolescentes.  Todavía hay familias en las que se aplica un modo tradicional, pero esta armonía sólo permanece cuando se deja que todo el mundo nade a favor de la corriente. Se deja en el abandono la creencia ancestral de que los mayores son responsables de la educación y la buena conducta de los más jóvenes, especialmente cuando el Estado se ve compelido a limitar su papel por razones de libertades individuales, mientras que al mismo tiempo ha creado agencias especiales para proteger a la niñez de abusos y violaciones, mismas que surgen hasta dentro de las iglesias.
Para el inmigrante que viene a trabajar duro, a levantar una familia, llegar cansado a ver las telenovelas o los deportes y luego enfrascarse en imágenes banales en su computadora, es muy poco el tiempo que le resta para auto-educarse e informarse cuando necesita dormir y descansar para la faena o jornada del próximo día. Esto es en caso que logre las fuentes diáfanas para una información nítida y bien orientada para las personas de un medio cambiante de estatus promedio.
Durante mi vida he tenido grandes oportunidades para ampliar mis conocimientos y prácticas en aspectos que implican asuntos de la convivencia en la sociedad. No me es placentero hablar de eso porque toma un matiz vanidoso. Pero no puedo negar que cuando llegué a este país, hace 37 años, ya tenía amplios conocimientos sobre legislación laboral, contrato de trabajo, seguridad social, organizaciones sindicales y cooperativas, principios, estructuras, tácticas, estrategia y política en referencia a la vida pública y con la especificidad del mundo laboral. A esto debo agregar que había sido entrenado en asuntos de organizaciones internacionales como la OIT, la OEA, la UNO, la FAO, y la UNESCO entre otras. A esto se agrega que en la ciudad de Nueva York trabajé para el Departamento de Sanidad, el Departamento de Policía y para la Autoridad de la Vivienda de la Ciudad de Nueva York, por un periodo de 23 años. Impartí clase de computadoras en la comunidad y trabajé para un programa de Mediación de Conflictos. Una de las cosas que más agradezco fue haber trabajado para el Departamento de Igualdad de Oportunidad de NYCHA como investigador de casos de discriminación y hostigamiento sexual, y acomodamientos de viviendas para personas deshabilitadas físicamente.
Esta preparación no se logra sin el entrenamiento de rigor y con ello también un cúmulo de experiencias relativas a los servicios y las leyes que nos rigen como ciudadanos, residentes legales o indocumentados.
Cuando comencé mis estudios en CUNY puse interés en tomar un semestre sobre los impuestos del gobierno estatal y del gobierno federal (IRS). Este curso me permitió entender los vericuetos de los impuestos cada año fiscal. También tomé un semestre sobre microeconomía y dos semestres de contabilidad, aparte de que mi concentración fue computadora o Procesamiento de Datos. Recuerdo cuan útil fue para mí tomar un semestre en matemáticas de negocios, en la que se aprende mucho sobre cómo funciona y se mantienen los porfolios en Wall Street de las compañías y sus subsidiarias, o inversiones privadas. Todo esto quería conocer, no necesariamente para ganar más dinero o invertir en finanzas. Nadie se hace especialista en todos al mismo tiempo.
Hay gente que cuando necesita comprar algo nuevo, usualmente no investiga primero, se deja llevar por las emociones y cierra un contrato, luego se lamenta del contenido de los impresos pequeños. Igual que en los casos médicos, siempre hay que consultar con quien está autorizado en el campo o en la materia política, administrativa o comercial.
Con esto solo quiero dejar entrever como muchas veces no se escucha al que sabe o entiende lo que hay que hacer y se vive cometiendo errores graves gracias a los desafueros legales o la oportunidad de burlar las reglas. Del mismo modo que nadie es profeta en su tierra, es frecuente servir mejor al que ni siquiera es su vecino.
Al final es verdad que nadie es profeta en su tierra, pero también es cierto que hay quien prefiere correr el riesgo para disfrutar un beneficio o para evitar el mayor esfuerzo. Las páginas sociales son una nueva dinámica en la sociedad, mucha gente se ha lanzado a vivir y convivir en ellas sin preguntarse cómo sus asuntos, supuestamente privados, inciden sobre la parte pública de su vida. Solo nos conviene saber que en este país usted tiene derecho, y no solo su patrón, obligaciones, para citar un comercial televisado del momento.tiene derecho, y no solo su patrón, obligaciones, para citar un comercial televisado del momento.

La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...