Eramis Cruz
A primera vista yo no fui su tipo, no tenía
ese aspecto de Superman, pero paulatinamente ella se fue acomodando a mi modo de ser, dos
semanas después yo no pude renunciar a sus encantos.
Una noche, bajo el manto de la luna,
caminamos a lo largo del malecón. Yo era un neófito en los asuntos del amor, un
idealista sin prejuicios ni rigor. Ella, en cambio, era una virgen sentimental
en acecho de una romántica ocasión. Ni uno ni el otro cayó en cuenta del
momento del hechizo, fue suficiente un roce de la piel.
Regresamos tarde al embrujo del zaguán y
nos sentamos en el mismo balancín, momento preciso en que su padre encendió la
luz de neón. Salté como un león consciente del precio de mi aventura, como una
especie de Romeo sin Julieta.
Fuera del perímetro de aquel hogar no pude
escuchar los reproches de su padre, un personaje con porte de ranchero, en
quien nunca estuve interesado. Al instante, a través del cristal de los ventanales,
observé los ademanes de un bárbaro molesto.
Dormí poco esa noche de sereno, me
embelesaba la imagen de diosa encarnada de Calíope. ¡Que maravilloso día, pensé,
si por los menos pudiera contar las estrellas sobre mi cabeza! La vi de nuevo
al otro día, iba en el autobús escolar, sentada detrás de un apuesto compañero,
en tres segundos el semáforo cambió, me quedé allí parado con gana de volar igual
que Superman en el espacio sideral. Estoy seguro de que ella no se percató de
mi presencia en la saturada esquina, aún así no fuera, me hubiese negado a
admitir su indiferencia.
Desde ese día con insistencia la busqué, no
la volví a ver. De ella sólo la ruina de su casa me quedó como una fotografía en
blanco y negro manchada por el paso cruel del tiempo. Cada vez que visitaba
aquel símbolo de mi esperanza no borraba de mi mente al vaivén del balancín colgado
en el recoveco. Años después con su tropecé con su padre, esquivé a su perro guía
y lo detuve tocando su bastón. Jadeante le pregunté por ella, y él como con
mirada sorpresiva, oculta detrás de sus lentes oscuros, me dijo: no, no señor,
mi hija no murió, Calíope simplemente se casó.
=====================