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Eramis Cruz
Cuando
yo era niño, hace sólo unos cuantos años, las niñas jugaban con muñeca de
trapo, eran muy escasos los tanques de guerra para los muchachos. Santa Claus
era una pintura extraña, donde nunca había caído la nieve ni los arbolitos perdían
sus hojas por vivir el eterno verano. Entonces las mentiras eran tan pequeñas
que no llamaba la atención de nadie. Pero la mentira creció con una rapidez
asombrosa.
Al
principio eran figuras de luces en la televisión, voces afinadas en la radio, y
más tarde, las películas tecnicolor, y después todo eso comenzó a desplazar la
verdad, o sea, ahora todos somos actores, protagonistas de nuestra historia de ficción.
Como actores necesitamos cambiar nuestras apariencias, las facciones de la
cara, la dimensión de la cintura, y las huellas del paso de los años. En otras
palabras, tenemos que reinventarnos, porque no llamar la atención es morir, fallecer
ante nuestra propia realidad. Nada que no se pueda ver tiene importancia, por
eso el primer daño colateral lo han sufrido los valores.
Para
muchos no podía ser de otrora manera, el mundo finalmente ha logrado hacer de la
realidad una fantasía, podemos estar en todos lados, y hablar con todo el mundo
al mismo tiempo. Desapareció el temor a una Tercera Guerra Mundial. Hay
millones de diminutas pantallas en las manos de millones de personas,
incluyendo niños de todas las edades, son algo más que pequeñas ventanas, para
hablar lenguaje sin palabras afectivas, para saberlo todo de antemano.
Para
hacer verdad la gran mentira de un mundo sin pobres, donde el dinero no hacer
falta, de nada sirven esas sucias papeletas. Ahora el dinero no se ve, como
siempre lo quisieron los superricos. Ahora ellos se mienten unos a los otros,
se roban unos a los otros, mientras inventan nuevos algoritmos para quitar a
los muchos lo poco que tienen, su capacidad de pensar.
Siempre
ha sido para mí difícil engañarme a mi mismo, pero más difícil aún, tolerar que
me engañen otros. Pero es que la manera de mentir también cambió para que no
fuera infringido el octavo mandamiento. La mentira ahora es una asignatura
ramificada certificada por colegios y universidades. Las mentiras simples no
importan, pasan como parte del léxico de los recurrentes personajes de este
teatro despersonificado. Por ejemplo, su puede decir “todos somos libres”.
Dicen
que no vende con éxito quien no sabe crear la necesidad, inclusive, que hay que
venderse primero, como un buen pregonero, cuidando del atuendo. En este
menester, parece poco importar el hábito del interior, cuando hay poco por
ganar y mucho para perder. Por encima de este crucigrama de la mentira, la
semilla de objetividad ha de germinar a su tiempo.
Es
preferible un cínico a un hipócrita. El cinismo puede ser cuestión de estilo,
pero el hipócrita carece de integridad. Ni uno ni el otro pasaría por
comediante, este no obstruye el brillo de los diamantes. La sinceridad tiene un
precio, del mismo modo, que la discreción tiene un limite. Para ser bueno por
fuera es necesario ser mejor por dentro, las apariencias solo engañan a los ingenuos
de la superficialidad nunca al admirador del talento, aún viva en la cercanía
del carisma.
La
historia no es todo lo que se escribe, sino todo lo acontecido, y tu eres un
acontecer, al principio nadie te podía ver. Tal vez tu no puedas resolver todos
los problemas, pero el mundo espera por tu granito de arena, que más somos en
medio de la magnitud del universo. Una gota de agua sobre la roca, una frase
elocuente, un soplo de vida en el espacio sideral. Cuida de no confundir el eco
de tu canto con el resonar lejanos de los truenos, las nubes pueden tornarse
negras, pero no impedirán la majestuosidad del arco iris.
Lo que
piensas no es más importante que lo que eres, es el pensamiento el que cambia, el
tuyo y el ajeno, pero si no te cuidas serás aniquilado por los creadores de
duendes.
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