Eramis Cruz
¡Conque día de los padres! Así que estamos de fiesta, y no es para menos. Felicidades para todos esos campeones que en verdad se lo merecen. Como lo es el marido de la vieja Margot que acaba de cumplir los 78 años y dice que todavía brinca la tablita.
Don Mario trota con zapatos en el estadio Julián Javier. Cuando lo conocí por primera vez traté de competir con él y me hizo sudar la gota gorda, no permitió que lo pasara. Después me confesó el secreto de su potencial físico. Me dijo que no consume alcohol ni come vegetales crudos, que no conoce el viagra, y que él y su vieja han vivido tan enamorados como dos tortolitos. “Un cuerpo vigoroso es la base para un alma sublime”, eso dijo y agregó:
soy hombre de poco comer. Ya no me extraña ver a Margot comiendo de pie, arrimada a la meseta de la cocina, y con los dedos. “Así me sabe mejor lo que cocino, viejo”.
Pensé que no me daría la oportunidad, pero ese día hablamos por un cubo y siete llaves. ¿Y cómo le va con los hijos? -le pregunté.
Me miró, y leí en sus ojos turbios el signo de la satisfacción.
“Con respecto a eso, debo decirte, que todo lo que sé, de mi padre lo aprendí, y usted debe saber que el que se junta con perro aprende a ladrar”.
“Cuando yo conocí a Margot era lo que hoy llaman un mujerón”.
“Tuvimos nueve mocosos y todos son profesionales, porque desde un principio puse la ficha sobre la mesa cuando les dije: yo pago, pero a mí se me cumple”.
En lo adelante, siempre que tomaba mis vacaciones, el siguiente día, vestía mi atuendo deportivo, echaba sobre mi espada la mochila conteniendo un regalo para don Mario y un pintalabios para Margot. Estaba seguro que lo encontraría trotando con sus zapatos de cuero. Yo venía preparado para escuchar ese modo jocoso de contar los nuevos acontecimientos sazonados con algunos anécdotas de su pasado.
Como muchos otros, la pareja terminó viviendo en la ciudad de los rascacielos; el viejo hizo todo lo que estaba a su alcance por continuar la vida que llevó en su país, pero como sucede con los pájaros enjaulados, impedido de volar, la nostalgia fue cediendo a los límites de los diagnósticos seniles.
Un día llamé a la viuda para consolarla, y unos años después la visité al hogar de ancianos. Sus ojos eran completamente azules y su mirada sin pestañeos, le di un abrazo, a pesar de los temores al COVID-19, noté una lágrima descendiendo por la jovialidad de su rostro.
“Escríbenos una novela -me dijo”.
“Mi querida Margot, no soy escritor prolífero, pero por usted bajaría una estrella del cielo.
Me sonrió con tal dulzura que me hizo recordar a mi propia madre.
Los hijos pagaron el costo del libro como un honor póstumo a la mujer que hizo de su marido el mejor de los padres. Margot se marchó con 50 de los residentes del hogar de ancianos. La pandemia los azotó como un torbellino desenfrenado.
Cada vez que recurro los círculos de la pista de aquel estadio, me parece oír los pasos firmes de don Mario sobre el asfalto.
Eramis Cruz, tuvo sus inicios en su país como líder juvenil y educador sindical. Reside en los Estados Unidos desde 1978. Es charlista, promotor social, y escritor dominicano. Trabajó para tres departamentos de la Ciudad de Nueva York por 23 años. Ha publicado ocho obras literarias y múltiples artículos en periódicos y revistas. Fungió como secretarios general del Instituto Duartiano de los Estados Unidos, y como juez suplente de la Junta Central Electoral de ultramar. Actualmente está retirado del servicio público, es administrador de la Editora Pie de Amigo, y se desempeña como secretario general de la Asociación de Dominicanos de New London, Inc., Connecticut.
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