martes, 18 de febrero de 2014

Con cariño, a Leónidas Ramfis Domínguez Trujillo


Por Miguel Espaillat               New York, 2/16/2014
 
 
 
 
Es probable, que la gran mayoría de los que lean este artículo, conozcan algo de la vida de Pablo Emilio Escobar Gaviria, el narcotraficante, fundador y líder del criminal Cartel de Medellín, con el cual, llegó a ser el hombre más poderoso de la mafia colombiana.  Este capo ha sido uno de los psicópatas más terribles con que ha contado en su haber el crimen organizado.  En su búsqueda de dinero y poder, sumió a Colombia en un baño de sangre y terror.  Por ese camino, enfrentando al Estado, practicó el terrorismo, usando de carros bombas, asesinatos selectivos y masacres, en lo que  fueron asesinadas unas 10 mil personas.  Se dice, que Gaviria llegó a amasar una fortuna cercana a los 25 mil millones de dólares, con los cuales, junto a los suyos, se dio una vida de jeque árabe.
El 2 de diciembre de 1993, a la edad de 44 años, este monstruo murió baleado, mientras intentaba escapar de las fuerzas elites que lo buscaban desde hacía muchos años.  Su vida fue azarosa para su patria, y exponencialmente desgraciada para sus hijos, Juan Pablo Escobar Henao  y Manuela Escobar Henao, quienes al sobrevivirle, comenzaron una triste y dura peregrinación en busca de un país que los acogiera.  En esa búsqueda, pasaron todos los sinsabores, vicisitudes, vergüenzas y humillaciones, que provocan el tipo de rechazo que suscitaban, pues ningún país quería recibirlos.  Ellos estaban estigmatizados por los crímenes de su padre.  Finalmente, después de un largo deambular que lo llevó a recorrer parte de Europa, fueron admitido en Argentina donde para pasar por desapercibido ambos (Manuela y él) se cambiaron de nombre.
Con el transcurso de los años, Juan Pablo se hizo arquitecto y diseñador industrial, y a través de un doloroso y difícil proceso de concientización y cultivo de la espiritualidad, se elevó, transformándose por esa vía, en un hombre de bien.  Ya en ese estadio de madurez y superioridad de su ser, comprendió su existencia, la cual no podía desvincular de su padre, y entonces, humanizado, reconoció públicamente los pecados de su padre.  
En ese estadio, sintió la necesidad acuciante de pedir perdón a los 40 millones de colombianos que habían sido víctimas de la maldad de su padre.  También, esa necesidad la sintió con los hijos de Luis Carlos Galán (candidato presidencial por el Partido Liberal) y con los de Rodrigo Lara Bonilla, en ese tiempo, ministro de Justicia.  Para ello, escribió una carta, que ya es famosa en la literatura epistolar.  La misma, aparece en las redes, con el título –los pecados de mi padre-.
Es una carta hermosa.  De sus letras, se puede derivar, que su autor ha alcanzado grandeza de alma.  Es tan inmensa esta carta, que si el lector tiene sensibilidad, le pueden brotar lágrimas.
Veamos algunos de sus párrafos, cito:
Son muchas las razones que tuve para salir ahora a la luz pública. Con mi largo silencio quise mostrar mi respeto absoluto a las víctimas de mi padre, a todo mi país. Aproveché este largo tiempo para poder encontrarme a mí mismo como persona, en busca de una propia identidad y sabiendo que nada crece bajo la sombra de un gran árbol como la de mi progenitor. Elegí y decidí, humildemente, reinventarme como ser humano y estudié dos carreras universitarias: soy arquitecto y diseñador industrial. Me preparé por años para la construcción de sueños, no para la destrucción.
Con dolor he aprendido a separar al padre del Pablo Escobar que recuerda la mayoría. Jamás podría renunciar al amor que como hijo le profeso, pues además lo recuerdo siendo un padre que me cantaba las canciones de Topo Gigio y me inventaba cuentos para dormirme, me enseñó a jugar al futbol, a montar en bicicleta, en moto y hasta en elefante.  Me enseñó a ser un hombre de palabra, decía que la palabra era un contrato.  Lo acompañaba a los barrios marginales a donar decenas de canchas de futbol y polideportivos, vi cómo crecía su proyecto de construir 5,000 viviendas equipadas para regalarle a estas familias que vivían en el basurero municipal de Medellín y restaurar así la dignidad de las clases que nos negamos a reconocer aún hoy en la sociedad. Fue además un gran maestro de lo que no debemos hacer y es así como lo recuerdo a diario frente al espejo, debatiéndome en un duelo permanente de sentimientos explosivos y contradictorios que estoy obligado a enfrentar, buscando encontrar un equilibrio y una paz que respete la dignidad de todos sin excepción.
No es fácil, aprendí que el odio mantiene a muchos atados al pasado, y perpetúa infinitamente el dolor generado por el victimario hasta enfermarnos de violencia.  Por ello busqué una reconciliación y un perdón público ante los hijos de las víctimas más prominentes de mi padre, Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán.  Un Ministro de Justicia que se atrevió a denunciar públicamente la infiltración del narcotráfico en la vida política de Colombia, y un líder reformista seguro ganador de las elecciones presidenciales de 1990.
Además de a ellos, pido aún hoy perdón a cada uno de los 44 millones de colombianos víctimas de la violencia generada por mi padre.  Es una larga lista, que tristemente no excluye a nadie: policías, jueces, políticos, periodistas, narcotraficantes y cientos de inocentes transeúntes que ni siquiera osaron enfrentarlo, pero que estuvieron en el lugar y el momento incorrecto cuando explotaban sus bombas indiscriminadamente.  Como su familia, no nos fue ajena esa violencia ni logramos escapar de ella.
El primer coche bomba de la historia de Colombia explotó en mi hogar un 13 de enero de 1988 a las 05:13 horas.  Allí nos encontrábamos con mi madre Victoria Eugenia, quien tenía 28 años, mi hermanita Manuela, con escasos meses de edad, todavía no tenía ni siquiera la posibilidad de declararse inocente por no saber hablar aún.  Yo tenía 11 años.  Mi padre tenía para entonces un enorme poder económico y militar.  Cuando vio la foto de la cuna donde dormía su hija durante la explosión que destruyó los vidrios de todas las viviendas de Medellín en un kilómetro a la redonda, enloqueció de violencia y respondió con ferocidad.  Una sola bomba contra su familia lo hizo ordenar la explosión de más de 200 bombas por todo el país hasta casi lograr la claudicación de todos los poderes del Estado frente al poder del narcotráfico.  Estábamos todos ciegos y aturdidos en ese ambiente hostil.
Aprendí que la vida es un búmeran, que los actos violentos generan una violencia cada vez mayor y desenfrenada, llevándonos hacia una espiral inconmensurable de maldad que luego es imposible detener, salvo por nuestra propia e íntima voluntad. Así corren aún hoy en Colombia ríos de sangre que tiñen de odio, maldad, tristeza y desazón a la sociedad. Solemos olvidar la historia, y por ello es que siempre se repite, pues insultamos así el precioso legado de las experiencias de la vida. Colombia ya era violenta antes del nacimiento de Pablo Emilio Escobar Gaviria.
La carta más difícil que escribí en mi vida fue para los hijos de aquellos líderes que prometían rescatar el país y que murieron junto a la esperanza de muchos. Allí les dije a sus hijos en la misiva enviada a principios de 2008 que “… Comprendo que nací en un ambiente fértil para la violencia, pero el legado de nacer en un ambiente tan hostil no podría ser otro distinto al de la búsqueda de la paz.  No quiero repetir la historia”.  Recordé, que “mi padre con su violencia obligó a muchas familias a exiliarse, principalmente a las suyas, ignorando que con ello se estaba también gestando subrepticiamente el exilio de sus seres más queridos”.  Quiero tener un hijo, pero no le dejaré por ello un testamento de violencia.
Algunos están dispuestos a matar para no vivir en la indigencia, pero no puede haber excusa válida para generar violencia hacia nuestros hermanos a costa de nuestras necesidades o ambiciones personales.
En nuestra vasta familia latinoamericana solemos heredar las virtudes y lo pecados de nuestros padres, y es bajo esta excusa que vivimos por décadas enfrascados en unos círculos de violencia y venganzas generacionales que se repiten incesantemente.  Yo no fui ajeno a esto, de hecho, al enterarme de la muerte de mi padre, a mis 16 años, caí en esos círculos y armado de ira e intenso dolor amenacé públicamente con matar a quienes habían dado muerte a mi padre.
Sin embargo, ahora agradezco a Dios que 10 minutos después me hizo  reflexionar y transformar el odio para no perpetuar este aparente estilo de vida que –les aseguro– es más de sufrimientos y de persecuciones que de placer.
La muerte de mi padre no afectó en absoluto el tráfico de drogas en el planeta, la violencia y las drogas ya estaban afincadas en Colombia y en el mundo antes de su nacimiento, y siguen lamentablemente estando aún hoy hasta que elijamos perdonarnos unos a otros desde nuestras más íntimas fibras.
Miles de millones de dólares que podrían haber sido gastados para asegurar salud, educación y un futuro mejor y más digno para el pueblo colombiano.
La paz, en cambio, es gratis, pues sólo se requiere de nuestra humana voluntad de hacerla (fin de la cita).
Esta carta de 5 cinco páginas, se puede leer integra en el enlace siguiente:
Con los párrafos anteriores de la carta aludida, se puede descubrir a un ser superado en lo filosófico y espiritual, y en todo lo concerniente a la mente y al alma humana. Esos párrafos, revelan a un hombre que ha sabido elevarse por sobre toda la malignidad de su genética, así como también, sobreponerse a las miserias de su entorno social y familiar del convulsionado pasado en que se crio.  En cambio, los escritos de Leónidas Ramfis Trujillo, son las expresiones de un hombre que aún navega, aletea, camina, se revuelca, contorsiona y recta como víbora en un mundo de tinieblas, muy propio de espíritus en niveles inferiores de evolución, donde se defiende lo indefendible, y se ignora lo evidente, tan solo, porque la luz no ha tocado su mente y corazón.
La vida de Trujillo y Pablo Emilio Escobar Gaviria, en cierta forma tienen similitudes.  Los dos fueron psicópatas temibles. Ambos fueron hombres que se gozaban con hacer el mal.  A ambos, el dolor ajeno, la honra y dignidad de los demás, les daba un pito.  Ambos fueron crueles hasta lo inhumano.  Ambos, desprovistos de espiritualidad, solo persiguieron toda la vida, dinero y poder.  En pos de ello, mataron, robaron, extorsionaron, asesinaron, conculcaron derechos, con lo cual, ocasionaron inmensos sufrimientos a sus respectivos pueblos, con la agravante, que las características de maldad infinita y perversidad exponencial, fue propia de toda la familia Trujillo, sin excepciones.  En cambio, en la familia de Pablo Escobar, hubo gente buena y decente, y hasta su descendencia ha salido diferente a la de los Trujillo. No es lo mismo, una arrogante Angelita Trujillo, que una humilde Manuela Escobar Henao, ni tampoco es lo mismo, un vanidoso y soberbio Leónidas Ramfis Trujillo, que un contrito Juan Pablo Escobar Henao.
Leónidas Ramfis Domínguez Trujillo, se ha dado a defender a su endemoniado abuelo y a toda su horrorosa familia, ignorando, suavizando o justificando sus bestialidades. Véase  su artículo: “La soberanía: más necesaria que nunca”
http://www.almomento.net/articulo/156430/La-soberania-mas-necesaria-que-nunca
En cambio, Juan Pablo Escobar Henao, como su hermana, en un acto de contrición, han reconocido lo que fue el monstruo de su padre, y en vez de mostrarse arrogantes y orgullosos de su ascendencia, han pedido perdón a todos, los que su padre, les hizo daño.  
En esa defensa a su abuelo y a toda su funesta familia, ahora Leónidas Ramfis Trujillo, incluye el tema de la inmigración haitiana, y el de la Sentencia 0168/13 que despoja de su nacionalidad, a dominicanos de ascendencia haitiana; y lo hace, resaltando el “patriotismo y nacionalismo” del tirano, que por 31 años atormentó, martirizó, sacrificó, abusó y atrasó a nuestro pueblo.  Esta defensa, la hace a despecho de la verdad histórica, soslayando, que su abuelo, realmente a sido el dominicano que más ha contribuido con esta inmigración, con la traída de miles de braceros haitianos a sus ingenios, donde los explotaba de manera cruel y despiadada, para después no repatriarlos, para no incurrir en el gasto que conllevaba esa repatriación. 
¡Pero ah cosas de la vida! los ciudadanos dominicanos, a los cuales hoy el nieto de Trujillo y seguidores quieren despojar de su nacionalidad, descienden de aquellas personas, que por largo tiempo, con su trabajo explotados inmisericordemente, produjeron riquezas, que fueron claves en el desarrollo económico de nuestra patria, a la vez, que hicieron inmensamente rico a su abuelo, a toda su familia y a la elite de los barones del azúcar.  Estoy segurísimo, que parte de la fortuna que le ha permitido a Leónidas Ramfis Trujillo, a su madre y a todos los Trujillo, darse la glamorosa vida que han disfrutado, fue originada por las manos de esos hombres y mujeres, que hoy, todos ellos desprecian, catalogándolos como seres inferiores.  En esta arremetida contra gente pobre, abusada, desvalida y hasta indefensa, la injusticia, se ha ensañado vanidosa y cruel, invocando un nacionalismo y patriotismo pestilente, producto de las bajas condiciones humanas, pasadas y presentes, anidadas en el pecho sus infames explotares.
No obstante esta ceguera, vanidad y orgullo del nieto del siniestro Trujillo, con el ejemplo de los hermanos Escobar, sólo hemos querido señalarle a él, que la evolución humana es posible, para con un crecimiento espiritual vigoroso y comprometido, revertir las características heredadas, como también, superar malformaciones recibidas, a través de una educación inadecuada. 
Señor Leónidas Ramfis Trujillo, por todo lo anterior, en resumen, lo apropiado al caso que nos ocupa, seria, que usted,  le pida perdón a tanta gente a las que el padre de su madre les hizo tanto daño atroces e infinitos.   Ello sería lo correcto, justo y de lugar, en vez de estar persistiendo en  la ofensa de defender a su antepasado, justificando sus crímenes de sangre y robos, agraviando y desafiando con ello, a los  miles y millones de víctimas directas e indirectas, producto de la psicopatía y megalomanía de ese ser diabólico llamado Trujillo, cuya sangre,  al decir de usted, es siente orgulloso, de que la misma, le corre por sus venas. 
¿Será ello posible algún día con su persona, o será mucho pedirle, o esperar de usted?
A vos, le dejo la palabra.

La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...