Eramis Cruz
Hay integridad en el
hombre o la mujer que trabaja por un jornal necesario con el que mantiene a su
familia, dinamiza el sistema que mueve el engranaje de una sociedad y al mismo
tiempo con su trabajo trasforma la naturaleza e impulsa la marcha de la
historia. El oportunista no tiene visión histórica, es un personaje del momento
más oportuno, y está dispuesto a obstruir la integridad que sirve de fundamento
a sociedad.
Aunque parezca increíble,
hay personas que nunca renuncian al niño o la niña que fueron, son quienes
ignoran dónde se bifurcó su vida en aquellos estatus del crescendo del
intelecto. Cuesta mucho ser íntegro, uno tiene que dejar pasar las
oportunidades que otros aprovechan para ufanarse de lo que son y del sitial al
que han llegado. Es muy significativo para una pedagogía funcional en una
sociedad políticamente bien establecida, que la mayoría de nuestras
imperfecciones y prejuicios son aprendidos.
Al final es obvio que
si alguien conoce la felicidad interior tiene que ser la persona íntegra, porque
es aquella consecuente con sus principios, sin secreto que ocultar, a quien la
verdad no le preocupa y la mentira no es parte de su vocabulario ni de su
praxis. Vivimos rodeados de imitadores, de gente que se presenta a través de
una falsa personalidad.
La integridad conlleva
a una actitud hacia los demás inspiradora de confianza, donde no media el subterfugio
ni la manipulación. Donde no se usa la malintencionada práctica de dividir el
todo para vender las partes que más convienen, ocultando lo que no funciona o
tiene algunas implicaciones que aumenta el costo de mantenimiento, o es pronto
a ser reemplazado.
Los dominicanos, tanto
como otros gentilicios de nuestros países latinoamericanos, conocemos a
plenitud lo que significa la ausencia de integridad, muchos por experiencia
propia, otros por experiencia ajena. El mayor cuidado ha de prestarse en el
mundo de los negocios, medio mundo acepta como normal querer salir con alguna
ventaja abusiva cuando se trata de una transacción comercial o de un contrato
de venta o compra.
Esta desconfianza se
eleva a las instituciones públicas y privadas y se extienda con mayor énfasis al
mundo de la política y a los desempeños de las funciones públicas, donde el
funcionario se reviste del poder que le confiere el cargo y luego extralimita su
capacidad hacia donde puede obtener beneficios personales simplemente
compartiendo un mínimo para pagar por la impunidad. Se trata del oportunista
vulgar escondido detrás de un político habilidoso, no importa si es un catedrático
o un predicador.
Este comportamiento
del ser humano se evidencia de modo retrospectivo y retroactivo en la etimología
de la palabra “persona”. En el teatro griego los actores utilizaban una máscara,
con la que hacían más elocuentes las muecas, o expresiones, en vez de las
palabras, por carecer de medio para difundirlas en el perímetro. En el teatro
del presente transcurrir encontramos esos actores de la vida real, usando la máscara
que se ajusta al mundo de su interior, un escondite de la personalidad, del
querer ser, para vivir no solo distraído sino retraído de un medio que nos
impones deberes y obligaciones, no solamente derechos y mucho menos ilimitados
por ese impuesto despotismo ilustrado del cual se exhiben muchos de nuestros
funcionarios.
El culto a la
personalidad lleva consigo las distorsiones propias que tienden a negar la esencialidad
de la acción colectiva frente a la acción individual, la farsa de que el líder determina
a las masas cuando son estas las que generan el líder y predefinen la
plataforma de su influencia. La personalidad esta más enmarcada a ese espacio
relativo a otros factores que conviven en busca de algo necesario para
sobresalir de lo común o lo ordinario. Pero nunca falta el oportunista para
quien el único principio válido de la geometría es que la distancia más corta
entre dos puntos es la línea recta que los une, uno de dos puntos está ocupado
por derecho propio por el oportunista empedernido. Pero olvida que el principio
solo aplica a la geometría plana. Ya sabemos que la tierra no es plana, y no es
el único cuerpo del universo que es redondo.
Supuestamente en una
sociedad de oportunistas uno tiene que vivir al acecho, como los animales en la
sabana, esperando a la presa más débil para consumirla con la fiereza que impone
la necesidad de la sobrevivencia. Pero ni somos animales ni vivimos en la
selva, solo que al oportunista se le hace difícil reconocerlo, y dejarse llevar
por ese instinto destructivo que proviene de los tiempos cavernarios que corren
por los linderos de la genética.
Un hombre o una mujer integra permitirían que lo elijan
al primer lugar, no forzaría la circunstancia, ni cortaría cabezas para llegar
a la cima de la fama o de la riqueza, o de ambas a la vez. Pero la fiera humana
es la más peligrosa de todas en el entorno del universo, usa más que sus
afiladas fauces para eliminar la presencia de la alta moralidad que obstaculice
la realización de sus ambiciones.
Entre estos demonios
el más notable es el político deshonesto, corrupto e hipócrita, sea hombre o sea
mujer, que no solo aspira al primer lugar siempre, sino controlar el medio para
llegar a él, y luego que lo consigue se considera su eterno heredero. Luego que
cruza el río, no se resiste a su deseo de destruir el puente para que nadie más
lo cruce. Maquiavelo es su maestro, pero solamente observa sus más malvadas
sugerencias, ocultando aquellas necesarias de usar antes de valerse del
exterminio.
En todas partes y en
todos los tiempos ha existido una guerra entre el bien y el mal, y los hombres íntegros
tienen un modo distinto de combatir a los malvados maquiavélicos, megalómanos
oportunistas de la sociedad. Las personas integras enciende la luz en los rincones
más oscuros, para que los demás descubran donde habitan los oportunistas de la
vida pública, especialmente, en cual guarida se protegen disfrazados de mansas
ovejas los leones de los encumbrados tronos de las sociedades humanas.
Estos son los que
quieren usar a los demás como escudo, para escalar a posiciones que le permitan
robarle el pan y la vivienda a los vulnerables de la sociedad. Y luego acusan a
la gente de ser indiferente, de ignorante e inconsciente. La gente es sabia y precavida,
de lo contrario los oportunistas nacerían, vivirían y morirían en el poder y
los privilegios, pero no, de vez en cuando caen victimas de sus propias ambiciones,
terminan defraudados, aniquilados moralmente, en el exilio, detrás de las
rejas, muertos físicamente, o moralmente, que es aún peor.
Los oportunistas
abundan por doquier, y para el colmo no aprenden ni de sus propias experiencias.
Ellos son como la historia aquella de la rana y el alacrán, “está en su
naturaleza”. Pero es el pueblo el que paga siempre el precio, y para evitarlo
el oportunismo debe ser combatido y los oportunistas moralmente eliminados. Son
males aprendidos, por eso la sociedad debe implementa los medios facilitadores de una integridad para el bien
de la colectividad.