Eramis Cruz
Todo en la vida parece tener un precio excepto la vida misma que supera todos los valores. Ningún sector de la sociedad sufre como la juventud los impactos de una modalidad de vida determinada por el mercado globalizado que se perfila gracias a los avances de la tecnología. En el pasado reciente se animaba a la juventud a creer en el cambio como una constante y a luchar por un sueño, en el presente se le hace creer que vive ese sueño. En realidad no tarda en descubrir que más bien vive su pesadilla. Nadie parece asumir responsabilidad frente a mal colectivo que amenaza y desgasta el bienestar general del porvenir de los más vulnerables, excepto los padres, cuando no es demasiado tarde. Claro que existen excepciones, pero estas no son el centro ni el referente por tratarse de lo menos común en nuestras comunidades.
Luego de leer en dos líneas lo que parecía el desenlace de una relación destinada al fracaso, recordé a un gallardo y atlético joven que me dijo delante de los presentes como lamentaba ser el hijo de una aventura. Fue la primera vez que le escuché hablar de esa manera, reprochando a su propia madre una circunstancia sin carácter retroactivo. Uno no puede concebir que la madre no tuviera madre aunque el padre fuera siempre un perfecto desconocido. Me hizo pensar que uno se siente con ciertos derechos después de su nacimiento, el cual es certificado por otros que nos merecen entero crédito. Por tanto, es un error garrafal sentir culpabilidad por ser hijo de perencejo, mengano o sutanejo, un pobre personaje, o tal vez un príncipe que garantiza la línea descendiente de su linaje.
Con este argumento traté de hacer reflexionar a una chica que escribía en una página social que llamaría malo a su corazón. Expresaba sin vergüenza alguna que no creería en al amor, que en lo adelante si algún hombre venía a ella, lo disfrutaría y luego lo despacharía. Esta joven no reparaba en el bajo nivel que incurría mientras era confortada por algunas de sus amigas, pero con un tinte de ironía. La responsabilidad social del individuo a veces parece ser un desafío a la modalidad de vida de la tribu o la antología que se revela a ser negada, manifestando el libertinaje en la ADN de los sectarios y caóticos incapaces de adoptar algún tipo de disciplina.
Los expertos están de acuerdo en término de la manera acelerada en que maduran sexualmente los jóvenes o mejor dicho los niños de esta nueva civilización. Se lanzan en relaciones humanas sin la debida preparación psicológica y emocional. Consecuentemente se ven envueltos en circunstancias generadoras de conflictos que muchas veces terminan en tragedias, cuando no, los padres tienen que adoptar medidas extraordinarias para compensar y balancear una situación que tiene un transcurrir de largo plazo.
El ejemplo más típico es la niña Araceli de una familia que vive en un residencial público en el sur del Bronx. Ella le dijo a Lina, su madre, que tenía tres meces de embarazo. Se lo dijo mirándola a la cara como quien confianza una sutileza o travesura. Como siempre sucede, Araceli tuvo que decírselo dos veces ya que la primera vez las madres creen que lo que oyeron no puede ser verdad, que oyeron mal el mensaje, o fue una decodificación errónea del proceso comunicativo. Ella le repitió las mismas palabras y luego siguió un monologo desconcertante. Su mundo se volcó al revés y luego dio otro giro de 360 grados al pensar cómo le daría la noticia al padre que por suerte era todavía su marido.
El problema de esta madre no comenzó con el anuncio del embarazo de su niña a los catorce años de edad, sino tres años antes cuando Araceli comenzó a llegar tarde de la escuela para cumplir con citas clandestinas con jovencitos carentes de reputación en la vecindad. Lina quiso volverse loca el día que se informó que el padre había encontrado la muchacha con un niño mayor que ella en su habitación pintada de rosado y decorada con graficas de icono de los medios. Lina creyó morirse el día que el hombre sorprendió la niña de nuevo con una chica de de su edad y en la misma habitación. La adolescente le confesó que se había dado cuanta finalmente cuáles eran sus preferencias sexuales. Ellos terminaron aceptando la situación. Pero ahora todo había cambiado y había que pensar en qué hacer. No se detuvo a pensarlo, como lo haría un pedagogo, pero era el inicio de un panorama familiar que agudiza las relaciones en el seno del hogar cuando las niñas tienen niños, engendro de padres que son niños.
Hice un intento y advertir a la joven de la página social recordándole que la gente suele decir que los desarreglos de la juventud se sienten en los años seniles. Si uno no se muere a destiempo, el mañana siempre llega. Como permites que jueguen con lo que expones y dispones como artículos en baratillo, y luego te quejas de que nadie pagara el precio que merecías, no sólo lo que tienes sino también lo que eres. La estética existe en los ojos de quien la mira y creo, de la misma manera, que nuestros valores se elevan en la medida en que nos damos cuenta que les poseemos y que estos no dependen ni de la oferta ni de la demanda porque no están a la venta, no los determinan la competencia ni los desafueros.
La gente también dice que un clavo saca otro, pero aun así, depende de la madera que lo contiene, eso es válido cuando se intenta sacar el clavo, olvidando el efecto depresivo del hueco. En otras palabras, debemos evitar la reincidencia o los errores recurrentes, especialmente cuando el remedio es peor que la enfermedad. La dulzura de la venganza trae consigo sus amarguras, del mismo modo que el despecho puede traer peores consecuencias o inesperados resultados. En conclusión debemos reconocer que somos seres con responsabilidades, incluyendo aquella que nos debemos a nosotros mismos. “Quien siembra malos vientos, cosecha tempestades”. Me fascina esa canción que dice que “la gente tira a matar cuando volamos muy bajo”.
El joven de nuestra historia reprochaba una aventura de pasiones desaforadas de la mujer que le trajo al mundo hacía treinta años, pero la niña Araceli es de la época de Twitter y Facebook. Ambos casos tienen sus afinidades y demandan de la sociedad una mayor inversión en los medios que hagan posible la educación de la juventud en materia de sexo y aptitudes en término de la vida, en lo personal y lo social, para lograr un equilibrio en el entorno familiar.
Todo en la vida parece tener un precio excepto la vida misma que supera todos los valores. Ningún sector de la sociedad sufre como la juventud los impactos de una modalidad de vida determinada por el mercado globalizado que se perfila gracias a los avances de la tecnología. En el pasado reciente se animaba a la juventud a creer en el cambio como una constante y a luchar por un sueño, en el presente se le hace creer que vive ese sueño. En realidad no tarda en descubrir que más bien vive su pesadilla. Nadie parece asumir responsabilidad frente a mal colectivo que amenaza y desgasta el bienestar general del porvenir de los más vulnerables, excepto los padres, cuando no es demasiado tarde. Claro que existen excepciones, pero estas no son el centro ni el referente por tratarse de lo menos común en nuestras comunidades.
Luego de leer en dos líneas lo que parecía el desenlace de una relación destinada al fracaso, recordé a un gallardo y atlético joven que me dijo delante de los presentes como lamentaba ser el hijo de una aventura. Fue la primera vez que le escuché hablar de esa manera, reprochando a su propia madre una circunstancia sin carácter retroactivo. Uno no puede concebir que la madre no tuviera madre aunque el padre fuera siempre un perfecto desconocido. Me hizo pensar que uno se siente con ciertos derechos después de su nacimiento, el cual es certificado por otros que nos merecen entero crédito. Por tanto, es un error garrafal sentir culpabilidad por ser hijo de perencejo, mengano o sutanejo, un pobre personaje, o tal vez un príncipe que garantiza la línea descendiente de su linaje.
Con este argumento traté de hacer reflexionar a una chica que escribía en una página social que llamaría malo a su corazón. Expresaba sin vergüenza alguna que no creería en al amor, que en lo adelante si algún hombre venía a ella, lo disfrutaría y luego lo despacharía. Esta joven no reparaba en el bajo nivel que incurría mientras era confortada por algunas de sus amigas, pero con un tinte de ironía. La responsabilidad social del individuo a veces parece ser un desafío a la modalidad de vida de la tribu o la antología que se revela a ser negada, manifestando el libertinaje en la ADN de los sectarios y caóticos incapaces de adoptar algún tipo de disciplina.
Los expertos están de acuerdo en término de la manera acelerada en que maduran sexualmente los jóvenes o mejor dicho los niños de esta nueva civilización. Se lanzan en relaciones humanas sin la debida preparación psicológica y emocional. Consecuentemente se ven envueltos en circunstancias generadoras de conflictos que muchas veces terminan en tragedias, cuando no, los padres tienen que adoptar medidas extraordinarias para compensar y balancear una situación que tiene un transcurrir de largo plazo.
El ejemplo más típico es la niña Araceli de una familia que vive en un residencial público en el sur del Bronx. Ella le dijo a Lina, su madre, que tenía tres meces de embarazo. Se lo dijo mirándola a la cara como quien confianza una sutileza o travesura. Como siempre sucede, Araceli tuvo que decírselo dos veces ya que la primera vez las madres creen que lo que oyeron no puede ser verdad, que oyeron mal el mensaje, o fue una decodificación errónea del proceso comunicativo. Ella le repitió las mismas palabras y luego siguió un monologo desconcertante. Su mundo se volcó al revés y luego dio otro giro de 360 grados al pensar cómo le daría la noticia al padre que por suerte era todavía su marido.
El problema de esta madre no comenzó con el anuncio del embarazo de su niña a los catorce años de edad, sino tres años antes cuando Araceli comenzó a llegar tarde de la escuela para cumplir con citas clandestinas con jovencitos carentes de reputación en la vecindad. Lina quiso volverse loca el día que se informó que el padre había encontrado la muchacha con un niño mayor que ella en su habitación pintada de rosado y decorada con graficas de icono de los medios. Lina creyó morirse el día que el hombre sorprendió la niña de nuevo con una chica de de su edad y en la misma habitación. La adolescente le confesó que se había dado cuanta finalmente cuáles eran sus preferencias sexuales. Ellos terminaron aceptando la situación. Pero ahora todo había cambiado y había que pensar en qué hacer. No se detuvo a pensarlo, como lo haría un pedagogo, pero era el inicio de un panorama familiar que agudiza las relaciones en el seno del hogar cuando las niñas tienen niños, engendro de padres que son niños.
Hice un intento y advertir a la joven de la página social recordándole que la gente suele decir que los desarreglos de la juventud se sienten en los años seniles. Si uno no se muere a destiempo, el mañana siempre llega. Como permites que jueguen con lo que expones y dispones como artículos en baratillo, y luego te quejas de que nadie pagara el precio que merecías, no sólo lo que tienes sino también lo que eres. La estética existe en los ojos de quien la mira y creo, de la misma manera, que nuestros valores se elevan en la medida en que nos damos cuenta que les poseemos y que estos no dependen ni de la oferta ni de la demanda porque no están a la venta, no los determinan la competencia ni los desafueros.
La gente también dice que un clavo saca otro, pero aun así, depende de la madera que lo contiene, eso es válido cuando se intenta sacar el clavo, olvidando el efecto depresivo del hueco. En otras palabras, debemos evitar la reincidencia o los errores recurrentes, especialmente cuando el remedio es peor que la enfermedad. La dulzura de la venganza trae consigo sus amarguras, del mismo modo que el despecho puede traer peores consecuencias o inesperados resultados. En conclusión debemos reconocer que somos seres con responsabilidades, incluyendo aquella que nos debemos a nosotros mismos. “Quien siembra malos vientos, cosecha tempestades”. Me fascina esa canción que dice que “la gente tira a matar cuando volamos muy bajo”.
El joven de nuestra historia reprochaba una aventura de pasiones desaforadas de la mujer que le trajo al mundo hacía treinta años, pero la niña Araceli es de la época de Twitter y Facebook. Ambos casos tienen sus afinidades y demandan de la sociedad una mayor inversión en los medios que hagan posible la educación de la juventud en materia de sexo y aptitudes en término de la vida, en lo personal y lo social, para lograr un equilibrio en el entorno familiar.