Eramis Cruz
Fue la primera ausencia de
su hogar después de su retiro laboral. Por tres días se substrajo del mundo y
de sus distracciones tecnológicas ignorando las malas noticias de posibles
confrontaciones entre grandes naciones. Para Demetrius esa estadía en compañía
de montañistas desconocidos fue suficiente, ahora quería volver a su rutina
habitual. Se quedó perplejo con su celular en la mano, atónito por la manera sorpresiva
del cambio de las cosas que de una u otra manera afectan su vida urbana.
Nadie le hizo una llamada
durante los últimos tres días, no había mensajes con adjuntos mostrando chicas
escuálidas exhibiendo senos prominentes, tampoco intrusos justificando ventas y
compras innecesarias de artículos. Se animó e hizo otra exploración a la diminuta
pantalla iluminada, pero solo le sirvió para extrañar los comentarios
sarcásticos de sus amigos favoritos. En esto estaba absorto cuando de repente
oyó la familiar alarma de las notificaciones, finalmente recibían algún
mensaje, sabe Dios de quién. En vez de satisfacer su curiosidad, dejó el
celular sobre la mesa, se dirigió al ventanal. Miró tras el cristal en
múltiples direcciones y creyó que el mundo estaba tan normal como siempre.
Regresó a su artilugio, y con
su dedo deslizó la pantalla hacia abajo y en letras negras sobre fondo color
gris claro leyó tres palabras solamente. El mensaje le comunicaba que no tenía mensaje. Preocupado accedió
a otras aplicaciones y decepcionado notó los indicios entonces de que algo no
estaba bien en algún lado de la geografía.
Decidió llamar a varios de
sus amigos, pero ninguno contestó ni le permitió dejar un mensaje. Tomó una
medida más drástica, se vistió como habitualmente lo hacía, salió a las calles,
y vio que la gente andaba más ensimismada que nunca. Nadie oía al otro porque
llevaban tres días hablando de lo mismo. Sacó una raqueta de su bolsillo, se
peinó el pelo por unos quince segundos, luego con la otra mano se acarició la
cara y el cuello, como quien se aplica una crema para la piel, necesitaba
despertar y percibir la realidad. Lo hizo el solo en su soledad, aunque en
medio de todo el mundo, con la obstinación por saber qué estaba pasando, especialmente,
si solo le estaba pasando a él. Lo que más le perturbaba era el zumbido que
parecían el de un enjambre de abejas extendidas por toda la ciudad.
Miró a todos lados y se
dio cuenta de algo inusual. Nadie tenía su teléfono celular en la mano, en los
negocios no había pantallas planas encendidas y muchos automóviles estaba
averiados en las calles, especialmente los de novísimos modelos.
¿Qué ha pasado? −se
preguntó. Estaba al punto de regresar a su casa, sin entender porqué las gentes
caminaban como si fueran robots, ni la razón por la que había tantos vehículos
con desperfectos y nadie los estaban reparando. Entonces le llamó la atención
un pedazo de la página de un periódico principal con un titular en tinta negra
que decía: Tres potencias mundiales inician tercera guerra mundial.
Miró la fecha de
publicación del periódico, había salido tres días antes. Leyó la noticia y lo
que en ella se narraba era para él más que insólito. Dio media vuelta pare
regresar y hacer otro intento para confirmar lo que sucedía en el mundo desde
hacía tres, exactamente el tiempo que tomó cuando abasteció su viejo todo
terreno y se internó en una montaña con su celular apagado y completamente
apartado del hastío. No quería ser perturbado por nada ni nadie.
Miraba a su derredor
cuando finalmente encontró a alguien con un comportamiento normal, aunque jadeante.
Se le acercó amablemente y de inmediato el extraño le dio la sensación de que
iba llorar, pero se contuvo. Finalmente, el hombre le contó todos los
pormenores de lo que sucedía. La tercera guerra mundial había comenzado, y la
humanidad estaba confrontando serios problemas de sobrevivencia.
¿Pero cuantos muertos hay?
−preguntó desesperado.
−Nadie ha muerto, pero son
muchos los desmoralizados, las armas son invisibles −le dijo el hombre.
−¿Cómo? Entonces no
tenemos ninguna guerra −le dijo− como esperando una positiva respuesta del
extraño personaje que ahora hablaba con él como si fuera el único ser con
raciocinio en la tierra.
−No amigo −contestó el
hombre− esta vez es diferente y nos sabemos las consecuencias, esta es una
guerra tecnológica, fíjese que no está funcionando ningún aparato digital, las
compañías gigantes de la comunicación digital y las ciencias computadorizadas
se eliminaron unas a otras.
En el hombre con un
lenguaje corporal indicaba su prisa por marcharse, pero continuó:
−De usted no sé adónde ha
estado. Todo el mundo anda desesperado, y como hace tanto tiempo que le gente
perdió la sensibilidad por las relaciones humanas, nadie sabe como ayudar a
nadie, además, los que tienen no les sirve en absoluto.
Demetrius no supo que
contestar, se sintió algo avergonzado por ser el único extraterrestre de
momento.
El hombre le dio unas
palmaditas en el hombro para despedirse, pero Demetrius lo detuvo y le ofreció
la mitad del dinero que llevaba en el bolsillo, mas el hombre lo rechazó diciéndole:
−Eso, amigo, ahora no
sirve para nada. Algo nos pasa por sustituir nuestro oro por dólares inorgánicos.
Al contrario de lo que
Demetrius esperaba, el hombre sacó de su bolsillo unos mil dólares, tres
tarjetas de crédito, tiró todo al zafacón en la esquina y se marchó.
Demetrius regresó al
hogar, pensando en qué hacer para comunicarse con sus familiares. Abrió la
puerta empujándola con su mano derecha, pero cuando trató de encender la luz,
ésta no le respondió. Fue el momento preciso en el que un extraño vehículo de
las fuerzas armadas anunciaba que lo peor estaba por llegar. Estamos en guerra
y nos sabemos los enemigos adónde están.