Eramis Cruz
La grandeza de un escritor depende de la óptica de sus lectores pero indudablemente también consiste en su atrevimiento, su carácter para desafiar la crítica. Lee sus libros y veras como se oculta en los rincones de sus metáforas. Escribir es un arte, una habilidad que se ejerce en el precipicio de un rascacielos. Un escritor pone de manifiesto sus defectos como ser humano con una mayor clarividencia. “Que no se engañe nadie no, pensando que a ha de durar lo que espera, más que duro lo que vio…”, ciertamente la literatura tiene en su sobretodo ese aval científico, esa producción técnica o experimental que no se presta a estas cavilaciones.
El escritor irresponsable se denuncia a si mismo, no tiene una manera para escapar de los vorágines de los fonemas, ellos existen para darle sentido a los enigmas, si las cosas no se dicen como son, entonces quedan dichas como no son y suelen ser tan elocuentes como el silencio. Aquí hacen residencia los manipuladores de los pueblos, negociantes nómadas de la política que se venden por una cuantas monedas o hacen lo necesario para alcanzar la fama o la opulencia, son los artistas creadores de las necesidad o emuladores de lo falaz.
Para entender mejor la cosmología de una pluma se requiere una mínima idea del poder de las computadoras, como fin y como medio. En estas máquinas se trabaja con dos factores de la estática, que alternativamente se llama cero o se llama uno, pero en término real es como una luz que si no esta encendida, esta apagada. En el mundo literario se escribe utilizando cualquier medio convencional. Piense en cuántas posiciones se pueden colocar ocho objetos, no serán infinitas pero suficientes para expresar todas las lenguas de la humanidad y todas sus calculaciones posibles, desde el equilibrio que descansa debajo tus pies hasta la gravitación que gobierna el espacio sideral.
El secreto de los seres humanos es somos repetitivos, nos pasamos la vida diciéndonos las mismas cosas y nos morimos dudándolas. Si con dos dígitos se puede interpretar el universo qué no será posible hacer con el mundo intangible de la imaginación. No importa de quién sea el talento, lo importante es que alguien lo haga al igual que lo hacen los miembros de una colmena.
El escritor puede ser tan malo o tan bueno como cualquier ser humano, no imparta, éste, la mayor parte del tiempo se lo pasa escribiendo sobre otros u otras, de circunstancias ajenas, además tiene la ventaja de que la ficción se arrodilla a sus pies, por la que si no se las sabe, se las inventa. Ningún otro artista cuenta con recurso tan poderoso a acepción del comediante que tiene la difícil misión de hacer reír a los aburridos de la vida.
El escritor cuando no narra los hechos, se pasa personaje, muchas veces distante de si mismo, el dilema de un tal vez yo quiero ser o de un caramba nunca fui.
Leer la autobiografía de Pablo Neruda “Confieso que he Vivido” es un retiro para descubrir los vericuetos de un escritor, los altibajos de una geografía saturada de defectos y virtudes de quienes en sus libros se convierten en gurú sin limites posibles, musas capaces de jugar en todos los escenarios, gente que puede hacer vivir y hasta matar con el filo de una pluma.
El poder del verbo quedó expuesto en la Biblia como manera suprema por la que se manifiesta el mismo Dios para vencer la bruma. Pero como dice esa famosa inspiración de un poema hecho canción: “Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar…”