sábado, 16 de febrero de 2013

Cuando te espera la cuneta





Eramis Cruz




La cuneta aquí no es un referente a la tumba, sino de una apertura sobre la superficie por donde circula una historia de la vida.
Él era el hermano de la Agrupación Católica, tenía un diente de oro que le distinguía cada vez reía. Recuerdo su expresión favorita cuando, de alguna manera, no cría justo lo se le planteaba “si eso son ustedes los cristianos que les dejan a los comunistas”. Para él era solamente un tipo de refrán, pero distinguirse de los comunistas en los años finales de la guerra fría era algo que mucha gente consideraba conveniente por razones de táctica política desde una óptica personal. No ser comunista te garantizaba la indiferencia de los aparatos represivos del Estado.
El hermano Agustín era un “todólogo”, para usar un término no reconocido por la academia del idioma, en realidad no tiene ningún sentido, pero en nuestro medio y para ese tiempo, la gente se graduaba de la universidad de la vida, y ésta era una de las concentraciones académicas más populares. En otras palabras, el que lo sabe todo, no sabe nada de manera especial. Sin embargo Agustín tenía más afinidad con el quehacer de las aéreas de la ebanistería, la carpintería y la pintura de muebles o paredes.
Cuando se trata de sobrevivir hay que ser como un buscavidas, alguien que no deja escapar las oportunidades para ganarse el jornal, especialmente cuando se es padre de familia. Parece una contradicción de los nuevos tiempos de las relaciones económicas, pero el sector informal ha tomado auge en los pueblos del llamado  desarrollo sostenido, lo que en vez de ayudar a la gente le complica la vida, ya que la economía informal no tiene capacidad para ofrecer conquistas laborales, sino que son rendijas para la sobrevivencia.
En el patio de su casa Agustín plantó cuatro palos de una dureza desafiante a los que el tiempo se negaría a darle un mordisco. Fue encima de los cuatro garrotes que inventó una enramada y debajo colocó un banco rústico para el trabajo de ebanistería. En una caja juntó unas herramientas rudimentarias y degastadas, y esto le bastó para convertirse en empresario improvisado y sin tarjetas de negocio.
En nuestros pueblos los artistas de la madera fina eran conocidos siguiendo las generaciones, sus finas producciones eran como su emblema distintivo. Estos ebanistas vivían y morían pobres pero siempre muy orgullosos de su habilidad u oficio. La industrialización es un fenómeno económico-social que acaba con la felicidad del artista que terminaba su propia obra para contemplarla como su producto.
En una calle cercana me encontré un día con Agustín, venía conduciendo su único medio de transporte, una bicicleta de canasto con una parrilla trasera donde a veces transportaba a su mujer, en la que seguramente con ella había terminado en la cuneta, así por accidente. Me habló de un nuevo contracto y me pidió que fuera su asistente, especialmente para lo que tenía que ver con el cálculo de los materiales y después de eso, para lo que fuera necesario.
Acepté el trabajo sin otra credencial que la de ser un hermano de la Agrupación Católica, después de todo, con esto estaba demasiado acreditado para una empresa como aquella. Yo le hacía las calculaciones al hermano Agustín, por ejemplo que necesitaba 20 planchas de formica y no recuerdo qué cantidad de madera, y él me ordenaba apuntarle el doble a la señora empresaria de la tienda, decía que esa mujer tenía mucho dinero y que al final no le estaba pagando lo que él consideraba justo. −¿Y qué pasó con los comunistas? −le preguntaba. Y me respondió con su otra frase favorita, −“mire hermano, si sigue pensando así, terminará en la cuneta”.
Como hermano al fin, Agustín me pagaba unos cuantos pesos, y tuve que dejar de trabar con él para no terminar en la cuneta.
Durante las semanas que trabajamos juntos pasamos un tiempo muy divertido, aunque a veces me reprochaba que no fuera un “todólogo” como él.
Agustín como buen hermano, no me permitía ir a comer a mi casa que estaba a unas cuantas cuadras. Su mujer traía a la mesa una pequeña porción de comida y un jarrón de agua fría. Recuerdo como si fuera ahora, el agua diáfana y el cristal empañado por el hielo. Yo observaba a mi amigo que por cada tres cucharadas de comida se tomaba un vaso de agua, y su barriga comenzaba a templarse como un tambor. Yo que estaba muy delgado y en esa edad en la que uno no se llena, al rato me excusaba para dar una vuelta por el barrio y terminaba en mi casa a comer con los demás, como si en realidad no hubiese ingerida nada.
Me gasté casi lo que me había ganado para comprar de un amigo el reloj de mis sueños. Era marca Oris, con una chapa de 10 quilates de oro, tenía una esfera negra brillante por la que se deslizaban sus agujas doradas. Adornado con una correa de cuero genuino, para mí era la mejor joya de la bolita del mundo. Un mediodía en el que fui a la casa a rellenarme con la otra comida de la doce del día, olvidé mi hermoso reloj colgado de uno de los palos de la enramada. Hacía unos días que en un clavo plateado enganchaba por la hebilla el deslumbrante artículo de mis limitaciones.
Mi otro hermano de la Agrupación, llamado Lorenzo Germán, vino de visita al taller para echarse un “conversao”, y dándose cuenta que yo no estaba, le llamó la atención la prenda que colgaba del palo, y aprovechó la ocasión para darse “un plante” por el barrio con el elegante reloj. Pero desgraciadamente parece que no se puso la correa correctamente y mientras caminaba, el reloj se desprendió y cayó como a diez pies delante del él.
Lorenzo regresó al taller, a sabiendas que yo dormía mi siesta, y colocó el reloj en el mismo lugar pero con el vidrio roto, aunque trabajando. No me di cuenta hasta la hora de la salida, de inmediato supe que esa había sido una travesura de Lorenzo, que mirándome sin pestañar reconoció su abuso de confianza, pero él era mi amigo y nuestra amistad no terminó en la cuneta, como le sucedió a Agustín el día que murió después de comer en exceso o mejor dicho beber en demasía mientras comía. Me dio mucha lástima por su mujer, con aquella apariencia asiática, igual que las dos niñas que estaba procreando con ese hermano de un tiempo en que los políticos se llamaban compañeros, igual que los sindicalistas.
Por no querer graduarme de “todólogo” y para no irme a la cuneta, tuve que salir del país. La carrera de aprendí de ebanistería, carpintería o albañilería, terminó siendo mi eterna frustración, porque no me certifiqué de una cosa ni de la otro, ya que nunca tuve vocación para ese sacerdocio, de gente que tanto sacrifica, especialmente aquella que, cuando en vez de aprender un oficio de verdad, cae en mano de “todólogos” y maestros de la chapucería. Pero uno siempre gana el privilegio de saber cosas que otros ignoran ya que dicen que “la experiencia no se improvisa” y de esta manera uno termina usando un GPS para evitar caer en la cuneta del neoliberalismo de los “todólogos” computadorizados.

La reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile

Fuente: https://elpais.com/chile/2023-05-26/la-reunion-privada-entre-kissinger-y-pinochet-en-chile-queremos-ayudarlo.html?outputType=amp La ...