Su gloria es su pasado porque siendo su presente una falacia, su futuro es una promesa. Siempre dirigida por viejos árboles cansados, inflexibles e incapaces de asimilar los cambios de la nueva tecnología. Allí hay temor a los nuevos talentos, a la vitalidad de la sangre joven.
No es extraño que no cuente con domicilio ni medios básicos para cumplir sus funciones. Sus estatutos fueron establecidos cuando “Cuquita bailaba”. Los expresidentes son un corral donde queda atrapado el nuevo ejecutivo.
Sus oficiales confunden el medio con el método y éstos aman la aprobación de los encumbrados.
Así les pasa el tiempo, incapaces de reinventarse. Buscadores de aplausos, crean fama expidiendo reconocimiento impreso en papel baroto. Viven ocupado en la búsqueda de un candidato con suficiente temple para creerse el cuento. El ideal es un discurso obsoleto que se pronuncia en altares y escalinatas visibles a los buscavidas.
Sin plan de trabajo ni programa, su comité depende de un itinerario de aniversarios de muertos.
La institución es como la canción del cantante mexicano Juan Gabriel “no tengo dinero”, pero su cena de gala son la envidia de las grandes corporaciones. Así cada cierto tiempo el Instituto del Pasado sufre un desfalco que ningún informe explica porque no rinde cuanta a nadie, ni siquiera así misma.
Casi siempre están del lado de los conservadores, ven al inmigrante como invasor y se creen salvadores de la nación. Creen en la conservación de la memoria para pasarla a las futuras generaciones, no al personaje, sino al promotor de las imágenes de estatuas y bosquejos.
Para ellos la historia la hacen los superhéroes, el pueblo estuvo allí para el sacrificio, no para el beneficio.
Como otras figuras de la coexistencia, sus líderes van muriendo, y para sorpresa de todos, nunca son sustituidos, sino que conservan sus cargos y honores hasta el día de la resurrección.
A nadie le dicen que son una corporación sin incorporación, así tienen justificado su accionar, es mejor vivir sin un 501, considerando que “lo que se da no se quita”, y soñar no cuesta nada, especialmente si al actor es un reformista.