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E. Cruz
(Un párrafo)
Al retroceder el tiempo medio siglo, a uno
le parece que el mundo dio un salto, y que la inocencia cedió espacio a la
malicia. Recuerdo que algunos niños de mi vecindad nos invitábamos a hacer mala
palabra. Quedaba en los adultos la impresión que deja la intimidad por el grado
de discreción observado. La voz baja y la mirada de soslayo, se trataba de un
juego inocente de los imberbes asumiendo el role de papá y mamá. La indagación consistía
en preguntar cómo entraban los bebes a la barriga de la madre, y luego cómo salían.
Creíamos que todos los nacimientos se realizaban vía cesárea. Esa inocencia se
mantenía en el adolescente hasta la pubertad. En ese entonces la mujer que tenía
vergüenza mantenía relaciones sexuales en la oscuridad y conteniendo los impulsos.
Los tabúes del sexo, la vulva y el falo, no tenía comparación con el despliegue
de información de esta época de medios interactivos. A la menstruación se le llamaba la luna, y los jóvenes la conocían por los lienzos manchados de sangre
que pululaban por los dormitorios. Me resulta curioso la advertencia de los
padres a sus pequeños respectos al uso de las malas palabras, una manera de
restringir la libertad de expresión, antes que educar oportunamente. Se empeñaban
en no manchar el pudor ni alterar el protocolo social. Recordemos el poder de las
palabras, buenas o malas, especialmente el verbo, …de tal manera que el
principio de la creación del mundo sucedió gracias al verbo, o sea Dios decía
hágase esto o aquello y “voilà”. Según la Biblia así fue el génesis. Pasada el
alfa, nos queda pendiente la omega. Pero dónde realmente la cosa se puso buena
fue con la mala palabra de dos adultos llamados Adán y Eva, primeros esposos
del mundo, echados de Edén por su creador. Esta vez el verbo es desobedecido,
una transgresión que dio origen al trabajo como medio de subsistencia. Como el
verbo se hizo carne, la palabra se hizo lenguaje para convertirse en leyenda
sustituta de la realidad. La idea se expresa con la palabra, la realidad no la
necesita porque ella es la misma existencia. Nada ha tomado más tiempo al
hombre que conocerse así mismo, porque el desconocimiento del mundo que
forma parte, lo empuja a lo absurdo de la idea o sea el misterios de la penumbra y el poder de los duendes, adornados por la suposición de los sueños y las maravillas de la ficción.
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