Eramis Cruz
Es mentira, “él me mintió”, ella también lo hizo, y lo peor del caso es
que lo hicieron en medio de todo el mundo. Uno cree que la gente tiene un
mínimo de vergüenza, que es verdad que cree en Dios y que igual que Jesucristo
es capaz de morir por la verdad. A Damaris la vi feliz en una foto de celular
publicada seis horas antes en la Internet, fue en la mañana que la vi sonriendo
junto a su marido, ambos muy encariñados, sentaditos en el balcón de trasfondo de
color beige, y luego me informaron que ella había llamado a la policía para
denunciar maltrato físico contra su príncipe azul. La vida le puede cambiar a
cualquiera de la noche a la mañana mientras se pone empeño por ocultar los
fracasos detrás de la cortina de éxitos aparentes, nunca la vida fue tan bella
como en Facebook.
Escribir es siempre un riesgo, pero esta aminorado cuando la única
verdad que pueden decirle a uno es la que todo el mundo conoce, que antes era
un pobre y ahora un pobre diablo en la simpatía del señor. Uno no puede
escribir al menos que esté dispuesto a afrontar críticas y reacciones.
Mentir a diestra y siniestra parece ser más placentero hoy que nunca,
uno hasta se acostumbra no solo a oír las mentiras sino a leerlas y verlas,
quien no las vas creer si vienen hasta documentadas con múltiples fotografías a
colores.
Hace poco confundí a Diana
Celeste y a Cristian Guido con Romeo y Julieta, no eran palabras de amor, eran
poemas completos, de esos que se escriben apresurados, sin tiempo para
corregirles las faltas de ortografía. Ella con el corazón en la mano le dice
que se iría al infierno con él y le aseguraba que ya el cielo lo tenía a su
lado porque tan solo una mirada suya era suficiente para dejarla embarazada, no
sé si quiso escribir embelesada o embriagada. Ya él le había dicho una carreta
repleta de inspiraciones también apresuradas, dejando claro que la pasión es
una diablura poderosa mientras el fuego no se apague, mientras las llamas sean
atizadas por esa brisitas que tienden a convertirse en ráfagas ciclónicas. Para
no dejar la menor duda y sin importarle si era verdad o mentira, se lo dijo con
palabras simples, y lo hizo con tal claridad para que todo el mundo lo
entendiera, que en su puta vida no había encontrado una mujer como ella, la
vaina perfecta para su lanza de Cid Campeador.
Seguramente que ya una fotografía no cuesta lo mismo que antes, las
cosas tienden a bajar de precio cuando abundan, y especialmente si dejan de ser
competitivas. Todo el mundo lo creyó, una fotografía costaba el estimado de mil
palabras, en nuestro tiempo cuesta mucho menos, no tanto por su contenido
emocional, o sus cualidades de convicción, sino porque poca gente tiene la
capacidad de escribir mil palabras, especialmente si se les restan las
incorrectas y las mentiras disfrazadas de sinónimos.
Hasta me resultó difícil creerlo, meses mirando las fotos de Ana Delia y
familia, ella que ha convertido la calzada, el patio y el callejón de su casa
en una pasarela privada, donde la he visto luciendo vestidos largos apropiados
para el verano u otros my cortos para su edad, o llevando unos pantalones
blancos revelando el universo entres sus piernas, uno ni se lo puede creer,
pero hay cosa que impacta más por su tamaño que por sus funciones. Pero quien
no se anima a creerle con tanta alegría en su cara y tratándose de una persona
conocida. Luego nos damos cuenta por qué
la globalización ha logrado sobrepasar todos los parámetros.
Pero todo era mentira, Ana Delia andaba llorando con sus tres niños. Lo
primero que perdió fue a su marido, dicen que por culpa de cuernos inmerecidos,
todo el mundo lo sabía menos él que se la pasaba trabajando noche y día
mientras ella dizque feliz subiendo fotos a Facebook. Luego ella perdió toda la
esperanza de sacarse la lotería, después perdió el trabajo que con tanto
esfuerzo había conseguido y mantenido por siete años, cometió el error de hacer
a su jefe amigo en su página social.
No pudo seguir pagando con puntualidad la renta, pagó tres meses con los
mayores sacrificios, en el quinto le sacaron los muebles y sus pertenencias y le
echaron de allí como a una cualquiera. Nadie supo nada. Lo último que perdió
fue la vergüenza, comenzó a sufrir de sordera. Vive en un refugio público con
sus tres criaturas, colectando cupones de alimento y esperando por una vivienda
del gobierno. Todo el mundo pude vivir una vida de mentira, pero la verdad no
desaparece por quererlo simplemente.
Hay que entender que las personas tenemos nuestra propia identidad, valores
en la escala, uno no puede ser como lo demás quieran, hay que saber decir las
cosas con sentido propio. Uno no puede vivir como Rigoberto, que todo se lo
deja a su mujer, ella se encarga de sus asignaciones en la casa, ella hasta lo
exhibe secándole el pelo en la sala de su casa, sin importarle hacerlo víctima
de la ridiculez. Ella determina los
tipos de amigos que debe tener y cuándo y dónde puede pasar un momento con
ellos. El es bueno haciendo chistes, y tiene una afinidad deportiva admirable.
Ella es quien le mantiene su página social, donde determina qué se dice y que
no ha de verse, pero él vive feliz como nadie a costa de que no le deje la última
reina de sus amores. Es increíble, el siempre fue el mejor jugando “a la
escondida”.
Uno no tiene que decirle su vida privada a nadie, al final como dice el
dicho, “la gente critica pero no mantiene”. Sin embargo las falsas apariencias
contribuyen con la manera con que se pierde
el sentido de solidaridad entre la gente, aquella que antes consideraban a su
vecino como a su familia. También corremos el riesgo de convertirnos en seres
sin sensibilidad frente al dolor ajeno.
La sensibilidad es algo muy importante entre las personas. Sabe usted lo
que significa un médico sensible frente al paciente, un maestro sensible a sus
estudiantes, o un policía sensible a la ciudadanía. Una persona sensible a sus
semejantes puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, o frente a otras
circunstancias de la vida de connotación menos trágica.
Hay tantas maneras de mentir, pero lo peor es cuando la mentira se hace
un sistema, un espejo en el que uno se acostumbra a mirarse. La única razón por
la que tenemos por lo menos un espejo en nuestra casa es para mirarnos en el.
Queremos vernos como posiblemente otros nos ven. Tal vez hay algo en nosotros
que no se ve bien, y podemos corregirlo para vernos mejor. Pero luego que nos
acostumbramos a ver imágenes que no son nuestras, y reflejar un estilo de vida
que no es nuestro, a mentirnos a nosotros mismos, lo que era simple se
convierte en complejo, y resulta mucho más difícil de resolver.
La palabra persona etimológicamente está relacionada con la palabra
mascara, es decir era aquella en el escenario detrás de la máscara. De nuevo en
la vida moderna muchas personas pueden estar viviendo detrás de una máscara, en
la que la sociedad no refleja su verdadera condición en término de los
elementos indispensables para llevar una vida verdaderamente feliz.
“Lo que está a la moda no incomoda” pero una cosa es la moda y otra cosa
es la vida. La vida implica una manera de verla, de llevarla. Uno sabe que no
lo tiene todo, que hay cuentas pendientes, que quedan caminos por transcurrir,
que existen desafíos en esta sociedad que de un momento a otro nos pueden
convertir las mentiras piadosas en verdades crueles e indolentes.
La mentira no solo son las palabras que se dicen, también son las
imágenes que se muestran, los falsos papeles y roles que se interpretan, las
trayectorias fantásticas para hacer creer que lo hacemos mejor que nadie y como
dice una canción “que sabe nadie”. Ser
auténtico es la mejor manera de uno verse a sí mismo, y es la mejor manera de
que los demás vean lo mejor de uno. No tenemos nada de qué avergonzarnos. Hay
muchas personas que tienen una condición física y tienen que vivir con ella,
están en una silla de ruedas, personas que pueden ser ciegas, mudas, o tal vez
tienen alguna condición de discapacidad mental y tienen que vivir con ella. No
hay manera ni necesidad de mentir frente a esa realidad. Ellos aprenden que
tienen que vivir de manera auténtica.
En las páginas sociales la gente miente todos los días y todas las
noches. En los medios de comunicación nos mienten las 24 horas del día.
Exageran las noticias, distorsionan la verdad, manipulan los criterios,
presentan sus propias opiniones sobre los hechos y los acontecimientos. Los
medios de comunicación redefinen las imágenes, editan las noticias y manipulan las
opiniones para decir la verdad le conviene.
De esta manera se aprende y se enseña a vivir según la mentira. En las
pantallas de televisión desaparecen a las personas de color, se transforman a
las mujeres de pelo negro en clones de rubias inventadas.
¿Qué es lo que tenemos los latinos, o los de origen africanos que
tenemos que vivir avergonzados? ¿Por qué tenemos que vivir negando lo que
somos? No podemos renunciar a ser auténticos porque renunciando a ser auténticos
renunciamos a ser íntegros.
Quiénes han mentido todo el tiempo y a todo el
mundo son aquellos prepotentes y colonizadores que han pretendido negar a
nuestros pueblos su derecho a la felicidad. Echemos a la basura los sofismas de
clase blanca o los complejos de clase negra y dejemos de nuestro lado lo
autentico de la belleza de un mundo que nos ofrece un entorno para los sueños.
Lo peor que uno puede hacer es mentirse a sí mismo. Tal vez uno pueda cambiarse
la piel y hasta la fisionomía pero no puede cambiarse el alma, la integridad y
la autenticidad de su persona. La manera como otros nos ven, es un problema de
ellos, no tenemos que mentir para reconciliar la verdad ajena.