Prudencia, tolerancia y respeto, he ahí tres palabras de una gran
importancia que describen un comportamiento apropiado para los momentos
críticos de nuestra vida. Pero hay otra palabra que debe ser incluida, se trata
de la sinceridad. ¿Quién no recuerda su propio corazón cuando el amor tocó a su
puerta? Es como un río desbordado a causa de una tormenta en medio de la noche,
una tronada imposible de ser ignorada y luces relampagueantes que irrumpen por
los rincones de la casa. Podríamos considerar una suerte sentirse cobijado por
el techo del hogar, libre de un trayecto indefinido sin la luz del sol,
corriendo el riesgo de extraviarse en la oscuridad.
Hay mucha gente que vive en el asfalto, sin los traumas de una mala
experiencia, carente de habilidades para superar cualquier crisis que pueda
afectar su vida. Y se ven caminando por ahí, no le importa su vecino, creen
tenerlo todo bajo su control, hasta el día que el destino le recuerda su
vulnerabilidad. Nunca sabemos quién nos llamara una ambulancia cuando no nos
sirva la voz.
Son esos momentos cuando la vida nos llama a confrontar la macha en
reverso. A veces tenemos que detener el avance, otras veces nos vemos obligados
a volver al punto de partida, y buscar una orientación. Dicen que cuando uno
sufre una caída hay que saber levantarse. Hay caídas que pueden ser fatales,
otras pueden derivar en graves consecuencias. La gente se cae todos los días y
hasta de sus propios pies, la gravedad acecha y la oportunidad aguarda, basta
una simple distracción.
Debemos ser prudentes cuando caminamos sobre el precipicio. Debemos ser
tolerantes frente a la debilidad ajena, frente a la ignorancia ajena, frente a
la falta de visión ajena. Cuantas veces
estamos convencidos de la verdad, especialmente cuando la claridad nos muestra
exactamente el punto donde con seguridad un ser querido va a caer, pero no hay modo
de convencerle, no hay manera de prestarle un rayo de luz. Tal vez con la
tolerancia podernos observar respeto al derecho del otro o de la otra.
Cuando hablamos de respeto, no siempre nos ubicamos en el mismo ángulo.
Que la gente te respete por ostentar una posición de poder en la sociedad es
una cosa, que la gente te respete porque sea rico, es una cosa, pero que se
respete a un ser querido como un valor que se le ofrece es algo muy distinto.
Vale la pena preguntarse cómo es posible que dos se amen y después se
odien, puede que esta relación se deba a una combinación química, por razón de
intereses comunes, o simplemente puede ser una solución a necesidades de la
vida, de naturaleza material o de mutuo apoyo emocional. El amor esta supuesto
a superar todas esas condiciones. Lo primero que hace quien ama es respetar lo
que ama, respeto la integridad física de
la persona y respeto a su integridad moral.
Es común oírlo: “en realidad nunca me amo”, “nunca me quiso”, después de
mucho años caí en la cuenta que nunca me respeto”. Y era tan fácil darse
cuenta, notar la sutileza, la entrega, el susurro en la madrugada, la baso
delicadamente limpio y sobretodo aquella disposición a proteger la reputación.
Actuar con prudencia es ser prevenido, uno nunca tiene todos los
factores bajo su control, todo está sujeta a cambios, y más que todo, la vida
es una caja de sorpresa. Prudente con
respecto a lo que se dice y prudente con lo que se escribe. Especialmente en
este siglo del predominio digital cuando en las paginas sociales que quedan
almacenados textos y graficas, y para colmo con acceso público.
Existen muchas relaciones que terminan con resultados inesperados debido
a que los involucrados no están preparados para tratar con los aspectos más
críticos al término de la relación, convenido o forzado. Especialmente como evitar
heridas a quienes son inocentes y no son ni protagonistas ni antagonistas de
las relaciones tormentosas.
Lo más importante es entender que dos seres humanos rara vez ven el
mundo de la misma manera, luego prosigue un carril de factores que son propios
de cada historia. Mucha gente vive convencida de que un día el mundo se va a acabar.
Pero independientemente de si el mundo se acaba o no, podemos vivir en medio de
la tormenta, antes o después de ella, con una mayor satisfacción si uno sabe
que ha sido sincero, no solamente con los demás sino también consigo mismo.
Para qué escribir lo que nadie nos va a creer, especialmente cuando se
sabe que uno es el primero en no creerse así mismo. Uno vive en medio de la
gente. Los demás nos conocen mejor que lo que podemos imaginar, no importa si
el nombre de uno nunca ha sido publicado en los medios de prensa, la gente sabe
quién eres tú. La gente sabe de donde uno viene, a donde vive y hasta a donde
va. Todos vestimos algún tipo de uniforme, todos vivimos en alguna dirección,
conducimos alguna marca de automóvil, o no conducimos en absoluto. La gene sabe
que uno habla algún tipo de idioma, también sabe de nuestra creencia política y
hasta de asunto tan privado como las preferencias de género sexuales.
Si la gente no sabe mucho de uno, es simplemente porque no le interesa,
pero no es porque no puede saberlo. Siendo así para qué mentir, para qué no
optar por ser sincero, especialmente con alguien a quien nunca olvidaremos. El
respeto también está justificado por nuestra propia historia, por los
personajes que protagonizan nuestra novela.
La prudencia, la tolerancia, el respeto y la sinceridad nos pueden
ayudar más de lo que es posible imaginar no solo en los momentos críticos sino
también en el transcurrir normal de nuestra vida.
Oí decir una vez que existen tres tipos de parejas,
la que es feliz, la que no es feliz y aquella que no sabe la diferencia. Uno
tiene que amar sin invadir el espacio vital, necesario para respirar, uno tiene
que amar sin impedir el vuelo, “todo el mundo es importante, pero nadie es
indispensable”.