Eramis Cruz
Todo un mes esperando aquella fecha. Finalmente había tomado la decisión
de cambiar mi residencia en una isla por una potencia con mala reputación
histórica. Lo volví a pensar dos días antes de tomar el avión y descubrí, en
primer lugar, que a nadie le importaba si me iba o me quedaba y que en segundo
plano no tenía opción real. Desde aquel lado había llegado casi todo lo bueno
que había visto. Gente con cara de alegría, venía a resolver problemas, no ha
crearlos, con maletas repletas de lo que casi todo el mundo anhelaba.
Me dolía dejar atrás lo poco que tenía, primero por su alto valor moral
y aquello que la gente acepta como sentimental. Lo sentimental había sido mi
grave problema. Aquella sensibilidad por todo lo frágil, así vivía más cerca
del fracaso y distante de lo que inspira una mayor fortaleza. Y es que como
dicen “la soga rompe por la más delgado”.
Pero yo no era el único del montón, todos dejamos algo más querido a
cambio de una oportunidad de alcanzar el primer escalón. El mensaje me había
llegado de una vieja ignorante que me decía que había que mirar hacia arriba,
allá donde para ella estaba el cielo, luego comprendí que se refería a la
necesidad de hacer un intento por cambiar lo que no funciona por algo que nos
de algún resultado.
En verdad no quería irme, en el fondo quería quedarme, nunca fui un
ambicioso comerciante sino un ingenuo idealista. Subir resultaría más difícil,
sin embargo nunca me embargó la duda de que la única misión imposible es
aquella que no se intenta.
No quería decirlo a nadie para evitar que se rieran en mi cara, pero
sentía que era mucho dejar la mujer preñada, ser el padre de un niño
desconocido, tener que detenerme en aquellas fotografías a colores, organizadas
según las fechas recibidas. Uno sabe que no podrá volver, sabe Dios en cuantos
años. Me dolía aquel rancho de tablas agrietadas, aquellos gritos de niños a
ambos lados de la calle. Todo se convierte en un hasta luego.
Me concentré con Remigio frente a la pulpería de Paso, venía como
siempre alegre y sonriente, vestía la misma camisa con la que lo vi en la
fiesta de cumpleaños en casa de doña Ana María. Me dijo que le negaron la visa
otra vez, que la novia lo dejó otra vez, que buscaba trabajo otra vez y que
estaba intentando sacarse la lotería alguna vez. Me fue difícil decírselo, ya
que había sido un bien amigo, el se alegró sobre manera y me confesó su alegría
de saber que finalmente alguien que quería dejaba aquella maldita miseria.
No era la excepción, éramos toda una generación, jóvenes sin esperanza,
la juventud no tiene sentido sin esperanza, sin futuro carece de sentido. A
pesar de que la juventud no quiere esperar, no quiere recorrer distancia, es
mejor que puedan ver con claridad sus perspectivas o todo será más oscuro
cuando hay que postergar las ilusiones.
Cuando uno se va se lleva consigo todo aquello que la gente no ve.
Primero comienzan a tomar forma algunos maletines de cosas y hechos que no
renuncian a los recuerdos. Aquellas que siempre están con uno, las que te
hablan en el silencio de la noche, las que te sonríen cuando te embargas la
tristeza, esas que emiten rayitos de luces desde ambos lados del camino para
permitir llegar al punto de destino.
La despedida es lo único seguro por el momento, una dosis de ilusiones,
un regalo de los mejores sueños, sin pensar en los años, todo parece verse mas
real, especialmente aquella promesa de “pronto te vuelvo a ver”. Todos ellos se
sienten diferentes. Tienen una esperanza y saben con seguridad que es un buen
comienzo, uno menos con quien compartir la mala racha que se prolonga por más
tiempo de lo convenido.
La vida parece ser más llevadera para aquel que pretende hacer creer que
nada le importa, pero hacer creer no es lo mismo, uno siempre deja rastros que
denuncian lo que se siente por dentro. Los géneros musicales, especialmente
aquellos que canta y baila la gente del barrio, expresan las cicatrices
colectivas que denuncia las heridas que no siempre son provocadas por el filo
del entorno familiar, sino que son consecuencias de la ineficacia política de
clase parasitaria que vive de lo que a otro pertenece.
La historia es como un árbol que nunca deja de crecer, sobre ese árbol
nacen flores que dan frutos, frutos que luego marchitan y mueren. Todo tenemos
alguna hoja de ese árbol maravilloso. Las hojas del árbol nacen, crecen y luego
caen para abonar la tierra. Nadie puede vivir desprendido del árbol de la
historia, todos tenemos un papel asignado inclusive entes de nacer. Si todo el
mundo lo entendiera tal vez todos supieran cuán importante son en este mundo.
Uno virtualmente no se va de ningún lado, porque somos algo más que el
espacio que ocupa el cuerpo. Es que cuando se es niño el mundo parece tan
grande que escapara a la imaginación, luego que pasan los años se descubre que
el mundo está hecho de muchas cosas iguales. Todos los hombres son iguales,
todas las estrellas son iguales, todas las nubes son iguales, la ignorancia es
la ignorancia.
Luego que uno crece intelectualmente, es decir, desde el mismo momento
que descubre que el mundo no solo es igual, sino que nos pertenece por igual,
se desaparecen los gigantes, esos que vienen a complicarlo todo. Gigantes por
doquier desafiando la ignorancia, distorsionado la verdad.
Se crece de verdad, cuando se hacen preguntas de verdad, cuando se
descubre que el mundo es real, que el hambre de los niños es real, que la
miseria de los pueblos es real, y que es gente tan real como yo y como tú, la
que grita y la que calla. Entonces se decide no culpar a nadie en particular,
excepto la diablura de los sátrapas. Sabemos que tenemos que ser felices, saber
que se paga un precio por llegar, no importa cómo se realiza el viaje, pero hay
que llegar, dejar atrás la basura que nos contamina.
Y nos mintieron de la manera más vil y descarada. Nos hicieron creer que
una cantidad mayor no se substrae de una menor, la cantidad mayor siempre
colocada arriaba, que la gloria pertenece a los héroes, que el cielo está
arriba, después de las nubes. Fue una mentira lo del ángel del guardia, ese que
nos libra de todo pero nunca del patrón explotador, ni del policía abusador, ni
del presidente aguajero o embustero de pacotilla. Resultó mentira aquello de
que el mundo siempre ha sido igual, todo para hacernos creer que nos podemos
cambiar, que somos incapaces de evolucionar.
Al final se descubre que las verdades eran tan pocas que terminamos
perdiendo el tiempo con una educación que miente, una religión que miente, que
no dice la verdad para proteger el sistema excluyente, una violencia desarmada.
Si el ejército existe para proteger el pueblo como se justifica que le reprima,
claro, aplican la ley de los componentes a la inversa, pretenden hacer creer
que el individuo no es parte del todo, y la gente ve como natural que el todo
pertenezca a pocos, y muchos no sean parte del todo tangible.
Por eso hay que aprender a vivir en la historia,
no importa para donde se parte, cuando el mundo ya no es tan grande como
creíamos. Lo importante ahora es que el mundo, ese árbol de la historia, nos
muestra un espacio compuesto de muchas cosas iguales. Donde nada pertenece a
nadie, nadie nació con el privilegio de ser dueño de lo que no es capaz de
producir. El mundo de allá, para muchos sigue peor que el de aquí, pero el
mundo de aquí, no nos llena el alma como el rancho de tablas agrietadas de la
vieja Julia. Tenemos que aceptar que es mejor vivir en ambos lados, aun sea
virtualmente, como en el espacio sideral.