Eramis Cruz
Me llamaron por el intercomunicador y me
dijeron que tenía una visita. Tan pronto la vi me di cuenta de quien se
trataba, su nombre era Lucrecia, y sé que la había visto unas dos veces
anteriormente. Tuve que detenerla para que no me dijera sus problemas en frente
de todo el mundo.
Me dijo que la última vez que la vi fue
tres años atrás, y que por eso tenía unas cuantas cosas más que decirme que la última
vez. Apenas le abrí la puerta para que
pasara a la pequeña oficina, reconoció que el calor la sofocaba. Me dijo que la
gente cree que porque uno hable más de la cuenta, es que está loco, pero en su
caso no era así, aunque era cierto que a veces se sentía un poco nerviosa, y otras
veces hasta algo tensa. Fue enfática de nuevo en repetir que debido a que una
persona visite a un siquiatra, eso no indica que le falte el juicio. Y mucho
menos en su caso, ya que ella se considera una mujer muy inteligente. Me mostró
un certificado de participación en un taller sobre violencia doméstica.
La mujer tan pronto como entró al cuarto
de conferencia, comenzó a deshacerse de sus atuendos, primero fueron sus guantes
negros, luego la bufanda gris y por últimos su abrigo azul oscuro, menos mal
que esto fue lo último de que despojó. Luego se sentó y sustrajo de su bolso
algunos papeles. Me aclaró de nuevo que tenía que decirme algo, pero primero tenía
muchas cosas que contar debido a que hacía tres años que no me veía y que
durante ese tiempo muchas cosas habían sucedido en su alrededor o mejor dicho
entre ella y sus vecinos.
La mujer no paraba de hablar, yo por lo
pronto estaba dispuesto a escucharla, sabía, que como me había dicho, tenía
mucho que decirme. Finalmente dijo que la peor de todos era Ana Luisa, pero que
Mirna no se quedaba atrás y en tercer lugar estaba aquel hombre de baja
estatura, que hacía poco tiempo había muerto, porque como ella sabía, Dios es
grande y todo se paga, en esta vida o en la otra.
Me dijo que sabía que Ana Luisa fue la que más
daño le hizo. Dijo saber de fuente segura que fue Ana Luisa la que dijo a medio
mundo que ella se acostaba con el guardia de seguridad del edificio. Reconoció
que el guardián era un hombre muy decente y que por eso lo trataba, y que a
veces le regalaba cosas, pero no más de ahí. “Simplemente esta gente anda buscando que me
echen del edificio, que me tiren a la calle” –dijo en voz alta y con gesto
agresivo.
Luego contó que Mirna era una malvada aunque
no tan diabólica como Ana Luisa. Fue
Mirna la que aseguraba que ella vivía con el joven Anthony, un muchacho muy
bueno y vecino suyo. Dijo que el muchacho era de buena familia y hasta
cristiano, que fue cierto que se quedaba por las noches en su apartamento, y
que ella le había permitido pasar la noche en su dormitorio, que con mucho gusto
le cedió, mientras ella dormía cerca de la puerta del frente.
“Escriba usted todo lo que le digo, es
bueno que lo escriba, fíjese que hacía tres años que no venía a verle” –insistía
la mujer.
Continuó hablando con la mirada fija y sin
pestañar, mientras yo la escuchaba sin interrumpirla, y a cada momento repetía cuan
inteligente era ella, no como la gente la creía. Dijo que el muchacho continuó
durmiendo en su habitación, pero un día mientras ella preparaba algo en la
cocina él aprovecho la oportunidad y se escapó por la puerta del frente. “Él lo
había intentado antes, pero no le he dicho que yo levanto pesas, o sea que hago
ejercicio, no son tan pesadas, son para mujeres, algunas diez libras cada una,
pero él sabía que yo tenía fuerza, y por eso aprovechó que estaba ocupada en la
cocina para escapar por la puerta del frente, sin que yo pudiera detenerlo”.
–“Como le dije ya, hacía tres años que no venía
a verle por eso tengo tanto para decirle, pero apunte lo que le digo, es
importante que lo escriba. Hasta me permito llamarle hermano, se nota que usted
es una persona buena”.
–“Me sacaron de la iglesia, pero muy
pronto comenzaré a visitar otra, la gente sabe cuando uno ayuda, fue por eso
que me sacaron de allí”.
Fíjese que es diabólica esa Ana Luisa, ella
cree que yo no me doy cuenta, pero yo soy muy inteligente, la veo cuando se
vale de un hilo, con algo atado en una punta, lo desliza entre sus dedos y lo
deja descender hasta el piso. Es de esa manera que sabe todas mis cosas, no
solamente ella sino todos los demás vecinos que se han conjurados para verme en
la calle.
–“Mire si es diabólica esa mujer, digo Ana
Luisa, la última vez me dañó el cerrojo de la puerta, lo hizo sin tocarlo,
solamente mirando y haciendo unos movimientos raros. Tuve que convencer el
ferretero del sector para que viniera a hacerme la reparación.
Pero tengo suerte, ya cuento con mi
transferencia para otro residencial aprobada y certificada, lo único que temo
es que estos se salgan con las suyas y me saquen de mi apartamento antes de que
me escojan para una nueva vivienda.
La mujer insistió en denunciar que sus
vecinos están interesados en hacerle daño, pero que ella es muy inteligente y
que fue hábil de su parte abrirle un caso en la corte, que aunque no se
impusieron penalidades, está pendiente otra cita.
Pero estas vecinas son unas testarudas, –dijo–
fue después de la cita a la corte que oyó a Ana Luisa cantando: “La niña quiere
sexo… La niña quiere sexo… Ellas saben
bien que soy de la iglesia y que fue verdad que tuve sexo, pero yo era mujer
casada entonces.
Lucrecia se tornó mas calmada, luego que le
dijera que no había razón alguna para que perdiera su apartamento, que su record
estaba al día y en orden. Noté que se sintió algo mejor. Le dije que no había nada
pendiente de hacer por ella, y que lo único que tenía que hacer era vivir su
vida, y olvidarse de sus vecinas.
Con esto ella se marchó, balbuceando
algunas frases… por hoy parece que no hay problemas, hasta que decida volver a
verme dentro de tres años, tres meses o quién sabe si en tres días, estos
clientes son así, se aparecen el día que menos los espera. Uno sabe que algo no
anda bien con ellos, pero es uno el que lo supone. Hay que escucharlos y
respetarlos, buscando méritos a sus reclamos, no siempre andan tan errados como
dan a entender.