Los años comienzan y terminan dentro de
algunos días, le aseguro que no es fácil aprender a contarlos, estos no se
cuentan como las cosas a las que uno esta acostumbrado. Primero tienes que ser
un privilegiado, si quieres algún día contar muchos años, y tener mucho
cuidado, algo que comienza muy temprano en tu vida. Aquella expresión de “vivir
para contarlas” no es tan fácil como parece. Lo primero es que mucha gente no
tiene una buena memoria para acordarse de los acontecimientos más importantes
de su vida y la vida de los demás, especialmente, si los recuerdos no son
relevantes para los demás, aquellos que tal vez sacarían el tiempo para
escucharle.
Nadie quiere oír una historia de cosas
aburridas, carentes de sentido alguno, o mejor dicho, cuando el relator no
tiene la capacidad de pintar de colores las imágenes, de dinámica interacción
los acontecimientos, y sobre todo, de impactantes reacciones las impredecibles
y recurrentes experiencias de una vida transcurrida entre risas y lagrimas, que
como un turno, transforma la tosquedad de un trozo de madero en obra de arte,
con la misión de servir de soporte bajo la mesa o de decorativo en el espaldar
de la cama.
La mala memoria no es una enfermedad en la
cabeza de la gente, es una condición que se adquiere por culpa de la
indiferencia, ésta a la que nos referimos, no está asociada al mal de
Alzheimer, ya que estas personas recuerdan todo aquello que les interesa, por
eso recuerdan poca cosa, debido a que el interés personal es muy limitado,
comparado con el interés colectivo.
Uno solo puede disfrutar de una buena
memoria, aunque muchas veces encuentre rincones con huecos no previstos, si
durante su vida instintivamente y hasta simultáneamente tomó el tiempo para
escuchar. A sabiendas que escuchar no es lo mismo que oír, al oír uno está
prácticamente obligado, porque no es posible desconectar el auditivo cuando los
ruidos son unos invasores de la privacidad. Escuchar es una disposición
personal, un acto de voluntad con la intención y la extensión de
interrelacionar los mensajes con las experiencias y los elementos relativos a
lo comunicado. Uno se convierte en receptor, un decodificador dinámico con
capacidad de análisis.
Pero uno no escucha aquello que no le
importa, y muchos menos escucha aquel o aquella que no le interesa. Una actitud
que los demás detectan más rápido que inmediatamente. De esta manera, se pierde
la oportunidad de escuchar una interesante historia.
Y es que es demasiado simple. Tú no puedes
vivir más vida que la tuya, y por eso debes de aprovechar la experiencia de los
demás para aprender de ellos, escuchándoles. Es por eso que se hacen las
encuestas, los estudios, para sacarle información a la gente, la sociedad no
puede dirigirse o guiarse por el parecer de unas cuantas personas, no importa
cuán preparadas sean estas.
Hoy más que nunca, es difícil escuchar a
las personas, especialmente porque, nos invade la rutina, y a veces puede ser
muy útil hacerse un autoanálisis, como los que desarrollan los trabajadores
sociales con la gente, que le hace pensar como es la rutina del día, o sea, qué
hace desde que se levanta hasta que se acuesta. Uno tiene que contar todas sus
actividades, no importa cuán simples o complejas parezcan. Para esto hay que
hacer una lista en un pedazo de papel. Y después uno subdivide las actividades
en la de carácter físicas, sociales e intelectuales.
A veces las personas caen en la cuenta de
que sus actividades intelectuales son muy limitadas en la rutina diaria, o sea
que, no leen, no ven un programa que sirva para el intelecto.
No hay que sacrificarse mucho, basta con
pensar en una persona que tiene una rutina de trabajo de ocho horas diarias, más
dos horas en el trasporte público, que le ocurren durmiendo en uno de aquellos
asientos, luego que llega a la casa, prepara la comida, hace o recibe algunas
llamadas en su celular, y después, de siete a once de la noche, se dedica a ver
novelas de cadena Univisión. Podemos asegurar que la actividad intelectual de
este individuo es prácticamente cero.
Hace unos años, en la estación del tren de
la calle 181 de Manhattan, una señora, que conozco desde más diez años, iba
cruzando la plataforma, hablando en voz alta con una amiga que parecía una
compañera de trabajo. Le contaba una historia que yo dudé fuera de ficción, por
el modo espontaneo y realista de su narrativa.
Dijo que Carolina Bustamante, había
llegado al colmo de la paciencia, debido a las calumnias de la amante de su
marido, conocido en el paraje como Negrito, que se había envuelto en una relación
desvergonzada con la hija de Carmelina que se llamaba Aurora, por culpa de quien
su reputación estaba en lengua de medio mundo. Contó la mujer que era como las
diez de la mañana, cuando había llevado a sus hijos a la escuela, y se quedó al
cuidado del más chiquito. Le llevó el muchacho a su vecina Rafaela y le dijo:
Cuídame este muchacho por un rato que yo vengo de inmediato, voy a ir en un
momento a matar a Aurora. Narró la mujer que Carolina sin decir palabras entró
en la casa de Carmelina y se topó con Aurora, que venía de la cocina hacia la
sala, y con un cuchillo matavaca, que traía oculto en el bolsillo de su falda,
le dio varias puñaladas a la amante de su marido. Regresó por su muchacho a
casa de su vecina y se dirigió a la suya, donde con tranquilidad esperó que
llegara la policía.
No me gustaría vivir esa experiencia, sería
frustrante ver a alguien ser parte de una tragedia de tal magnitud, pero cuando
uno escucha a las personas, puede ver en ellas talentos que ni se imagina.
Uno vive los años que le tocan, pero estos
son más interesantes si son compartidos con los demás. La vida es muy corta
para vivir solamente la de uno. No hay que entrometerse en la vida de los
demás, solamente hay que saber escuchar a quien quiere dejarse oír, que son
muchos y están por todos lados.
Vivir para contarla, inclusive para
retenerla para uno mismo, si eso es lo que se quiere, no es para todo el mundo,
por los menos no para aquellos que pretenden de sabelotodo. No lo es para el
prepotente ni para el arrogante, mucho menos para el vanidoso, prejuicioso,
adelantado y criticón, la gente no tolera esos tipos de actitudes, y mucho
menos si se convierten en aptitudes.
Ana María era la más lindada del barrio, la
recuerdo por sus ojos verdes y un pelo castaño sobre sus espaldas. Y ninguno de
los chicos éramos buenos para ella, se cría la única Coca-Cola en el desierto.
No hace mucho me encontré con ella, acabada a causa de las cirugías, algunas estéticas
otras por urgencia de salud, no tuvo hijos, el marinero que siempre se moría
por su amor, finalmente se casó con ella cuando prácticamente era una joven
anciana, luego la abandonó por ser intolerante y debido a los complejos de su
vida, que le costaba tanto trabajo aceptar que ya no era la misma. En esta
ocasión me senté con ella pero noté que tenía poco que contar, su vida fue como
una flor, tierna pero muy breve. No recuerdo haberla visto escuchando a nadie.
El día de su velatorio, encontré una funeraria vacía, aparentemente muy pocos
la recordaban. La brevedad de la vida debe ser recompensada con la intensidad
de su hermosura, cuando se oye el eco, el efecto no puede ser revertido.