Nunca se conoce cabalmente a nadie, las personas cambiamos dependiendo
de tiempo y lugar. El espacio nos ubica en relación a otros que pueden influir
el modo de ver el mundo o el modo de no verlo en absoluto. Este referente se
relaciona a una madre que se hizo abuela como una imposición de la locura de su
hija, ahora la hija crece con un niño que le enseña a ser madura, mientras su
madre desintegra su reputación para dejar saber a medio mundo que no es una
anticuada y que tiene la capacidad de hacer valederos sus mejores atributos
físicos. Escribe textos con faltas de ortografía y publica fotos suyas sin otro
criterio que llamar la atención de gente con la que ni siquiera se comunica.
Nadie se atreve a decirle algo, existe el temor de que demande que tiren
la primera piedra. Es triste olvidar que diez personas equivocadas no hacen a
uno correcto, no importa cuántas piedras sean lazadas. Pero es saludable saber
que en esta vida todo el mundo aprende su lección, y todos sacan su provecho
excepto aquellos que la aprenden demasiado tarde, muchas veces olvidamos que el
tiempo lleva consigo un factor absolutamente irreversible.
Mi encuentro con ella fue sin matices impresionantes, pero me llamó la
atención al decir con pocas palabras que en asunto de amor era mujer perfecta.
Por un lado, me resultó muy atrevido el uso de tal palabra, pero por otro
entendí que quiso decir que en la intimidad no tenía miedo a los desafíos. Consideré
a su marido un hombre con suerte, aunque dejé al margen un espacio para las
dudas. La gente suele decir una parte de la verdad, y casi siempre aquella que
considera más creíble por aquellos que le brindan un mínimo de respeto o de
consideración.
Querer hacer de nuestros hijos los hombres y mujeres que soñamos ser
nosotros mismos es una aspiración muy común entre los adultos. No importa si no
es justo pedir a los demás aquello que no pudimos dar, exigir al otro que sea
aquello que no nos fue posible lograr. Uno se oculta en lo que es razonable,
uno quiere lo mejor para sus hijos, lo que puede ser el mejor regalo para
ellos. Pero uno no puede renunciar a la posibilidad de que lo imposible existe,
y que lo posible desista como resultado de factores que no se controlan.
Bruna es una madre aun joven, yo diría que hasta muy atractiva y capaz,
pero ahora anda un tanto atolondrada., sus exhibiciones son anuncios para el
amor. Ahora no esconde sus complejos, le perdió el temor a las limitaciones de
sus habilidades, cree que es verdad que “lo que no se exhibe no se vende”. Su
marido no sabe qué hacer con ella, especialmente ahora que ella no se deja
hacer de nada que de él provenga. No tiene tiempo para conversar con los del
hogar, ha perdido el sentido de la armonía, ella quiere llamar la atención de sus
amigos y no sabe el modo más apropiado para lograrlo.
Su marido fue el primero en sonar la alarma, ahora sí que ella se va a
morir –dice- y reafirma que le diagnosticaron una enfermedad incurable. Ella
misma fue quien se lo dijo. Para todos era una gran pena perderla, porque aun
esta joven, y aun en el caso que no lo fuera, no se merece el infortunio de una
enfermedad letal. Algunos hasta lamentan que su nieto, en edad tan tierna, no pudiera
ni recordarla luego de su graduación de la secundaria.
A la única que no parecía alarmarle la enfermedad de Bruna era a su
única hija, es más, ésta ni siquiera creía que en verdad estuviera enferma o
por lo menos tan enferma como decía. La joven pensaba que tal vez era la única
manera de ganarle una batalla a su propia madre, esa que nunca le había
brindada una brizna de amor, siempre empeñada en hacerle la vida imposible. Se acostumbró
a desafiarla, tanto que se empeñó en hacerse mujer antes de tiempo y mostrarle
que a pesar de su temprana edad era tan mujer como ella. Fue en parte por eso
que se enamoró a los treces años y tres meces, hizo el amor a los trece, y tuvo
un hijo como una mujer completa cuando no había cumplido los quince y lo tuvo
de un adolescente igual que ella.
Pero Bruna ni siquiera se detuvo a pensar que ella como madre tuviera
algo que ver con las travesuras de su hija, al contrario, con mayor énfasis la
culpaba de su desgracia y la de ambas.
Aunque nadie concebía como era posible para dos seres, unidos por un
vínculo considerado sagrado, compartir un espacio en medio de tanta violencia
verbal, las dos mujeres seguían juntas, la madre por vergüenza y la hija por necesidad.
Para la joven madre era una imposición del infortunio que a tan temprana edad
la imponía la vida, mientras que la madre de la joven, tenía que aceptar las
condiciones como una condición para no perder lo único que le restaba, un
mínimo de reputación frente a sus amigos y familiares.
Lucio perdió su sentido de discreción producto de su necesidad de
comunicar a quien fuera el infierno que compartía con Bruna. Ella terminó
odiándolo, y decía no saber si lo odiaba solo a él, o tal vez le odiaba en la
misma medida en que se odiaba ella misma.
Lucio esperó con paciencia el regreso de Bruna de un viaje improvisado,
se fue a buscar una cura para su mal, regresó peor que cuando se fue. No
encontró a nadie capaz de garantizarle una cirugía sin mayores riesgos. Refutó
los resultados de su médico de mayor confianza que le aseguro que estaba más
enferma del alma que del cuerpo.
De repente la vida de Bruna parecía que había cambiado, no tenía hora
para llegar a su casa con el ánimo de hacerles la vida imposible a todos. Bruna
oía música, hablaba de más en su celular, y salía a trabajar sin nada que le
preocupara hasta su regreso. Lucio terminó creyendo que su mujer tenía un
amante, no tenía otra manera de explicarse su felicidad, pero más que eso, ese
modo frío e insensible de tratarlo, especialmente como había prescindido de él
tan radicalmente. Al final terminó convencido que él no había sido un santo playboy,
y que tal vez el destino le estaba cobrando una partida.
Un día Lunes que amaneció de lluvias y tronadas Lucio esperó que Bruna
se marchara a su empleo, como la hacía habitualmente, recogió sus cosas más
queridas y se marchó convencido de que no tenía nada que hacer en aquel hogar.
Hizo lo mejor que pudo por explicarle a su hijo que era cierto que su madre
tenía estaba enferma, como ella mismo lo había dicho, pero le aseguro que no
moriría de la enfermedad, el niño no hizo pregunta, pero le creyó lo que le
dijo como un consuelo que tal vez tendría la virtud de ser verdad.
Trina lo llamó escandalizada, y hasta le rogó que volviera a casa, que
él sabía que era su padre verdadero, él le dijo que no. Ella le dijo que su
madre se estaba muriendo finalmente. El fue cortante cuando le dijo que su
madre estaba enferma pero que tal vez pronto estaría curada definitivamente,
sino moría de locura. Lucio respiró profundamente y luego le dijo que enfermedad
de su madre era solamente espiritual. –Ella podrá ser su única medicina pero,
cuídate para que no te contamines, hija –le dijo.
Lucio ni siquiera supo el día que su ex mujer se casó de nuevo. Pensó
que como dice una canción “uno se cura”, él que verdaderamente la quería, se
resignó a su suerte pensando que en realidad la mujer que quiso había muerto de
lujuria una mañana lluviosa y de repetidas tronadas.