Eramis Cruz
¡Que linda es Quisqueya! Dicen que es un paraíso en el Caribe y que se debe a la exuberancia de sus mujeres, sin dejar atrás sus imágenes panorámicas ni la hospitalidad de su gente. Dicen que fue la tierra que más amó Colón. No hay dudas que esos halagos los tenemos bien merecido. Pero me apena la noticia que muchos pasaran desapercibida, porque parece noticia de revista, de esas que se releen al final del mes. No puede ser diferente una noticia que se toma tres años para ser noticia, o mejor dicho, estadística.
Esta vez se trata de los obreros, de los trabajadores, de los empleados del sector nacional de la construcción. La cifra me parece alarmante: 1,900 trabajadores de la construcción mueren en un periodo de tres años en la República Dominicana. Son los débiles sindicatos los únicos que anuncian acciones para pedir medidas de seguridad en favor de los trabadores. Aquí no se incluyen a los aleccionados, a los traumatizados. No se habla del alto costo médico ni de las heridas psicológicas que se expresan en las cicatrices fijadas en el alma y el cuerpo. No se habla de los huérfanos ni de las viudas.
Las consecuencias son simplemente inconcebibles cuando todo el mundo sabe que hay leyes establecidas con la finalidad de evitar estas fatalidades.
Para aquellos que no entienden el subdesarrollo de un país, he aquí un indicador entre los indicadores que esconde el léxico barato de los politiqueros, buhoneros de eslóganes de baratijas morales, aquellos disfrazados de funcionarios, de profetas y hasta de comediantes.
Nunca fue más certero el poeta, no pudo ser más impactante el extremo puntiagudo de su flecha ¡Hay un país en el mundo! Y uno se pregunta hasta cuando seremos incapaces de poner las cosas en su lugar, llamar al orden, respetar los recursos que son del pueblo, que se necesitan para corregir los problemas que no solamente afectan a las gentes, sino también el proceso institucional que hace posible la armonía del esqueleto estructural en la que descansa el colectivo nacional.
Los trabajadores, todos los trabajadores, en cualquier punto del país, deben crear conciencia, que en la misma medida en que se les niega el salario justo, también evitaran invertir en mantener un ambiente seguro en los centros de trabajo.
Uno de los ejes negativos de la nueva identidad de la economía, conocida como neoliberalismo, es que desconoce a los sindicatos, a las organizaciones sindicales nacionales e internacionales, como una necesidad para mantener el equilibrio entre los intereses encontrados de quienes dominan los medios de producción y quienes solo cuentan con la fuerza de trabajo para vivir y participar dinámicamente en la sociedad.
Debemos aclarar que al hablar de fuerza de trabajo, no se trata de fuerza bruta, hablamos de habilidades y destrezas que son requeridas en cualquier función productiva incluyendo la construcción.
La muerte de 1,900 trabajadores de la construcción en accidentes de trabajo en la República Dominicana no parece estar presupuestado en las obras, sean estas casas privadas o edificios públicos. Uno se pregunta a cuantos se elevan las demandas por estos accidentes y como se responde económicamente a las madres que pierden a sus hijos, a los hijos que pierden a sus padres y las esposas que quedan viuda con la misión de educar a sus hijos y corresponder por el vacío moral y el trauma emocional que queda estampada en la realidad del ámbito familiar.
Estamos hablando de un problema de dimensiones agravadas por la seriedad que se impone en las consecuencias que arrastra. Especialmente cuando sabemos que estas desgracias, estas pérdidas de vidas se deben, en parte, al incumplimiento de las regulaciones que imponen las leyes y los procedimientos a ser aplicados.
Los sindicatos tienen la misión de proteger a los trabajadores además de educar y crear conciencia con la perspectiva de forzar a los empresarios y a las instituciones que patrocinan los contratos para que dispongan de medios y recursos apropiados para el cumplimiento del trabajo sin poner en riesgo la vida, y así al mismo tiempo, evitar los traumas irreversibles de sus dependientes familiares.
Un país no puede progresar, no puede crecer en orden cualitativo ni cuantitativo, no puede escalar a un alto nivel de desarrollo social ni técnico, cuando el Estado es el primero que incumple sus obligaciones frente a los ciudadanos, sean estos trabajadores de la construcción o estudiantes en las universidades.
Tres años es demasiado tiempo, un año es demasiado tiempo, hay que saber cuántos mueren cada día en la industria de la construcción, y hay que hacerlo con la misma resonancia con la que se anuncia la muerte de un prestigioso VIP de la alta sociedad.
En una sociedad de clase como la nuestra se hace evidente, con frecuencia, esa concepción despectiva hacia aquellos desamparados por el clientelismo político, por el tráfico de influencia, y se manifiesta una indiferencia que ofende la dignidad del ser humano. Al mencionar los 1,900 muertos podemos imaginar los lirios encendidos en medio de una sala donde el calor de los dolientes no es suficiente para animar los corazones congelados por una desgracia prevenible. Podríamos, inclusive, conservar los cuerpos congelados por tres años en una morgue gigante, para enfilarlos en unas de las avenidas de la ciudad, si fuera un medio eficiente para llamar la atención del Estado y despertar la sensibilidad de quienes, de alguna manera algo pueden hacer a favor de quienes contribuyen con su trabajo a la creación de una país que pertenece a todos y todas.